viernes, diciembre 28, 2007

Esquiando en Asahikawa

Hoy hemos hecho nuestra primera excursión a las pistas de esquí. Asahikawa está en el centro de una planicie donde se juntan cuatro ríos y no tiene montañas cerca, aparte de unas colinas donde han puesto unas pistas de esquí. Las pistas no son muy grandes, pero tienen la ventaja, como me he dado cuenta hoy, de que no va mucha gente, solamente los del lugar. Aun así tienen sus clases de esquí y se alquilan esquíes y botas, seguro que más baratos que en Sapporo.

Hace por lo menos siete años que no voy a esquiar, y aun así, no era precisamente un experto. Llegamos a las pistas, alquilamos nuestros esquíes y botas, y allá que vamos. Mineko cuenta que no se acuerda de cómo se esquía. Yo no la creo, y con razón. Tomamos un remonte, el más corto que nos lleva hasta mitad de la ladera. Me cuesta acostumbrarme a estos esquíes, y voy bajando, poquito a poquito, casi a paso de tortuga, pero consigo no caerme. Mineko, que me deja salir primero, me ve cómo esquío, si esquiar se llama lo que estaba haciendo, y luego baja ella, me adelanta, y sigue hacia abajo. Y dice que no se acuerda de cómo se esquía...

Hacia el final de nuestro ejercicio, Mineko bajaba como si hubiera nacido con esquíes, y yo, que consigo no caerme en todo el rato, tengo un poco más de confianza, pero aún no diría que estaba esquiando, sino más bien que estaba bajando con esquíes en los pies.

La próxima vez nos apuntaremos a clases de esquí, que son baratas en esta zona no turística. Para que estemos iguales a lo mejor nos apuntamos a clases de snowboarding, que ninguno de los dos sabe... ya veremos.

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miércoles, diciembre 26, 2007

El Zoo de Asahikawa



Hoy Mineko y yo hemos ido a visitar al zoo de Asahikawa, Asahiyama. Este zoo tiene un poco de historia. La primera vez que lo visitamos quedamos muy decepcionados. El zoo tenía muy pocos animales, y todos encerrados en jaulas diminutas. El zoo en sí no era muy grande, pero con los pocos animales que tenía bien que podía dedicarles más espacio. Como contraste, había un parque de atracciones dentro del zoo, con noria y montaña rusa. ¿Y qué pintan esas atracciones dentro de un zoo, preguntarás? También nos preguntábamos nosotros.

Un año más tarde Fumio, el hermano mayor de Mineko, nos recomendó que visitáramos el zoo. Yo la verdad es que no tenía ganas de volver, pero Fumio insistió, diciendo que había cambiado. Con lo que fuimos otra vez. Y de verdad, el zoo no era lo mismo. Muchas de las jaulas habían desaparecido, y en cambio había espacios amplios para los animales. Con el paso de los años más y más animales fueron trasladados de las jaulas diminutas a espacios diseñados especialmente para ellos, y de forma que los visitantes podían visitarlos más de cerca de manera no intrusiva. El zoo adquirió fama a lo largo de Japón,  de repente, como suele ocurrir aquí, y ahora, los turistas que vienen a Hokkaido se rerservan una visita al zoo de Asahikawa, a ver a los pingüinos marchando al aire libre (solamente en invierno), o a entrar en los espacios de las focas o los pingüinos, donde hay túneles submarinos a través de la piscina de los pinguinos, o tubos por donde las focas atraviesan la zona donde están las personas.

Hoy hemos ido al zoo, a ver a los pingüinos, las focas y los osos polares. Y no pudimos ver al orangután, cuya jaula tiene dos partes conectadas a través de un mástil por el que los orangutanes pasean por encima de las personas, sin red ni barrotes. Cuando los veo siempre pienso si alguna vez se caerá uno de esos orangutanes encima de alguna persona... pero será que es imposible que un orangután se caiga de un árbol?

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Navidades en Asahikawa



Pues no, no se celebran las Navidades en Japón. Por no ser, el día 25 de diciembre no es ni festivo. Por casualidad el día 24 era festivo pues era lunes, y el sábado se celebraba el cumpleaños del emperador, que es día festivo. Como caía en sábado, el día festivo pasó al lunes. Cuento esto porque es ciertamente casualidad que el emperador haya nacido casi el mismo día que el que se supone es el nacimiento de Jesucristo. Hasta hace poco el emperador se consideraba como divino, y la ironía ha hecho que el primer emperador que no es divino, es decir, el presente, va y nace casi el mismo día que el dios cristiano.

Estos días hemos aprovechado para ir a la ciudad de compras. La ciudad no muestra apenas rasgos de que sea Navidad, pero ya empieza a verse tiendas de productos decorativos para la celebración del Año Nuevo.  Como Mineko está muy ocupada con sus traducciones he hecho mis escapadas al río, a contemplar la nieve.

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lunes, diciembre 24, 2007

Llegada a Asahikawa



Ya estoy en Asahikawa, en el pais de las nieves. Desde el avión, a medida que volaba hacia el norte, se veía nieve y más nieve. Aterrizamos en el aeropuerto de Sapporo, entre nieves. Allí me junté con Mineko, que vino a recogerme, y juntos fuimos a Sapporo, de compras.

En la estación vimos un puesto diminuto de sushi, y como estábamos hambrientos decidimos probarlo. Mi primer sushi en este viaje, y estaba delicioso. Si hay algo que me encanta de Japón es la gran cantidad de puestos donde comer, una comida tan diferente de la occidental. Y tan deliciosa en cuanto uno se acostumbra a ella.

Fuimos a una tienda, Yodobashi Camera, justo al lado de la estación de tren. Esta es una tienda que se especializa en productos ópticos y electrónicos, y es una buena introducción a la parte materialista de Japón. El ruido es ensordecedor, en cada rincón de la tienda hay un altavoz promocionando algo en particular, a un volumen muy alto, intentando competir con los altavoces de otras partes de la tienda. Por encima de esta cacofonía se oye la música del altavoz principal, que toca música repetitiva, el himno de la tienda. Es un lugar donde después de estar más de media hora uno tiene deseos de correr y escaparse de todo este ruido... pero hay gran cantidad de productos, y algunos son baratos. Fuimos porque Mineko quería mirar ordenadores portátiles y teléfonos móviles, para decidirse y después pedir su selección por correo. Y ya que estamos, yo me compré un chip de memoria para la cámara de fotos.

Dejamos el bullicio de la tienda, y fuimos corriendo a la estación de tren, para tomar el tren de Asahikawa. Eran las cuatro pero ya empezaba a hacerse de noche, y desde el tren vimos un paisaje cada vez con más nieve a medida que avanzamos hacia el centro de Hokkaido. Se nos hizo de noche en el recorrido, y afuera solamente se veía nieve y más nieve, y las luces de los edificios de pueblos que atravesábamos.

Llegamos a Asahikawa, casi en el centro geográfico de la isla. Es el lugar que se precia de tener los inviernos más fríos, y realmente hacía frío, sobre todo para mí, recién llegado del verano australiano... pero todo se arregló al llegar a casa, con su calefacción, con la oferta de té de Shizué, la madre de Mineko, y sobre todo con el baño que me estaba esperando.

De eso hace ya dos días. En este tiempo no hemos hecho gran cosa, aparte de unas pocas compras y quitar la nieve de la entrada. Paso la mayoría del tiempo en casa, pues la nieve no me deja hacer mucho, aparte de quitarla... Escribo desde la habitación central de la casa, una habitación especial, la única habitación con decoración japonesa tradicional. El suelo, de tatami. Las paredes, de papel. Los japoneses son gente muy práctica y sus casas han cambiado radicalmente desde el encuentro con la cultura occidental a finales del siglo 19. Todas las habitaciones han cambiado excepto una, la habitación japonesa, donde guardan el altar que recuerda a los difuntos, donde cuelgan fotos de los antepasados, y donde celebran ocasiones especiales. Es como el alma japonesa, el vínculo con el pasado. En nuestro caso, debido a falta de espacio se ha convertido como en mi oficina, una oficina especial.

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viernes, diciembre 21, 2007

Narita


Si vuelas a Tokio, lo más seguro es que el aeropuerto de llegada sea el de Narita. Es el aeropuerto para los vuelos internacionales, más grande que el aeropuerto antiguo, Haneda, y más bien lejos de Tokio. El pueblo más cercano, Narita, está ubicado entre campos de arroz.  Es tal vez un pueblo japonés típico, más bien pequeño, pues puedes recorrerlo a pie sin problemas. Y tiene su templo.

El templo de Narita, junto con sus jardines, es más grande que lo que uno se puede esperar para un pueblo tan pequeño. Si por alguna razón tengo que estar en el aeropuerto varias horas, o tengo que pasar noche cerca del aeropuerto, me acerco a Narita, para ir a cenar, o visitar el templo.

Llegué a Narita ayer por la tarde, justo a tiempo para cenar. El hotel, Narita Nikko, es una escala normal para cualquier pasajero que viaje en Japan Airlines y tenga que pasar la noche cerca del aeropuerto para continuar el vuelo al día siguiente. Los clientes del hotel, casi todos turistas internacionales, no saben la joya que hay al lado mismo, solamente a 10 minutos en autobús, un autobús que es gratis.

Con lo que nada más llegar al hotel, dejo el bullicio (cuando llegué había un grupo ruidoso de adolescentes indios, todos con su uniforme amarillo chillón y su incapacidad para tomar un ascensor en un hotel donde no hay escaleras excepto para casos de emergencia... pero dejemos las quejas bien guardadas entre este paréntesis), y tomo el autobús para Narita, mi primera escala en este viaje de visita a la familia de Mineko.

El autobús llega a su destino en Narita, en una calle que conozco. Paso un tiempo paseando por las calles intentando orientarme, hasta que al final el pitido de un tren me indica la dirección que he de tomar.

Llego a la estación de tren, la cruzo, y llego a la zona que conozco, o eso creia. Todo parece mucho más pequeño de lo que me acordaba, tal vez he crecido...? El pub-restaurante que Mineko y yo descubrimos  hace ya varios años tiene que estar por aquí, pero no lo encuentro.

Veo un cartel con fotos de comida. Es norma en Japón el que los restaurantes muestren fotos o modelos de plástico de las comidas que ofrecen... algo muy práctico para turistas que no saben el lenguaje. Este cartel está en el lugar donde tendría que estar mi pub, pero no me suena todo esto... el cartel, en japonés, indica una puerta que lleva a un sótano... no sé, no me suena. Con lo que sigo buscando. Encuentro otra estación de tren, más grande. ¿Tal vez sea ésta mi estación? Pero la zona es completamente desconocida para mí.

Encuentro un plano de Narita, y sí, todo parece indicar que mi pub es el del cartel que ví antes, con lo que vuelvo. Varios grupos de jóvenes entran en el lugar, y los sigo. Si hay tanta gente del lugar que entra, debe de ser un buen sitio...

Entro dentro. El lugar, bullicioso, lleno a tope de gente, !es el lugar! Me acuerdo del decorado. Hay una cola de gente esperando a sentarse. Nunca lo había visto tan lleno. Se acerca alguien, me pregunta algo. "Hitori", digo. "Una persona". Me dice algo que no entiendo, parece ser que hay algún problema. "Wakarimasen", "no entiendo". Al final llega otra persona que habla inglés, me dice que no hay sitio disponible para una persona. Parece ser que esta noche está lleno, tal vez solamente quedan zonas reservadas para grupos... Lástima, tengo que dejar el lugar. Tal vez, si hubiera entrado un cuarto de hora antes, cuando estaba dudando de si era el lugar, habría podido quedarme...

Voy a otro lugar, casi vacío. Me imagino que la comida no será especialmente buena, pero no tengo tiempo, el autobús que quería coger de vuelta sale dentro de media hora. Con lo que entro. La comida ciertamente no era nada especial, pero por lo menos no era cara... y la cerveza, Kirin Original Draft, estupenda. El servicio, un poco lento. Miro el reloj, el autobús sale dentro de diez minutos... ¿lo podré tomar?

Acabo la cena, pago y vuelvo al autobús a toda prisa. El transporte público japonés es puntual hasta el extremo. Queda un minuto para la salida, veo el autobús en la distancia. Echo a correr, esperando que esta vez el conductor se retrase... ¡vanas esperanzas! El autobús sale, puntual, cuando yo estaba a unos diez metros de él...

El siguiente autobús sale dentro de cincuenta minutos, ¿qué hago? ¡Pues visitar el templo! Hay un tesoro que tal vez pueda encontrar, un geocache escondido en los jardines. Mi receptor GPS dice que el cache está a un kilómetro 200 metros, y esto es en línea recta. En realidad tiene que ser más. Está un poco lejos dado el tiempo que tengo, pero bueno, vamos a intentarlo.

Camino hacia el templo a paso rápido, a través de calles desiertas del casco antiguo. Llego al templo, la puerta de entrada al recinto está abierta. Bueno, no hay puerta sino un portal gigante, iluminado con luz nocturna. El lugar parece misterioso, evocativo, solitario. Hay altares aquí y allí, rodeando varios edificios altos, de arquitectura oriental. Hay un grupo de tumbas cubriendo la ladera de la colina que, de noche e iluminado como estaba, parecía sacado de  una pelicula de fantasía... espero encontrar un fantasma cerca, pero no, encuentro un guardia haciendo su ronda. Me saluda, y sigue su ronda.

Entro en los jardines, oscuros, solitarios. El cielo, estrellado y con luna, ofrece la impresión de que estamos en la era Edo y que algún salteador de caminos me espera a la vuelta de la esquina. Pero sigo, siguiendo la señal del GPS, cada vez más cerca del destino. Conozco el lugar lo bastante como para no perderme en la noche, y encuentro el cache sin problemas usando la luz de mi ordenador de bolsillo. ¡Mi primer tesoro japonés! No tengo tiempo para disfutar de mi botín, simplemente escribo mi nombre en el cuaderno de notas del cache y tomo un travel bug que me llevaré a Australia.

De vuelta al autobús. ¡Quedan quince minutos! Mejor será correr, a ver si pierdo este autobús también, que es el último. Corro escaleras abajo, modero mi marcha cuando paso cerca del guardia... por si acaso. Y vuelvo a correr. Esta vez cuesta arriba... Llego a la zona de restaurantes, y tengo que esquivar a gente por aquí y por allá. Llego a la estación, veo el autobús en la distancia. ¿Lo voy a perder otra vez? Aprieto mi carrera, saltando peldaños de bajada de dos en dos. Faltan dos metros, y el autobús cierra la puerta, listo para partir. ¡No!

Pero el conductor me ve, y abre la puerta otra vez. Pregunto si va al hotel Nikko y me dice que no, que el siguiente. ¡He llegado con cinco minutos de adelanto! Este es el tiempo que me cuesta recuperar la respiracón. La temperatura, tres grados, no me afecta, estoy sudando de la carrera. Pero he llegado a tiempo.

Todo esto ocurrió anoche. Escribo desde el autobús que me lleva del aeropuerto de Narita al de Haneda, el aeropuerto antiguo, desde donde sale mi siguiente avión, destino a Hokkaido, la isla del norte, la isla de Mineko.

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miércoles, diciembre 19, 2007

El lagarto


Desde hace un par de meses hemos observado unos agujeros en la tierra de una de nuestas macetas en la terraza. Mineko vio a un lagarto en la maceta en una ocasión, con lo que dedujimos que el lagarto era el que hacía los agujeros. ¿Y por qué será?, nos preguntábamos. ¿Será que está buscando comida?

Bueno, dejamos el misterio. Al fin y al cabo, esa maceta no tenía ninguna planta especial.

Pero hoy acabo de descubrir el misterio. Ya sé para qué estaba haciendo agujeros ese lagarto. ¡Estaba buscando un lugar donde dejar sus huevos! Vamos, que igual dentro de poco tenemos que compartir la terraza con una familia de lagartos. A esto hay que añadir lo pósums, que siguen viniendo a comerse los tomates... ¡a ver si los lagartos espantan a los pósums!

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sábado, diciembre 08, 2007

Y otra vez en Melbourne





Otra vez en Melbourne. Ya he perdido la cuenta de las veces que vengo aquí, ésta es mi segunda ciudad Australiana… el motivo es otra conferencia, en la misma parte de Melbourne, con lo que esta zona ya la conozco.

La conferencia empieza mañana domingo, pero ya que Mineko está en Japón, decido ir un poco antes, y así he llegado hoy sábado por la mañana, para recorrer las calles sin prisas, que como ya he dicho en tantas ocasiones, Melbourne es una ciudad donde da placer caminar por las calles. Tiene su ambiente, un poco como europeo, con multitud de restaurantes y bares, y museos, y monumentos. Y tiene tranvías, algo tan atractivo y en cierto modo nostálgico.

Esta vez combino mis paseos con geocaching. Así, de camino al Stalactites, el restaurante griego con sus suvlakis de gloria, intento encontrar un cache. Se llama “el fugitivo”, y para encontrar la cache final hay que seguir las pistas de un famoso fugitivo australiano. Así, el primer punto empieza en la cárcel histórica de la ciudad. Allí las instrucciones me mandan sacar letras y números de placas conmemorativas para descifrar las coordenadas del siguiente punto. Saco las coordenadas fácilmente, las pongo en mi receptor GPS... ¡y me dice que el siguiente punto en cuestión está a 100 kilómetros de distancia! Vamos, que las pistas recorren el verdadero viaje de este fugitivo. Total, que abandono este cache, y voy a Stalactites, a probar el suvlaki. Esta vez no sabe tanto a gloria como la otra vez, tal vez sabe mejor cuando está lloviendo y uno está calado hasta los huesos como la otra vez. Pero bueno estaba.

Me paso el día recorriendo las calles y parques del centro, haciendo alguna que otra cache... en total he encontrado tres, y he desistido de unas tres o cuatro contando la del fugitivo. Melburne, como Sidney, tiene cientos de caches pero las que están en el centro de la ciudad son bastante difíciles, especialmente porque hay tantos muggles y es difícil disimular mientras busco. Como soy un turista con pinta de despistado no es difícil disimular, pues me paro a hacer fotos a cualquier cosa... y qué “casualidad”, las zonas donde hay caches son tan fotogénicas... he tomado cantidad de fotos de detalles arquitectónicos.

De vuelta al hotel, y justo a 10 metros de una cache de la que he tenido que desistir por la cantidad de muggles, hay un bar restaurante que resulta ser la casa de James Squire, una de las cervezas australianas favoritas nuestras, con lo que decido acabar mi búsqueda de caches y tomar una cerveza. La cerveza se convierte en una cena temprana y más cerveza, y así, contentito me vuelvo al hotel, desviándome para buscar otra cache (búsqueda infructuosa), y tomar un helado en la calle Lygon, el barrio italiano. No sé qué pinta tenía yo tan contento con el helado en la mano, porque un turista me pidió hacerme una foto de mí y mi helado... da igual, el helado, de cerezas y frutas del bosque, estaba delicioso.

Bueno, ahora estoy en el hotel. Mañana, ¡a trabajar! Creo que estaré muy ocupado, con lo que igual no puedo hacer ninguna escapada más por Melbourne.

Como Cristo por su lago

El gran día llegó. El pasado domingo fue la carrera de natación entre Bondi y Bronte, dos de las playas más carismáticas de Sidney. El año pasado la carrera fue toda una aventura, era mi primera carrera de natación a mar abierto, y ese año la carrera fue más dura de lo normal. Tuve que soportar olas de varios metros de altura y alguna que otra medusa.

Esta vez el día era perfecto. Buen tiempo, pocas olas, y gran cantidad de participantes. Y la natación en sí fue como un paseo, como Cristo paseándose por su lago. No cometí el error de tratar de ir demasiado rápido al principio, como la semana pasada, y así conseguí quedarme entre el grupo de los gorros verdes, mi grupo. Disfruté de la natación, disfruté de los torpedos, gente de grupos que salían después del mío que nadaban como si fueran peces. A mitad de camino incluso me paré para ofrecer hacer una foto a uno de los nadadores que estaba haciendo fotos desde el mar. Me di cuenta demasiado tarde que este nadador no estaba participando, sino que era uno de los organizadores... con lo que seguí nadando.

Sin darme cuenta, de repente una ola rompió detrás de mí y pasó por encima. ¡Estoy en Bronte! ¡Y yo sin enterarme! Salí del agua a la arena, y aun tenía energía para correr hasta la meta y adelantar a unos cuantos rezagados. Y no paré, tras pasar la meta fui directo al agua otra vez, a disfrutar de las olas, que esta playa tenía más olas que Bondi.

Esta carrera-paseo fue como estas carreras deben de ser, un placer y una excusa para nadar un par de kilómetros en el mar. ¿Y cuánto tardé? Fueron 45 minutos, mucho menos que la hora y cuarto del año pasado... y es que el mar, cuando ayuda, es una delicia.

lunes, noviembre 26, 2007

Se abre la temporada de natación


Ayer fue mi primera carrera de "oceanswim" de la temporada. Desde que hice la carrera de Bondi a Bronte que he estado disfrutando de la oportunidad de nadar en mar abierto, y seguro de que si me pasa algo alguien me rescatará, pues estas carreras atraen cientos, y a veces miles, de nadadores.

Esta vez mi objetivo era no llegar en la cola de los últimos, y me he pasado Octubre y Noviembre practicando en la piscina, haciendo dos kilómetros seguidos en cada sesión. A ver si esta vez...

El recorrido, en la playa de Coogee, rodea una isla y atraviesa una zona popular con los submarinistas. El tiempo, precioso, un adelanto del verano que nos llega. El mar, tranquilo, casi sin olas, invita. Dicen que no hay medusas ni tiburones (hasta han usado un helicóptero para asegurarse), y la temperatura del agua, un poco fresquita, no es demasiado baja. Vamos, que ideal para nadar.

Empieza la carrera, y parto con mi grupo, el de los gorros verdes. Mi objetivo es no quedarme atrás y llegar al mismo tiempo que la mayoría. Así que, uso un ritmo más bien fuerte, y consigo no quedarme atrás... pero por cierto misterio el grupo va hacia la derecha, cuando las boyas están al frente... ¿Qué pasa? ¿por qué? Decido ignorar al grupo, y seguir adelante, hacia la primera boya. Llego a la boya al mismo tiempo que el grupo, todo va bien. Y otra vez, el grupo se desvía a la derecha... ¿o será que soy yo que no voy en línea recta? Con eso de que no hay rayas en el fondo que me guíen como en la piscina... Y así ocurre, con cada boya, que o bien es el grupo el que se desvía a la derecha, o soy yo el que se desvía a la izquierda.

La isla está más cerca, no tengo claro de dónde está el grupo, pero pronto los primeros del grupo de los gorros azules empiezan a adelantarme. Supongo que los gorros azules partieron cinco minutos después que mi grupo, y me adelantan como si fueran torpedos.

Rodeo la isla, y el mar empieza a estar más movido. Estamos en mar abierto. En el fondo se ven las rocas, y bancos de peces, completamente desinteresados de la carrera que está pasando por encima de ellos. Quisiera parar a contemplar la isla, las rocas y los peces, pero estoy en la carrera, y mi objetivo es seguir en el grupo de los gorros verdes... pero a mi alrededor son todos azules!

En el camino de vuelta los brazos empiezan a quejarse, y las olas, un poco más fuertes por este lado, no me dejan tomar el ritmo de natación. Pero no, sé que si paro a descansar luego es más difícil retomar la carrera, con lo que sigo nadando. Empiezan a adelantarme torpedos con gorros blancos, es decir, los de dos grupos detrás del mío. Saco la cabeza para ver adónde estoy, ¡madre mía, qué lejos que está la playa! Nada, sigo nadando, que al final llegaré.

Pronto el mar se calma, debo de estar en la zona de la bahía. Alrededor veo gorros azules y blancos, pero ni rastro de los gorros verdes. Nada, que mi objetivo no se va a cumplir. Veo delante un gorro naranja. ¡Es un rezagado del grupo que salió cinco minutos antes que el mío! Esto me dá ánimos, se recuperan mis fuerzas, y mi objetivo cambia. Tengo que llegar antes que este gorro naranja. Pero por motivos extraños el gorro naranja se desvía a la derecha, se ve que este nadador, o más bien nadadora, está completamente confundida. Con lo que la dejo, yo sigo recto, ya llegaré por mis propios medios.

Al fin, llego a la playa, y los últimos metros, corriendo por la arena, se hacen interminables... ¡pero lo conseguí! La carrera ha terminado para mí. Son dos kilómetros 400 metros, o eso dicen, y mi tiempo son 55 minutos. No está mal, y ahora que estoy fuera, recuperándome, veo que quedan algunos gorros verdes todavía en el agua. Bueno, por lo menos no soy el último.

La foto es de la trayectoria del año pasado, de la página web de la carrera, supongo que es la misma trayectoria que este año, a no ser que hayan puesto las boyas en otros puntos...

La carrera, cansadísima, realmente ha sido un entrenamiento para la carrera que pienso hacer la semana que viene... ¡la que va de Bondi a Bronte! Tengo que hacerla en menos de 55 minutos... ¿lo conseguiré?

lunes, octubre 01, 2007

Buscando tesoros

Hace ya tiempo que sabía del pasatiempo llamado geocaching. Hay una página de web que lista coordenadas geográficas. Si vas a tal coordenada y buscas con cuidado encontrarás una caja escondida con pequeños tesoros. Las reglas del juego dicen que puedes coger lo que quieras, pero tienes que dejar algo de parecido valor. Un compañero de trabajo es un entusiasta de tal pasatiempo, y al final decidí probar suerte. En principio tienes que usar un receptor GPS para saber las coordenadas exactas donde estás. Pero probé sin GPS. Usando Google Earth miré en la coordenada exacta de uno de los tesoros, que por casualidad estaba en el mismo campus de mi universidad. Google Earth es tan detallado que la foto satélite del lugar era todo lo que necesitaba, mejor que un mapa porque la foto saca árboles individuales, rocas, etc.

El sábado di un paseo por el campus, con la foto de GoogleEarth en mi mano. Y allí estaba, escondida debajo de un árbol caído, exactamente en el lugar que GoogleEarth indicaba. Dentro encontré una libretita donde escribir tus comentarios y pegueños objetos. Un tesoro en miniatura sin cosas de valor. Pero una cosa es el valor de los objetos, y otra el saber que la caja la encontré simplemente porque alguien dejó las coordenadas en el internet. ¿Y sabes qué? Hay cientos de miles de tesoros distribuidos por todo el mundo. Lo más seguro que hay alguno a unos pocos kilómetros de donde estés.

El geocaching es una razón más para viajar. Los tesoros suelen estar escondidos cerca de lugares especiales, atracciones locales escogidas por gente del lugar. Con la excusa de buscar el tesoro puedes visitar lugares que nunca se te ocurriría visitar, incluso en países lejanos.

Y otra cosa más, parte de la emoción es que tienes que encontrar el tesoro sin que nadie se de cuenta de lo que estás haciendo. Si ves a un muggle hay que disimular. Sabes lo que es un muggle, ¿no? Si no lo sabes, lee Harry Potter, versión original (que no sé cómo han traducido esta palabra en el español), y sabrás que los muggles son las personas normales, los que no se deben de enterar que hay magos y brujas en el mundo Harry Potter. Los mismos muggles tampoco se deben de enterar que al lado de ellos hay un tesoro escondido y gente buscándolo en sus mismas narices. Esta sensación de hacer algo a escondidas, tal vez sea lo que le de más adicción al juego.

La primera cajita la encontré el sábado pasado. Desde entonces me he comprado un receptor GPS (de los que se usan en los coches para ayudarte en la conducción), y hoy mismo, lunes fiesta del trabajador, he currado de lo lindo y he encontrado tres tesoros.

¿Y el fin de semana que viene? ¿Dónde buscaré más tesoros? A ver, echaré un vistazo a geocaching.com...

jueves, septiembre 27, 2007

Pero, se puede ganar dinero en el internet?

Hace algún tiempo escribí sobre la posibilidad de jugar a la bolsa con dinero virtual. Cuando me apunté al Virtual Stock Exchange la bolsa pasaba por malos momentos por culpa de los créditos tan arriesgados que eran práctica en los Estados Unidos. De eso hace ya casi dos meses, y a pesar de los altibajos al principio he conseguido ganar unos 15000 dólares... lástima que sean de mentirijillas.

Pero, se puede ganar dinero en el internet? Hace poco descubrí Weblo, un portal donde todo el internet está a la venta. Y no solamente el internet, también puedes comprar pueblos, países, y hasta famosos! Funciona como una forma de invertir. Al cabo de un tiempo, si todo va bien y te dedicas a cuidar lo que compras, su valor puede aumentar y lo puedes vender a un precio más alto. Es todo pura especulación, y tiene su punto débil: en tu primera compra tienes que usar dinero real. La ciudad de Valencia ya tiene su dueño, pero si quieres comprar Gandia, solamente cuesta 25 dólares...

Pero lo más interesante es, ¿se puede ganar dinero sin tener que invertir nada? Pues tal vez. Yuwie es un portal para hacer amigos y contactos, como My space. La diferencia es que si eres popular y atraes muchas visitas a tu página de web puedes ganar dinero. Y lo más importante, tienes que invitar a gente, y la actividad de esa gente que invites también contribuye a tus ganancias. Es como esas cartas que se enviaba la gente que al final prometían dinero si envias diez copias a diez amigos diferentes, pero en este caso no tienes que poner la monedita en el sobre. Vamos, que no cuesta nada. Con lo que, si te animas, apúntate a Yuwie con esta invitación, gana amigos, ¡y gana dinero!

sábado, septiembre 22, 2007

De vuelta en Sidney



El último día en Melbourne ha pasado rapidísimo. Es el día de mi ponencia en la conferencia, que ha pasado sin grandes problemas y sin que me hicieran preguntas difíciles. Aun me acuerdo de la primera vez que hice una ponencia en una conferencia. Fue en Tarragona, y hay que ver los nervios que tenía. De esto ya hace más de diez años, y ahora las ponencias son casi como dar una clase más, pero hablando más aprisa, con menos tiempo, y con una audiencia que te entiende y comparte tus intereses.

Acaba la conferencia, y en un par de horas, el tiempo que me queda antes de tomar el avión, intento sacar el máximo provecho a mi viaje a Melbourne. Por lo pronto, muy al modo de Melbourne, el tiempo es lluvioso, una lluvia fina y constante que empapa hasta el fondo. Pero bueno, esto es parte de la ciudad, y posiblemente lo que hace que haya tanto ambiente en bares y pubes. Fui corriendo al restaurante griego que Mineko y yo descubrimos el viaje pasado, Stalactites, y como la cola para tomar mesa era tan larga como esperaba, pedí un gyros para llevar, y me lo llevé, bajo la lluvia, hasta el centro comercial del centro de la ciudad.

Y allí que estoy, en el comedor del centro comercial, disfrutando del gyros. El sabor me lleva a Grecia, a Atenas, Santorini. El gyros es el mejor que he comido en mi vida, con carne de cordero a la brasa y salsa de hierbas. Por un precio más barato que lo que se sirve en este comedor, estoy comiendo una comida celestial. Sí, tal vez las comida tailandesa e india sean exóticas, exhuberantes y llenas de sabor, pero no hay nada como un cordero a la brasa bien hecho.

Por cierto, la foto es de la torre del centro comercial. Es un edificio histórico que decidieron conservar a la hora de construir el centro. Ahora el edificio es una atracción del centro, una torre bajo techo.

De vuelta en el avión me niego a probar las nueces de macadamia que me ofrecen. el regustillo del cordero sigue en mi boca y no quiero romper el encanto. El avión, el último vuelo que llega a la terminal, llega con unos pocos minutos de retraso. Tras la larga espera para que saquen las maletas al final llego a la parada de taxi un poco después de las 11 de la noche. La cola es larguísima y no hay taxis. Total, que tras esperar más me media hora hasta que lleguen taxis y los pasajeros delante de mi tomen sus taxis, al final puedo tomar el mío. Le pregunto al taxista si esto es normal, y me cuenta que, como el vuelo llegó con retraso, era más tarde de la hora que suele haber taxis. ¡Bienvenido a Sidney!, pienso. Los del aeropuerto parecen ser incapaces de predecir que los que vienen en el avión necesitarán taxi. El aeropuerto de Sidney no tiene transporte público adecuado. La verdad es que ninguna parte de Sidney tiene transporte público adecuado, tan al contrario de Melbourne.

Pero bueno, por lo menos el tiempo en Sidney es mejor. ¡Buenas noches!

jueves, septiembre 20, 2007

Tercer día en Melbourne

Parece ser que este viaje es el viaje de las especias. Esta vez hemos ido a comer a un restaurante indio, donde nos han servido unos curris estupendos. Bueno, por lo menos no es comida tailandesa, ya es un cambio. Mi curri ha sido más picante de lo que esperaba, supongo que será más bien como les gusta a los hindúes... pero la calidad, estupenda. Mi estómago empieza a acostumbrarse a tanta especia, ya no se queja con la nueva comida, y es más, durante la cena, que por fín no era picante, me ha parecido más bien insípida... ¿qué haré cuando vuelva a Sidney...? Lo sabré dentro de un par de días cuando esté de vuelta.

Mientras tanto, a ver qué sorpresa le espera a mi estómago mañana.

miércoles, septiembre 19, 2007

Una de picante

La cena de ayer fue estupenda, pero la comida, más bien picante, me afectó el estómago, o más bien la parte trasera a la hora de hacer de vientre... ¡menos mal que no tengo almorranas! Para cenar esta noche me hice el propósito de comer tipo ensalada o algo así, nada de picante. Pero la cosa no fue como planeé. Fui con otros colegas de la conferencia, gente local, quienes nos llevaron a un restaurante popular cercano que conocían... y vaya casualidad, fuimos a parar al mismo restaurante tailandés que ayer. Pedimos comida para compartir, y yo pedí algo suave... sí, sí, suave para un tailandés será, pero no para mí... la comida era más picante que la de ayer. Total, que probé muy poco. Y por si acaso fuimos a la heladería a tomar helados, para rebajar la picazón un poco. Unos helados estupendos, que estamos en la zona italiana, y los helados italianos son una maravilla.

Bueno, mañana por la mañana tengo que presidir una sesión de la conferencia, a ver si el picante no me hace una jugada y puedo presidir sin problemas...

martes, septiembre 18, 2007

Otra vez en Melbourne

Otra conferencia me ha dado la oportunidad de volver a Melbourne. Esta vez vengo solo, sin Mineko, y sin planes de visitar mucho de esta ciudad. Es una visita de trabajo, y ya he estado aquí tantas veces que no hay mucha novedad. Probablemente solamente salga para cenar, que por lo menos hay que alimentarse, ¿no?

Llego al hotel a la hora de cenar. El hotel resulta estar en la calle Lygon, que es un centro de restaurantes, la mayoría italianos. Un lugar que ya conozco de otros viajes, bullicioso y atractivo. No me apetece comer de italiano, y los camareros en esta calle son muy agresivos, a la caza eterna de clientes. Dí una vuelta por la calle, esquivando a los camareros italianos, en busca de un restaurante que me gustó la primera vez que vine a Melburne hace ya unos cinco años. Un restaurante tranquilo, creo que asiático, con comida buena, donde los comensales disfrutaban de la comida relajadamente, y donde el ambiente daba tanta inspiración que me daban ganas de sacar un libro de apuntes y empezar a escribir algo.

Pero la memoria me falla y no pude encontrar el restaurante. ¿O tal vez ya no existe? Tal vez lo intente encontrar mañana, pero tengo hambre... con lo que al final me decidí por un restaurante tailandés. Escogí este porque estaba casi lleno, y los comensales parecían todos tailandeses. La comida no decepcionó, comida sencilla, casi casera, pero nada familiar para mí. Las camareras, tailandesas, chapurreaban inglés, y los comensales de la mesa de al lado, tailandeses con pinta de estudiantes, estaban como en su casa. Un lugar bullicioso, como me imaginé que son los restaurantes en Tailandia.

De vuelta en el hotel empiezo a revisar mi presentación. Hoy es martes, mi presentación es el viernes, con lo que tengo tiempo para prepararla bien. Pero tal vez mañana o pasado no pueda hacer nada, quién sabe, con lo que mejor es hacer todo lo que pueda hoy.

domingo, septiembre 16, 2007

La danza de las ramas


Hoy domingo hemos aprovechado el fabuloso tiempo para ir a dar un paseo por la montaña. Nos decidimos por ir al parque nacional Wyrrabalong, a unos cien kilómetros al norte, uno de tantos parques nacionales a los alrededores de Sidney (y es que aquí en Australia cien kilómetros no es nada). Recorrimos la senda de los "red gums", una especie de eucalipto que se caracteriza por su tronco rojizo y sus ramas retorcidas. Y qué impresión que daban estos árboles, grandes, con ramas distribuidas de una forma tan dinámica y estética. Las ramas parecían querer abrazarnos, o protegernos de las inclemencias del tiempo. Aunque la verdad es que el tiempo era precioso, un día primaveral, soleado y tranquilo. En algunas partes de este bosque las ramas parecía como si se hubiesen parado en seco mientras danzaban una danza secreta, que solamente los árboles y los animales del bosque pueden ver, una danza que se para cuando alguna persona como nosotros nos entramos en este bosque mágico.

El eucalipto es un árbol tan característico de Australia. En otras partes del mundo es un árbol exótico, extraño. Aquí, en Australia, está en su elemento, ya se entiende que los árboles de este bosque estén tan contentos y con ganas de bailar.

miércoles, agosto 22, 2007

Incomunicado

Uno no se da cuenta de todas las comodidades que la vida presente nos ofrece, hasta que algo ocurre y de repente nos quitan lo que tenemos. Hace unas tres semanas, de repente nuestro acceso a internet de banda ancha se nos cortó. Llamamos varias veces al proveedor, que en nuestro caso también nos ofrece la línea de teléfono. Entonces nos dimos cuenta que este proveedor, poco conocido, tiene un servicio de atención al cliente de pesadilla. Llamamos el número de teléfono, y un mensaje nos dice que esperemos, nos saca música y nos avisa de nuevas ofertas. Para ofertas estábamos, si precisamente estábamos dudando de si fue una buena idea abrir una cuenta con este proveedor. Tras media hora, ¡media hora! al final alguien contesta, pero la información que nos da no nos arregla nada. Así pasa el tiempo, semana tras semana, llamando de vez en cuando a ver si nos arreglan el problema, y cada vez tenemos que esperar media hora soportando música insípida y ofertas tontas, ahora que hemos decidido no renovar el contrato, hasta que alguien coge el teléfono. Y nada, el problema sin solucionarse.

Más tarde nos dimos cuenta que la línea de teléfono puede hacer llamadas pero no recibir llamadas. Total, que llamamos a nuestro proveedor, y tras media hora conseguimos hablar con alguien, quien nos dice que comprobarán la línea (¡por fin!). Al final, ayer la línea se cortó por completo. Ya no podemos ni hacer llamadas. Supusimos que los técnicos estaban intentando ver qué es lo que pasan, pero esperábamos que por lo menos nos llamarían al móvil para decirnos que iban a cortar la línea. Unas horas más tarde la línea vuelve. ¡Y ya podemos hacer llamadas! Y lo mejor de todo, ¡podemos acceder a internet de nuevo! ¡De vuelta al mundo, no estamos solos!

Qué alivio, y qué susto.

miércoles, agosto 01, 2007

El Barbero de Sevilla

Por fin, después de la experiencia con la ópera callejera de la otra vez, esta vez hemos ido a la de verdad, dentro de la casa de la ópera de Sidney. La ocasión es una oferta "introducción a la ópera" que daba un descuento, y la obra era "El Barbero de Sevilla". Vamos, que esta oportunidad no la podíamos dejar escapar.

Entramos en el edificio de la ópera, y el escenario era muy llamativo. Se supone que era una casa de Sevilla, pero más bien parecía un intento de reproducir Barcelona, pues los vivos coloridos y formas redondeadas, casi surrealistas del decorado parecían una mezcla entre Gaudí y Dalí. Los trajes, vistosos, quedaban mucho mejor que en la televisión.

Y la música, la primera impresión que me dió es el volumen, más bien bajo comparado con lo que estamos acostumbrados a oír (o soportar a veces) en los cines. Bajo volumen pero gran calidad, tanto en el sonido como en la destreza de los músicos. Y las voces de los cantantes, qué decir. Con el tiempo, a medida que la obra avanzaba, daba la impresión que tanto la música como las voces tomaban vida propia, aparte de la obra, y su volumen, sin aumentar, se hacía de notar. En varias ocasiones todo el entorno se disolvía, y la verdadera magia de ver una obra de teatro, o en este caso una ópera, llegaba con toda su fuerza.

Por cierta ironía, la actuación que más me gustó fue la del "malo" Bartolo, doctor rico que se empeñaba en casarse con la protagonista, pero tan tonto a veces que hacía el ridículo y le tomaban el pelo. Su voz, potente y versátil, combinaba con la actuación del cantante. La ironía viene en que este cantante era suplente, pues el auténtico artista no pudo venir.

Dejamos la ópera con voces de "Fígaro, fígaro" en nuestros oídos, de vuelta al mundo real, a la espera de la próxima ópera, pues nuestra "introducción a la ópera" es una oferta para ver dos obras. La que viene será en Octubre. Cuento los días.

domingo, julio 29, 2007

Vida virtual

No tengo claro esto de la vida virtual. Las noticias dicen mucho de adictos a juegos virtuales, y yo, por probar, me abrí una cuenta en Second Life, que es gratis y dicen que para algunos esta segunda vida es más real que la primera. Así que me creé mi personajillo, un avatar como dicen, llamado Diego Moraga (que es el nombre que más se parecía a mi nombre auténtico, y allí que fui, a recorrer mundo. Bueno, a intentarlo, que la cosa no fue tan fácil.

La primera vez que entré en Second Life fue hace un año. El programa consumía mucha memoria y ancho de banda, y a duras penas conseguí hacer mover a mi personajillo por el mundo. Pero aprendí a correr, coger cosas, y hasta volar! Aun así, el esfuerzo para hacer mover el personajillo era demasiado, con lo que lo dejé, a la espera de otro ordenador más potente.

Hace un par de meses adquirí otro ordenador más potente, y la semana pasada volví a llevar mi Diego Moriaga por su mundo. Cual fue mi sorpresa al descubrir que el mundo había cambiado, y me encontré en un lugar extraño donde no me podía mover apenas. Me decidí por volar, a ver el lugar un poco mejor, y entonces descubrí que había estado bajo el agua! Vamos, que mi Diego estuvo bajo el agua varios meses, pobrecillo. Tal vez, en unos de mis intentos de moverme fui a parar al agua y no me dí cuenta.

El mundo virtual era incluso más difícil. A pesar de tener un ordenador más potente, tal vez sea el ancho de banda, o sea el que estaba usando Linux y Second Life solamente tiene una interfaz experimental con Linux, no sé, pero me costaba mucho mover por el mundo. Todo era tropezar aquí y allá. Conseguí entrar en un edificio donde regalan de todo, y me tomé un avion. Pero que sabía cómo manipularlo? Me subí a él, pero ningún mando parecía funcionar. Al final me bajé, pero tampoco sabía cómo guardar el avión. Total, frustado, dejé el mundo virtual.

Al día siguiente recibí un email de Linden, el creador de Second Life, diciendo que habían recogido mi objeto que lo había dejado en Second Life y lo habían devuelto a mi inventorio. Gracias, pero aun no sé cómo hacerlo yo mismo.

No hay nada como respirar el aire y sentirlo en los pulmones, o el oler las flores, o mejor, mover los brazos sin apenas esfuerzo. El mundo virtual no es lo mío, por lo menos mientras sea tan difícil moverse. Vivamos el mundo físico.

Pero, tal vez sea mejor cambiar el mundo físico sin sufrir las consecuencias? Ayer descubrí Virtual Stock Exchange, un juego de la bolsa que es real, es decir, se compran y venden acciones reales, pero sin pagar dinero, y el dinero que se gane o se pierda no es dinero real sino simples números. Es algo que parece interesante. Jugar a la bolsa sin tener que usar dinero. Total, que me he hecho un accionista y he comprado acciones varias. Pero como el juego se basa en datos reales, la bolsa no se abre hasta el lunes, con lo que mis acciones están pendientes hasta que se abra la bolsa.

Ya me veo yo leyendo las noticias financieras y estando pendiente de la bolsa. Sin ir más lejos, acabo de descubrir que la bolsa (de Estados Unindos, que este juego se basa en el mercado de EEUU) está atravesando días nefastos y que se predicen más pérdidas la semana que viene. A ver cuánto dinero pierdo...

lunes, julio 16, 2007

De vuelta en Sidney

Esta mañana he llegado a Sidney, el super-viaje por tres continentes ha terminado. Los últimos días los pasamos con la familia de Mineko, sin nada especial que contar, simplemente disfrutando. El sábado fuimos a un masajista a que nos arreglara los huesos y músculos, y salimos doloridos pero descansados del ejercicio. Por la noche cenamos con otros miembros de la familia, una cena fabulosa, o más bien dos cenas, ya que no se pusieron de acuerdo si cenar yaki-niku (carne a la plancha) o Gengis Khan (carne a la plancha adobada con salsa especial), y al final cenamos las dos cosas. En los dos casos, la plancha se pone encima de la mesa, y los comensales ponen su carne y verdura a cocinar. Vamos, como una barbacoa pero sin tener que ponerse de pie.

El domingo, último día, pasó preparando las maletas y viajando. Mineko se queda una semana más, con lo que yo fui solo, sin tener muy claro si llegaría hoy, pues un tifón estaba amenazando Tokio, donde tenía que cambiar de avión. Pero la suerte me acompañó, y el tifón se desvió lo justo para que no cancelaran mis vuelos (pero cancelaron otros).

Con lo que aquí estoy, en Sidney, donde el invierno sigue su curso (qué frío!). La terraza parecía un campo de batalla, parece ser que el pósum se ha paseado a sus anchas, y me parece que un ratón se ha hecho un atracón de abono de plantas y veneno para los caracoles... seguro que no vuelve de la indigestión.

sábado, julio 14, 2007

Entre flores


Si hay una razón por la que a los japoneses les gusta hacer fotos, es que el país es muy fotogénico. Hoy hemos ido a visitar una de las zonas fotogénicas cerca de Asahikawa. Es una zona rural, con colinas bajas y montañas al fondo. Las montañas no se podían ver por las nubes, pero las mismas nubes y la luz suave que creaban nos dieron la oportunidad de disfrutar del espectáculo de las flores cultivadas de la zona. El lugar es famoso en todo Japón, y hay un tren especial, antiguo, lento, ruidoso y nostálgico que nos lleva a la zona, y autobuses que recorren la comarca para llevarnos a los puntos más fotogénicos. Aquí la flor reina es la lavanda, seguida de amapolas, girasoles, y un sin fin de otros tipos de flores. Los turistas, casi todos japoneses, vienen a disfrutar del paisaje y hacer su pasatiempo favorito, que es hacer fotos a todo lo que sea, incluso ellos mismos.

Esta zona ha atraído fotógrafos durante años. Uno de ellos, Shinzo Maeda, decidió residir aquí para siempre. Su tipo de fotografía es especial, y se le ha llamado el poeta de la fotografía. Siempre que puedo acudo a su galería en busca de inspiración. Hoy hemos ido, y lo que visto no me ha decepcionado. Lástima que su fotografía tenga tan poca presencia en el internet.

El día, fresco, anima a admirar el paisaje y pasear por entre las flores. El trajín del tren hace como un masaje de todo el cuerpo, y te prepara mentalmente para el espectáculo. Ha sido un día para olvidar los problemas que existan en el mundo cotidiano. Los japoneses, con su fama de trabajadores insaciables, siempre se cuidan de mantener puntos de belleza y relajación adonde acudir en caso de necesidad. A ver si aprenden otros países.

jueves, julio 12, 2007

En Asahikawa


Por fin estamos en Asahikawa, la ciudad natal de Mineko. Como ciudad japonesa no tiene nada especial que atraiga a los turistas extranjeros. No es una ciudad antigua, y Hokkaido no tiene las tradiciones milenarias de las ciudades del sur. Pero atrae a turistas japoneses por su naturaleza tan poco japonesa... está en una zona con relativamente poca población, y cerca hay parajes naturales que recuerdan a los alpes y campos de cultivo que recuerdan a la campiña de Francia. Y la comida de Asahikawa, de toda la isla de Hokkaido, es excelente, mejor que la de las islas del sur. Estamos en la despensa del Japón.

Llegamos ayer por la tarde, y la familia nos recibió con un atracón de sushi de una tienda cercana. Cenamos tanto y dormimos tanto que nos despertamos a la hora de comer.

Lo único que he hecho hoy es dar un paseo por el jardín de la casa. Es un jardín enorme para los tamaños que se ven en Japón, lleno de árboles retorcidos, originales que los maestros de bonsais se esfuerzan en imitar. El jardín tiene una huerta donde Shizue, la madre de Mineko, cultiva todo tipo de vegetales que luego vemos en los platos y probamos con deleite. También tiene un estanque, seco desde hace años, rodeado de rocas ornamentales y plantas formando un jardín japonés armonioso si bien pequeño, donde da gusto pasear y escaparse del bullicio de la ciudad. Cuando construyeron la casa el lugar era todo campos de arroz. Ahora la ciudad ha invadido los campos y la casa con su jardín son un oasis de relajación en medio de la zona urbana.

miércoles, julio 11, 2007

La aldea de los bonsais


En un pueblo al norte de Tokio hay una concentración inusual de bonsais. Es la llamada aldea de los bonsais, un barrio de la actual ciudad de Omiya. En este lugar se refugió un grupo de entusiastas del bonsai después del gran terremoto de mediados de los años 20 que destruyó Tokio y alrededores. El lugar es conocido por entusiastas del bonsai, incluyendo nuestro maestro de Sidney, quien nos recomendó venir aquí.

Llegamos a Omiya tomando el tren desde el aeropuerto internacional de Tokio Narita. El tren nos llevó a través de edificios, carreteras e industrias, más de una hora en tren por zonas urbanas a través de la parte más poblada de Japón. Omiya está en la provicia de Saitama, pero para el ojo ajeno se diría que es parte de Tokio pues no hay manera de ver cuándo acaba Tokio y cuándo empieza Omiya, del mismo modo que no se puede distinguir Barcelona de Hospitalet, pero a una escala mucho más grande.

En el camino desde la estación hasta nuestro hotel, a unos doscientos metros, disfruto de ver a la gente y su forma de vestir, sobre todo la moda femenina. Tokio tiene una moda especial, tan distinta de la moda global casi uniforme que se ve en otras partes del mundo. Abundan trajes diseñados para llamar la atención. Los trajes son como de muñeca del espacio, y combinan muy bien con las caritas de muñeca que suelen tener las japonesas de la zona de Tokio (caras redondas, ojos enormes, pieles finas y pálidas). No me atreví a hacer fotos de los transeuntes, esta vergüenza mía...

El Japón urbano, y sobre todo la zona de Tokio, es un lugar bullicioso y ruidoso, con tráfico a todas horas y gente yendo de aquí para allá. Pero bueno, igual hablaré de esto en otra ocasión.

El hotel donde pasamos noche es un hotel de negocios típico, con todas las facilidades pero con poco espacio. El cuarto de baño tiene una bañera diminuta y honda, donde la gente se sienta, no se tumba, para tomar el baño.

Pero lo importante de este lugar son los bonsais. Según las guías hay diez parques de bonsais y varios miles de arbolitos. Solamente encontramos cuatro de los parques. pero los bonsais que encontramos fueron verdaderas maravillas. Me asombró el ver bonsais "gigantes" de más de un metro de altura. con sus ramas retorcidas y cuidadosamente colocadas según el sentido estético del cuidador. No dejaban hacer fotos, pero estos bonsais se han quedado grabados en mi memoria para siempre. Árboles centenarios, pasados de generación a generación. Visitamos un parque donde la maestra era la quinta generación en su familia, conocida en el Japón (y nosotros sin saberlo), y muy afables. Su padre, gran maestro, se esforzaba en comunicarse conmigo en Japonés. Me contó que ha visitado España en dos ocasiones a dar ponencias. El lugar que visitó fue Benicarló, a medio camino entre Valencia y Barcelona. Un lugar que intentaré visitar en mi próximo viaje a España. Como no pude hacer fotos "robo" una de las fotos de su página de web para ilustrar esta entrada de blog.

Nos despedimos de Tokio, un Tokio lluvioso (estamos en la estación de lluvias) y escribo desde el avión, camino a Asahikawa, en Hokkaido, la isla del norte, ciudad natal de Mineko. La familia de Mineko nos espera. Hokkaido nos espera.

martes, julio 10, 2007

Rumbo al Japón

De vuelta a viajar, esta vez rumbo al Japón. Como ya va siendo costumbre, la noche del domingo pasó sin que apenas pudiéramos dormir. Esta vez porque el barco llegó con una hora de retraso, y llegamos al hotel a medianoche. Mi vuelo sale a las 7 de la mañana, y como hay que estar en el aeropuerto dos horas antes, teníamos que tomar el taxi a las 4 y media.

Al llegar al hotel empezamos a arreglar las cosas para el viaje, y se nos hizo las dos de la mañana y aún seguíamos. Al final yo me acosté y Mineko siguió, pues ella toma el avión más tarde. Sí, volamos por separado porque usamos dos agencias de viaje distintas, una que paga mi viaje (que está cubierto por la universidad), y otra que paga el viaje de Mineko (que es más barato).

Dormí unas dos horas, y de vuelta a la carretera, o más bien al aire. Hice escala en Zurich, donde esta vez el tiempo era gris y lluvioso. Qué contraste con la escala en Zurich durante el viaje de ida, y sobre todo qué contraste con el tiempo que ha hecho en Grecia! En Zurich tenía unas 5 horas de espera, que se me pasaron enseguida mientras acababa algunos asuntillos relacionados con mi trabajo. Al final hasta me tuvieron que llamar para que acudiera al avión, qué vergüenza.

Luego el viaje largo hasta Tokio, donde estoy esperando a Mineko. He tenido tiempo de ducharme y tomar mi primera comida japonesa. Deliciosa, y espero que sea la primera de las comidas tan deliciosas que preparan en el Japón. La comida griega era buena por los ingredientes, que son frescos y cocinados al estilo mediterráneo. Pero la japonesa es especial. Y lo que más me gusta de la cocina japonesa es la sopa miso, una sopa que rara vez hacen bien fuera del Japón, pero que es tan corriente y tan buena dentro de este país, que asombra. Los japoneses tienen la esperanza de vida más larga del mundo, creo, y me parece que la razón de ello es la sopa miso, que forma parte de la dieta japonesa tanto como el arroz.

Vale, paro de contar, que aun tengo trabajo que hacer mientras espero a Mineko. Pero antes de terminar, una reflexión de Grecia. Atenas parece haber cambiado mucho desde la última vez que la ví. Está más comercializada, pero no tanto como ha resultado estar Praga. La ciudad, de unos 4 millones de gente, conserva la frescura y la alegría de vivir que se ve, por ejemplo, en España. Las calles están llenas de vida, y la gente, que en un principio parece un poco brusca, en el fondo es cordial y amistosa a su manera. Grecia me dio una gran impresión la primera vez que la vi, y esta segunda vez me ha gustado incluso más. Y la isla Santorini, qué contar! Tengo que volver, aunque sea para ver las ruinas que insistieron en no mostrarse.

domingo, julio 08, 2007

Santorini


Escribo desde el barco que nos lleva de Santorini de vuelta a Atenas. El barco en sí no tiene nada que ver con los cruceros lujosos que surcan estas aguas. Es un barco rápido, donde no hay espacios abiertos por motivos de seguridad. El exterior solamente se puede ver, o más bien atisbar, a través de unas ventanas empañadas. Vamos, que no me queda otra cosa que escribir y trabajar. Y como tengo asuntos retrasados, a ver si hago algo.

Resumo los acontecimientos desde donde los dejé. Nos levantamos a las 3 y media de la mañana el viernes pasado, y a las 4 y media conseguimos estar listos para tomar un taxi. El aeropuerto, un aeropuerto remodelado en las últimas olimpiadas de Atenas, estaba lleno de gente y las colas para facturar eran larguísimas. Y son las 4 y cuarto de la mañana! Conseguimos facturar y llegar al avión justo a tiempo. El viaje a Santorini acababa de empezar.

El avión llega a la isla puntual. El viaje fue de poco más de media hora, con lo que no tuvimos tiempo de hacer poco más que dar una cabezada. Cansados y con sueño, llega el momento de ver cómo llegar a nuestro alojamiento. No tenemos ni idea de qué tipo de alojamiento es, ni la dirección exacta. Barajeamos la posibilidad de tomar un taxi, pero al final nos decidimos por alquilar un coche para así tener más libertad en la isla. Miramos las tres agencias de coche que están abiertas, y nos decidimos por Hertz por tener el coche más barato, un seat Ibiza por 60 euros por día, por tres días. Bastante carillo, pero nos decidimos por ello.

El agente nos informa que lo que yo creía era el nombre del dueño era el nombre de un hotel, hotel Drossos, en Perissa. Nos da unas instrucciones para llegar a Perisa, y allá que vamos. Son sobre las 8 de la mañana, y yo sin apenas haber dormido la noche pasada. Intentando mantener la atención circulo por carreteras estrechas, empinadas y llenas de curvas. Pasamos por pueblecitos con edificios blancos y azules, como los colores de la bandera de Grecia. Llegamos a Perisa, pero no encuentro mi hotel. El agente me parece que dijo que mirara a la izquierda, pero no veo nada. Tras varios intentos y tras preguntar a varias personas descubro que el hotel no está a la izquierda sino a la derecha. Es un hotel pequeñito, blanco por la cal, ambientado en un estilo fresco y agradable, y con piscina. Las atendientes son muy atentas, y nos dejan usar la habitación aunque sean apenas las 9 de la mañana. Por fin podemos descansar.

Pero antes de descansar descubro que el hotel ofrece coches de alguiler a menos de mitad de precio del que hemos cogido. Esto me llena de mal humor, y tras llamar a Hertz cambio el alquiler a solamente un día, los otros dos días serán con el coche del hotel. Una vez arreglado el asunto, a dormir. Dormimos de 10 a 2, y tras un cambio de habitación (la que nos habían dado tenían un problema con las hormigas) y comer en un restaurante cercano (qué ensalada griega más deliciosa y fresca!) dormimos otra vez hasta las 5. Mucho dormir, pero el sueño no es reparador.

Aun así tenemos que levantarnos para hacer algo en la isla. Lo primero, cambiar de coche. Llegamos a Hertz, en el aeropuerto, y descubrimos que podemos dejar el coche pero no hay autobús ni taxi que nos lleve de vuelta, pues no hay vuelos que lleguen a esa hora. Por fortuna, tras esperar un poco llega un taxi que deja a un grupo de viajeros, y lo tomamos para llegar a Perissa. En total, el coche y el taxi combinados han costado una pequeña fortuna, y aún no hemos visto nada de la isla aparte de una carretera que hemos recorrido tres veces. Ahora ya sabemos que hay agencias de alquiler de coches casi en cada esquina de la isla, y aparte hay recorridos turísticos en autobús y barco que duran todo el día, con lo que el coche no es tan necesario.

Pero bueno, tenemos el coche, un Hiundai si me acuerdo bien (que yo no miro estas cosas), y a esa hora, más de las siete, lo que podemos hacer es ir a ver la puesta del sol desde Oia, un lugar que sale en las estampas de la isla precisamente por sus puestas de sol. Llegamos a Oia más tarde de las 8, el sol está a punto de esconderse, y apenas llegamos el sol se esconde detrás de las islas cercanas. La puesta de sol en sí no estuvo mal, pero tampoco es gran cosa... hasta que empezamos a pasear por el pueblo a la luz del ocaso. Las casas, blancas con cúpulas azules, se combinan con los colores cambiantes del cielo creando escenas preciosas. Un lugar idílico. Pero tentador, las tiendas se especializan en joyas de diseño inspirado en las joyas griegas clásicas y bizantinas, y Mineko se dedica a ver las tiendas, mientras yo intento sacar el máximo de la luz disponible para hacer mis últimas fotos.

Llegamos al hotel a las once, y Mineko se va directa a la cama. Yo prefiero cenar algo antes, y voy a otro restaurante cercano donde la comida está así así. Agotado con tanto ajetreo, me echo en la cama y me duermo en unos pocos segundos.

Al día siguiente, sábado, desayunamos en el hotel, donde lo mejor es, por supuesto, el yogur con miel, pero también tienen sus cereales, salchichas, huevos, quesos y otras cosas. Hay casi tanta variedad como en el hotel de Atenas. Aquí tengo que decir algo de la geografia de esta isla. La isla forma parte de un grupo de 4 o 5 islas, que juntas forman parte de un viejo volcán. Este volcán hizo una explosión tremenda hacia 1600 BC, y destruyó la ciudad de la que encontramos restos en el museo de Atenas. La explosión destrozó el volcán en sí y lo que era una isla se convirtió en este grupo de islas. Las islas están agrupadas en forma de círculo, y la parte interna del círculo, que corresponde al cráter antiguo, tiene unos acantilados impresionantes donde casitas blancas cuelgan como pretendiendo ser nidos de aves (o cagalutas de gaviotas, según de qué distancia las mires). Algo parecido a las casas colgantes de Cuenca, pero en una escala más grande y dando al mar.

Hay viajes turísticos en barco que recorren las islas, una de las cuales es la parte del volcán en activo, que estas décadas ha estado muy tranquilo pero que puede despertar de repente y hacer otra catástrofe. Decidimos tomar uno de estos viajes, pero en vez de salir desde la agencia de viaje tomamos el coche y fuimos al puerto mismo, a ver si encontramos alguna oferta especial. Pronto descubrimos nuestra segunda equivocación (la primera fue el alquilar el coche en el aeropuerto), pues el puerto no tiene espacio para aparcar, y la carretera que lleva al puerto es muy empinada y resulta imposible aparcar en ella. El lugar es caótico, con gente intentando aparcar y policías mandando a los coches fuera del puerto. Hay gente que decide aparcar en lugares prohibidos en la carretera, creando caos y congestión de tráfico. Nosotros conseguimos aparcar en la ladera del acantilado, y tras comprar los billetes de uno de los viajes descubrimos que el lugar donde aparcamos está prohibido. Al final no tuvimos otra opción que devolver los billetes y salir de aquel bullicio sin poder nacer nuestro viaje. Lo intentaremos otra vez mañana.

Decidimos ir a Akrotiri, el poblado con las ruinas destruídas por el volcán, y descubrimos que el lugar arqueológico está cerrado por renovaciones. Nada, que no tenemos suerte. Vamos a una playa cercana, conocida por la roca roja que la rodea, pero nada especial. Al final se nos hizo la hora de comer, y paramos en una taverna de Akrotiri. El camarero es el dueño, una persona amistosa pero con poco conocimiento del inglés. A Mineko le apetece comer pescado, y el dueño, incapaz de describir qué pescados tiene, al final nos lleva a la despensa y le pregunta a Mineko que elija el suyo. Los pescados, todos fresquísimos y con buena pinta. Mineko elije el suyo, y yo me decidí por uno de los platos que comí en mi viaje anterior, musaka. Mi musaka no sabe tan buena como la que guarda mi memoria, pero el pescado de Mineko es excelente.

Después de Akrotiri conducimos a través de un paisaje pintoresco con casitas blancas de cúpulas azules, hasta llegar a nuestro segundo lugar histórico, la capital antigua, con restos de varias épocas griegas antiguas. Pero otra vez la mala suerte nos acompaña, y es que, encima de que el horario es hasta las 2 y media (y ya es más tarde), están en huelga. Bueno, por lo menos no hemos sacrificado esfuerzo para llegar antes de las 2 y media y dedscubrir que estaba cerrado.

Al final acabamos en la puesta de sol de Oia, la segunda puesta de sol, también impresionante, pero no tanto por el sol en sí, sino por la multitud de gente que se junta y se apresura a fotografiar el sol usando flash, como si su flash fuera más potente que la luz del astro rey. Y nada más ponerse el sol, las calles se vacían de gente que se va a cenar o a comprar joyas. Ahora las calles son todas para mí, con su luz mágica del ocaso y su juego con las casas blancas de cúpulas azules.

Llega la noche, y el viento empieza a arreciar. Duermo apenas, preocupado por el estado del mar. Tal vez el viaje de vuelta a Atenas se cancele, y nos quedamos atrapados en la isla.

Hoy es domingo, último día en la isla, y por fín hemos podido tomar el viaje por las islas del volcán. El volcán en sí es impresionante por sus rocas negras, restos de erupciones antiguas, pero no lo es tanto como otros volcanes que hemos visto en el Japón. No tiene fumarolas, y solamente nos llega unas trazas del olor de azufre. Pero al lado de la isla del volcán está la isla de las aguas termales, un lugar donde el agua del mar está calentada con el calor de la tierra, y toma un color marrón especial. El "problema" es que el barco no puede atracar en tierra firme y tenemos que saltar desde el barco para disfrutar de las aguas, mezcla de aguas templadas y calientes. Toda una impresión para la piel.

El barco vuelve a puerto, a través de un mar que empieza a estar más picado a consecuencia del viento. Mi preocupación aumenta. Pero estoy un poco tranquilo. Si este barquito ha partido (eso sí, haciendo que muchos de los turistas se duchen con el agua del mar), el barco que nos lleve a Atenas, mucho más grande, no tendrá más problemas, no?

Y el viaje se nos acaba. Apenas nos queda tiempo para volver a Oia a comprar unas joyas (que al final Mineko ha caído en la tentación), y dejar el coche para tomar un taxi que nos lleve al puerto, ese puerto tan caótico, donde descubrimos que la comida de los restaurantes (o al menos del restaurante donde fuimos) es carísima y malísima. Un consejo, si vienes a Santorini en barco, no te pares a comer en el puerto.

Llega el barco, un barco no demasiado grande pero lo bastante como para que las olas no le presenten problemas, y partimos en él, rumbo a Atenas. Adiós, Santorini, la isla con casas en forma de joya y joyas en sus casas, la isla con su ocaso mágico. Estoy en el barco, han pasado apenas hora y media, y el barco navega un poco movido por las olas, pero seguro de llegar a su destino ... espero.

Atenas


El tiempo ha pasado volando y no he tenido tiempo de escribir cada día, como pretendía. Simplemente, Atenas tiene mucho, demasiado para los pocos días que teníamos para ella. No hemos podido dedicar el tiempo que se merece, y además yo tenía mis asuntos de trabajo que atender. Pero bueno, aquí escribiré un breve resumen de lo acontecido en Atenas el resto de los días, un resumen muy pobre pero que tendrá que valer.

El miércoles estuve todo el día ocupado con la visita a la universidad, y apenas tuve tiempo para reservar un viaje a Santorini, una de las islas más conocidas de Grecia. La reserva la hice con prisas, tras intentar con dos agencias de viaje. A la tercera fue la vencida, y conseguí reservar vuelo de ida, alojamiento en un lugar desconocido de la isla (cómo será?), y vuelta en barco porque no quedaban plazas de avión.

A la cena con Ion, mi persona de contacto en Grecia, me contó que es un poco arriesgado tomar un barco el último día de estancia en Grecia, pues a veces el viento hace imposible la travesía y tienen que suspender los viajes en barco. Bueno, lo hecho hecho está, a ver si el tiempo se comporta y no tenemos problemas. La cena, por cierto, fue estupenda, al lado de la Acrópolis en una zona de restaurantes muy concurrida.

El jueves es el último día en Atenas. Apenas hemos visto nada, con lo que tenemos que usar todo el día para ver lo que podamos. Lo primero por ver es, por supuesto, la acrópolis. Muchos siglos han pasado desde que se construyó, y ahora está en ruinas, y lo poco que queda está en restauración, lleno de andamios. Pero aun así la acrópolis es toda una inspiración. La grandiosidad de las columnas en la entrada hacen ver la gran riqueza y avance tecnoloógico, y sobre todo, artístico, de aquellos tiempos. Y esto hace ver nuestro "progreso" con cierta perspectiva. Como dice Mineko, las obras griegas son como de otro mundo, un mundo que desapareció por varios motivos, y que no se puede recuperar. La tecnología ha avanzado desde entonces, pero el sentido artístico de la Grecia antigua sigue allí, dando inspiración a quien se sienta inclinado a recibirla.

Eso sí, el calor de Atenas en estos días de verano son cosa de este mundo, y muy palpable. La acrópolis recibe un poco de la brisa del mar no lejano, pero aun así el calor no deja opción para ver mucho sin empezar a sudar como en una sauna, y pronto bajamos a tomar un granizado de limón en la entrada. Seguimos camino a la Plaka, la zona de comercio, a caballo entre un bazar y un mercado. Los comerciantes, pesados, intentan venderte lo que puedan. Nosotros, hambrientos, sedientos y sudororos, intentamos ignorarlos y buscar un lugar donde comer. Al final llegamos a nuestro destino, una zona en Monastiraki con bares que se especializan en suvlaki, esos pinchos de carne tan populares. Aun me acuerdo de mi primer viaje a Atenas. El olor de la parrilla y las hierbas han quedado conmigo desde entonces, y las memorias han llegado en cuanto he puesto pie en Monastiraki. Los suvlakis, mejores que los que mi memoria recordaba, han sido la mejor comida hasta ahora en Grecia.

Después de comer, vamos al museo arqueológico, que no se puede hacer otra cosa con este calor. Llegamos al museo, cansados y sudorosos, y sin fuerzas para ver las obras, con lo que decidimos tomar algo antes de empezar. Me acuerdo del quiosco a la entrada. Este fue un lugar nefasto en mi primera visita, pues uno de los camareros pretendió que el dinero que le dí, que era más del valor de la bebida pues no tenía billetes pequeños, era su propina. Y se la tomó como tal, a pesar de mis protestas. No tuve otra opción que dejarle con mi dinero pues mi grupo ya había partido y yo arriesgaba quedarme solo en Atenas en aquella ocasión. El camarero, muy pillo, vio lo que estaba pasando y se aprovechó. Total, que en este segundo viaje volvi al quiosco con pocas ganas, pero no había otro lugar donde enjuagarnos la sed. Nada más llegar, el camarero nos dio una jarra de agua, incluso antes de pedir nada. Esto se lo agradecimos sobremanera, y tras vaciar casi un litro de agua en nuestros estómagos pedimos nuestra bebida. Yo pedí batido de chocolate, lo mejor que se me ocurrió para recuperar fuerzas. Ya recuperados, pagamos la cuenta y el camarero se esforzó por darme el cambio exacto aunque yo, con las prisas, empezaba a marcharme antes de que él acabara de darme el cambio completo. Esta situación me alegró el corazón. Este camarero no tiene nade que ver con el que me robó la otra vez. Asunto concluído, tras más de veinte años no me queda rencor.

Las obras del museo supongo que son las mismas que en mi primera visita, pero mi impresión esta vez fue mucho más grande. Las obras de arte son como un buen vino, que mejoran con los años. Y estas llevan ya miles. La sala de exposiciones temporales fue especial para nosotros. Presentaga hallazgos de un poblado de las primeras eras de Grecia, mucho antes de la Grecia clásica. Este poblado fue destruído por un volcán, algo así como la Pompeya de Grecia. Tras ver las obras de esta sala descubrimos con sorpresa que el poblado está en Santorini. Precisamente la isla que pensamos visitar! Un motivo más para ir a esta isla, y un lugar más a visitar en la isla.

Volvimos al hotel tras un largo paseo de vuelta por la plaka, visitando tiendas, y disfrutando del ambiente tan vivo de la noche, fresca y alegre, cuando toda la población de Atenas sale a la calle. Pero nosotros tenemos aun mucho que hacer, pues nos vamos al día siguiente a Santorini, y el avión sale a las 6 menos cinco de la mañana. Y entre una cosa y otra, se me hicieron las dos y aun sin ir a la cama. Total, que la noche del jueves fue cortísima para mí, solamente dormí hora y media pues me tenía que levantar a las 3 y media para poder llegar al aeropuerto antes de las 5 de la mañana.

Pero tengo que acabar la narración aquí, que se me ha hecho tarde, hoy es sábado, estamos en Santorini, y mañana aun nos queda mucho que hacer.

Espero poder seguir contando mañana desde el barco. Buenas noches.

martes, julio 03, 2007

Llegada a Atenas


Al final Mineko llegó con una hora de retraso, más el tiempo que tuvo que esperar para que le llegaran las maletas. Total, que amanecimos en el hotel, y nunca mejor dicho, porque llegamos al amanecer. Como resultado pasamos el día durmiendo y comiendo. Nos acostamos a las 6 y media de la mañana, y nos levantamos a las 9 para desayunar, que ya que no pasamos la noche por lo menos tomamos el desayuno que está incluido. El desayuno resultó ser excelente, buffet libre con gran variedad de productos griegos. Lo mejor de todo fue el yogur. El yogur griego es famoso, por lo menos lo es en Australia, pero el original de Grecia no se puede comparar con las imitaciones de los supermercados australianos.

Después del desayuno, de vuelta a dormir hasta la hora de comer. Intentamos acceder al internet del hotel, pero parece ser que su sistema de autorización no funcionaba con lo que no pudimos entrar. Cansados de intentar, y tras decir a los del hotel que lo arreglen, al final fuimos a una sala de internet cercana. El internet era mucho más barato que en el hotel, pero tenía otro precio distinto. Era una sala de juegos online, llena de chiquillos jugando al internet, y con música a toda pastilla. Vamos, que muy tranquila no era. Pero nos satisfació nuestras necesidades de conectarnos.

Descubrimos que Starbucks, que estaba al lado mismo, también tenía internet de wireless, con lo que tal vez vayamos allí en otra emergencia. De todos modos, tras comer algo ligero en Starbucks fuimos al hotel, donde descubrimos que el acceso a internet no funcionaba al gusto del hotel pero sí a nuestro gusto, pues el sistema de autorización seguía sin funcionar pero podíamos usar el internet sin tener que pagar. Total que estuvimos toda la tarde conectados, que eso de que era gratis...

Fui a cenar con Ion, la persona que me ha invitado para dar una charla en Grecia y la razón por la que estamos aquí. Mineko y yo nos recuperamos del cansancio de distinta forma. Yo fui a cenar con Ion, Mineko se quedó en el hotel durmiendo. Y la cena? Estupenda, como parece ser toda la comida griega.

Hoy martes el día ha pasado sin nada que contar, pues tanto Mineko como yo estamos muy atareados, yo preparándome para la presentación de mañana y otros trabajos que me he traído, y Mineko con unas traducciones que tiene que hacer. Mañana también estaremos ocupados, a ver si podemos ir a ver algo el jueves. La acrópolis ha estado esperando unos miles de años, podrá esperar un par de dias más.

Y para cenar? Pues los dos platos griegos tal vez más internacionales, a saber el gyros (o kebab en Turquía) y la ensalada, regados con vino retsina, un vino con resina de pino añadida para darle sabor.

lunes, julio 02, 2007

Ultimos días en Praga


Los últimos días en Praga han pasado volando. El sábado atendí a las últimas sesiones del congreso mientras Mineko se intentaba recuperar de su viaje agotador. Para acelerar el proceso de recuperación fuimos al "wellness centre" del hotel, que además de piscina y sauna tiene masaje tailandés. Yo me hice una hora de masaje, Mineko hora y media más sauna. El masaje fue excelente. Una presión por aquí, un movimiento por allá, y el cuerpo se siente como recién puesto. Estaba tan relajado que a mí me parece que ronqué durante el masaje. Pero Mineko, que estaba al lado, dice que no, que no ronqué. Claro que ella también estaba haciéndose un masaje con lo que igual ella estaba soñando que yo no roncaba y que esos sonidos que se oían eran las olas al romper en su acantilado onírico...

Mi plan inicial era el ir a un concierto en el centro de Praga, pero al final nos quedamos en el hotel, cenando en uno de sus restaurantes. La comida, cara y salada (al parecer al gusto checo, no el precio, sino el sabor), pero por lo menos no teníamos que salir del hotel, que no hay nada cerca.

Y el domingo ha sido el último día en Praga, un día largo y agotador. Por la mañana, tras hacer las maletas y dejarlas en la consigna del hotel corrimos a coger el autobús que nos llevaría al metro, que casi lo perdemos. El plan era ir al centro histórico y apuntarnos a uno de los numerosos recorridos turísticos de la ciudad. El recorrido en particular prometía, pues combinaba paseo a pie, tranvía, y barco por el río, durante un total de 6 horas. Y la comida "típica checa" estaba incluída. Pero con las prisas de coger el autobús nos dejamos la información del recorrido en las maletas, y tras mucho correr por el centro en busca de una oficina de turismo donde supieran algo (que hay cantidad de oficinas pero los atendientes no saben gran cosa) al final llegamos tarde al grupo y ya había salido.

Desilusionados, buscamos otra alternativa, y al final nos apuntamos a un recorrido de dos horas en autobús por la ciudad. El recorrido no tuvo nada de especial, con mensajes pregrabados que no estaban muy bien sincronizados con lo que veíamos. "A la derecha pueden ver X... y a la izquierda pueden ver Y..." pero no tenía claro dónde estaba X y dónde Y. Pero el recorrido tuvo la sorpresa de llevarnos al castillo de Praga, un castillo todavía en activo. El presidente de la república checa tiene su residencia en tal castillo, aunque más que castillo parecía un palacio pues no ví ninguna fortificación. Eso sí, el edificio púrpura de estilo antiguo era impresionante, y más impresionante era la iglesia gótica enfrente del castillo-palacio.

De vuelta al centro buscamos donde comer y al final acabamos en el restaurante que fui con David dos días antes. La camarera, tan sonriente como la otra vez, nos sirvió comida estupenda, aunque eso sí, salada (faltaría más). Tal vez sea por eso que los checos consumen tanta cerveza? Y esta vez cuando pedí la cuenta no nos dieron cerveza extra.

Las últimas horas las pasamos viendo el barrio judío, que es un barrio poco corriente para ser judío, pues lo renovaron completamente a principios del siglo XX y no tenía las típicas callejuelas retorcidas sino calles amplias y rectas, con su sinagoga aquí y allá. La comunidad judía en Praga fue muy influencial hasta que llegó la calamidad de Hitler y acabó con todo, pero por lo menos quedaron los edificios.

Y al final, al aeropuerto, a tomar el avión que nos llevara a Atenas. O más bien los aviones, pues tomamos aviones separados. Mi vuelo estaba previsto para las 11:50 de la noche, y el de Mineko para lass 11:05, un poco antes. Pero el vuelo de Mineko se ha retrasado unas dos horas y al final yo he partido antes. Y aquí estoy, son las 4 y veinte de la mañana, en el aeropuerto de Atenas, esperando a Mineko, que debe de estar a punto de llegar... espera que mire la lista de vuelos... la llegada está prevista para las 4 y veinticinco... a ver cuánto tarda en llegar a la salida, que por lo menos en mi caso el recorrido desde el avión hasta las maletas era interminable.

Bueno, para terminar, mi impresión de Praga es que los lugareños (que al final no sé cuál es el gentilicio) se están aprovechando de los fondos generados por el turismo, y el resultado es una ciudad que más que ciudad parece un parque temático. Muchos de los taxistas son unos aprovechados, pero el sistema en general está muy bien organizado. El transporte público es tremendamente eficaz, y la ciudad tiene todas las facilidades. Qué diferente de cuando fui la otra vez, que era una ciudad que se estaba despertando de su pesadilla, donde el mercado negro de cambio de moneda era rampante, y donde todo el mundo podía hablar ruso pero nadie quería hacerlo. Pero me cuentan que aún ahora prefieren no hablar en ruso aquellos que aún se acuerdan.

Y los turistas? Cuando fui la mayoría eran alemanes y yo debería ser el último español de aquellos lares. Ahora me parece que la mayoría de los turistas eran españoles... qué invasión!

sábado, junio 30, 2007

Mineko en Praga


Hoy ha sido un día completo. Toda la mañana la he pasado en el congreso, atendiendo ponencias, hasta no poder más. A la hora de comer no tenía mucha hambre pues había comido en abundancia durante los descansos. Con lo que en vez de comer aproveché para ir al "wellness centre" que tiene su piscina, sala de maisajes, gimnasio de pesas, sauna y alguna que otra cosa más. Me fui a la piscina e hice un montón de largos, o más bien cortos, pues la piscina no tendría más de 20 metros, y luego fui a la sauna, a sudar y relajarme. Qué calor, y qué gusto al salir de la sauna.

Por la tarde atendí a un par de presentaciones más, y luego fui al centro con unos compañeros. Acabamos bebiendo cervezas y haciendo una cena pronta en lo alto de una terraza desde donde se veían los tejados de toda la ciudad en el centro histórico, al lado del reloj astronómico que tiene tanta fama. Era como ser los dueños de la ciudad (o los vigilantes?).

La cena pronta fue porque tenía que ir a recoger a Mineko al aeropuerto, que viene a Praga a pasar el fin de semana antes de irnos a Atenas. Stephen, un compañero de David también tenía que ir a recoger a su mujer al aeropuerto, qué casualidad, y fuimos los dos juntos con el plan de compartir taxi de vuelta al hotel.

Mineko al fin llegó, tras una hora de espera por las maletas, pero la mujer de Stephen tuvo peor suerte y su vuelo se retrasó varias horas, con lo que Mineko y yo volvimos al hotel por nuestra cuenta. Tomamos un minibús, qué decisión más errónea. Tuvimos que esperar a que el minibús se llenara, y después el minibús hizo un recorrido no solicitado por la ciudad mientras dejaba a los otros pasajeros, en grupos. Nosotros fuimos los últimos en dejar el minibús después de como una hora de recorrido. Y creeréis que el precio sería a compartir entre los viajeros? De eso nada. Cada grupo pagó el equivalente de un viaje en taxi. La compañía sacó el equivalente de tres tarifas de taxi en un solo viaje, y nosotros tardamos mucho más de lo que habría sido si hubiéramos tomado un taxi. El viaje en sí no fue demasiado caro si se compara con otros países, pero daba la sensación de que nos estaban tomando el pelo. No da gusto viajar así.

viernes, junio 29, 2007

Las bebidas de Praga


Anoche, cansado ya de tanta conferencia, mi compañero David y yo fuimos al centro a cenar algo. David estuvo en Praga hace unos años y conocía algunas de las bebidas características de aquí. Y allá que vamos, yo a probar y él a recordar.

Fuimos a Mala Strana, la zona más allá del puente, donde hay gran cantidad de restaurantes y bares. Al final llegamos al destino, un bar/restaurante que nos recomendaron porque hacen su propia cerveza. El lugar tenia algunos turistas (qué facil que es detectar a un turista!) pero la clientela consistía de checos en su mayoría. En el bar, un perro amistoso reposaba cerca de su dueño, uno que parecía ser cliente fijo del lugar.

David pidió cerveza, y nos dieron de la comercial, cosa que nos sorprendió. Luego vimos en la lista de bebidas que no había ninguna cerveza especial, cosa que nos sorprendió más. Pero bueno, la cerveza estaba buena. Aprendí que aparte de la rubia, los checos tienen buena cerveza negra, más suave que la Guiness pero con su regustillo dulce al final del trago.

La cena, barata y me parece que al gusto checo (saladísima!) pasó sin nada especial, hasta el tiempo de los postres. Fue cuando probé algunos de los licores. Yo tomé becherovka, un licor de hierba, David tomó slivoviche, un licor de ciruela, a cuál más fuerte. No llegamos a pedir absenta, que se supone que tiene 70 grados de alcohol, tal vez en otra ocasión.

Al terminar la cena pedimos la cuenta, con mezcla de inglés y aspavientos para asegurarnos que nos entendían. Parece ser que los gestos que hicimos indicaban otra cosa en checo, pues la camarera llegó toda contenta con dos nuevas jarras de cerveza. "No, no, la cuenta!" La camarera, tan contenta como siempre, simplemente se fue a las mesas de al lado y les dio las cervezas a otros comensales. Que aquí no se pierde nada.

No nos fijamos si en la cuenta venía la cerveza que se tomaron los otros, pero no importa. Aquí la cerveza es tan barata que no cuestan más que lo que se suele dar de propina en otros países.

De vuelta en el hotel descubrimos que el restaurante que fuimos no era el que nos recomendaron por la cerveza. Nada, igual probamos otro día en el lugar correcto.

jueves, junio 28, 2007

Música en Praga


Algo que llama la atención al visitar Praga es el número de oportunidades que ofrece para escuchar música. Cualquier ciudad que se precie de serlo ofrece espectáculos de todo tipo, pero Praga tiene una debilidad por la música clásica. En la oficina de turismo, en la casa de la música, en los hoteles, casi en cualquier lugar se puede encontrar información de conciertos. Tenía pensado apuntarme a uno de esos conciertos, pero resulta que hasta la conferencia misma ofrece un espectáculo de música clásica para los participantes, al que me apunté sin pensármelo dos veces.

La función tuvo lugar ayer miércoles, en la sala de juntas de la universidad que patrocina la conferencia, la universidad de Carlos (en honor al rey Carlos IV). La parte más antigua de la sala data del siglo XIV si los datos son correctos, y es todo solemnidad. Los músicos, un cuarteto de cuerda, tocaron varias piezas, incluyendo Dvorak, por supuesto, el gran compositor checo. Ah, la música, la cultura, algo que los australianos se obstinan en ignorar, cuánto os echo de menos.

Llegamos al hotel a las diez. "Hora de cenar", dice mi compañero, un español que también está en la conferencia. Sí, hora de cenar según el horario español, pero muy tarde para mí. Qué hambre! La cena, gulash checo y regado con cerveza para mí, la tomamos al compás del acordeonista, para quien las horas no pasan y alegremente toca piezas conocidas incluso para mí. No pude resistirme tararear una de sus piezas, una canción que aprendí durante mi época de rondallista:

Hoy hay paella, qué delicioso manjar,
tiene de todo, sólo le falta el caviar,
tiene pimientos (morrones!), tomate y azafrán,
y también tiene una gamba, para todo el personal.

Que aproveche!

lunes, junio 25, 2007

Por fin en Praga


Por fin estoy en Praga. El avión llegó sin contratiempo al aeropuerto. La otra vez que estuve en Praga los precios de todo estaban bajísimos. "Es de suponer que ahora los precios son más altos", pensé, pero aún así no sabía cuánto dinero sacar del cajero. Al final saqué 2000 coronas, que al cambio serán como 100 euros, o 160 dólares australianos. Pronto descubrí que tendría que sacar más, pues el taxi que me llevó al hotel costó 1000 coronas.

Pero bueno, llegué al hotel. El hotel está en las afueras de la ciudad, en una zona más bien aburrida. Un lugar bastante extraño para organizar una conferencia, la verdad. Llegué antes de las 10 de la mañana, demasiado pronto para tomar la habitación, con lo que decidí dejar las maletas en el hotel y hacer mi primer paseo por la ciudad. A pesar de estar lejos de la ciudad, el transporte es muy bueno y no se tarda más de media hora en llegar al centro.

El día era caluroso, y la zona empezaba a llenarse de turistas. A medida que pasaba el día, el calor y el número de turistas empezaron a aumentar. Praga ha sido siempre una atracción para los turistas, incluso durante su época comunista, pero cuando llegué, ayer domingo, me sorprendió el número. Decidí no entrar en los edificios más característicos del casco antiguo, pues la combinación de calor y gente, más mi cansancio por el viaje, no daban una buena perspectiva al asunto. Con lo que recorrí el casco antiguo hasta llegar al puente de Praga, el alma de la ciudad y punto de mira de todas las cámaras fotográficas. Era una mañana de domingo de principios de verano, y así se notaba por el número de turistas y atracciones como artistas y actores de calle.

Después de comer volví al hotel, a descansar por fin. Mi habitación está en el hotel anexo del de la conferencia. Es mucho más barato, y con razón, pues la habitación es más bien espartana. No tiene televisión, ni nevera, ni aire acondicionado, pero lo esencial está allí, una ducha y no una sino tres camas... por si me aburro de dormir en la misma cama todas las noches.

Mi primera impresión de Praga no ha sido especial. La ciudad ha cambiado de la forma esperada. Hay muchos más turistas, los precios son más altos (pero aun así son más bajos que en Australia), y la globalización ha llegado aquí como en todas partes. Hoy lunes he comido en un centro comercial supermoderno, donde la comida es tan aburrida como en cualquier centro comercial de cualquier país. Y qué comida ofrecían? Pues comida basura, hamburguesas, comida china, pizza... yo al final me decidí por un kebab, más que nada porque era una de las pocas cosas que sabía cómo pronunciar a la hora de pedir.

Y al final de la comida, un helado. Eso sí que no ha cambiado. Los helados checos son deliciosos, mejores que los que se suelen vender en España, e infinitamente mejores que los australianos.

Y para beber durante la cena? Cerveza por supuesto, ya que Pilsen es un pueblo checo donde se inventó la cerveza estilo Pilsen, que es el tipo de cerveza rubia que se suele beber en España.