miércoles, julio 23, 2008

La catedral del bosque


El día amaneció lluvioso. Una lluvia copiosa, insistente. Se supone que estamos en el mes más seco del año, pero más bien parece que estamos en la estación húmeda. Pero bueno, mejor levantarnos, he hemos reservado puesto en un recorrido en barco por el río a las 8 de la mañana, para ver las aves del lugar... pero ¿valdrá la pena salir con este tiempo?

Al cabo de unos minutos tenemos la respuesta. Andrew, el dueño del alojamiento, llama por la ventana y nos dice que se ha cancelado el paseo en barco por la lluvia. Con lo que nos quedamos sin ver las aves (ni los cocodrilos), pero aun así decidimos levantarnos temprano, a ver si podemos hacer otra cosa.

Andrew y Trish son gente muy amable. Aparte de reservarnos el paseo, y de avisarnos de su cancelación, también nos reservaron la cena en el restaurante de ayer. Y por el simple hecho de hacer la reserva, la cena nos resultó con un descuento del 15%. Esta mañana, la última en nuestra estancia, nos hacen una foto que al final nos enviarán por email. Y el desayuno, delicioso. Todo es casero, hasta el pan y las mermeladas. Y cuando (astutamente) les preguntamos por una panadería para comprar el pan del día, nos ofrecieron unas cuantas rodajas de su pan casero.

Desayunamos temprano, y partimos de viaje antes de las diez de la mañana. Tenemos todo el día por delante hasta llegar al aeropuerto, que el vuelo desde Cairns es a las siete de la tarde. Pero con este tiempo, ¿qué vamos a hacer? Cuando llegamos a la altura de Mosman la lluvia sigue, y no nos apetece hacer el paseo con los indígenas que teníamos pensado hacer en este día.

Intentando evitar el mal tiempo tomamos la carretera de la altiplanicie, a ver si llueve menos por las alturas. Y ciertamente, el tiempo es menos lluvioso por arriba. Paramos aquí y allá para buscar tesoros de geocache, recorremos parajes de termiteros de dos metros de altura, y paramos a comer al lado de una laguna, un oasis en esta parte seca. La costa este de Australia es así. Cerca del mar es más bien húmedo, pero en cuanto entras tierra adentro tienes que subir una cordillera de montañas, bajas pero lo bastante altas como para parar la humedad, y delante se te aparece el "outback", ese terreno tan seco que, a medida que te adentras en el continente, se convierte en el desierto cálido más seco del planeta.

Vemos que aún tenemos tiempo, con lo que damos un rodeo para llegar a los altiplanos de Atherton. En esta parte, a un par de horas de Cairns, hay varios lagos formados all llenarse de agua cráteres de volcanes. Es un lugar impresionante, pero la lluvia, que vuelve a perseguirnos, no nos deja pasear a gusto. Con lo que seguimos.

El mapa nos muestra algo llamado "árbol catedral", con lo que nos dirigimos a ese lugar. Si es un árbol, con ese nombre debe de ser algo espectacular.

Y ciertamente, el árbol catedral es el árbol más fantástico que he visto jamás. No tiene más de unos quinientos años, nos cuenta el panel turístico, pero en este bosque de árboles jóvenes que crecen tan rápido, estos son muchos años. Y el árbol aparenta esos años y más. Es un ficus estrangulador, que germinó en la copa de un árbol altísimo. Con el tiempo las raíces llegaron hasta el suelo, y el árbol acabó estrangulando al árbol original. Ya no queda ni rastro de este primer árbol, y lo que se ve son todo raíces aéreas que suben decenas de metros, hasta ver a lo alto el árbol en sí, majestuoso, con todas esas raíces con formas caprichosas que asemejan las decoraciones de una catedral gótica. Puedes incluso caminar por entre las raíces, y adentrarse en esta catedral es algo mágico. Desde abajo, se ven todo raíces, y allá arriba se ven ramas. Y lo más curioso, por entre las ramas parece que hay otros árboles , y tal vez dentro de otros quinientos años sus raíces llegarán hasta el suelo para acabar con esta catedral y tal vez crear algo más grandioso.

Vemos que aún queda tiempo para ver algo más, con lo que seguimos visitando esta zona fascinante. La carretera se torna en pista forestal sin asfaltar, y nos lleva a un sendero que recorre parte del bosque. Me doy cuenta que la parte de pista forestal nos ha llevado más tiempo de lo pensado y ahora vamos justos de tiempo, con lo que el paseo parece más bien una marcha sin apenas interrupciones.

De vuelta descubrimos que este desvío después de visitar la catedral es algo que no teníamos que haber hecho. Son más de las cinco, y el avión sale a las siete. Tenemos menos de una hora para llegar al aeropuerto si queremos tomar el avión sin apuros. Y entre nosotros y el aeropuerto está la pista forestal, y una carretera que nos lleva por entre montañas, una carretera que no conocemos y nos puede deparar sorpresas.

Miro el mapa y descubro que lo peor de la montaña está aun por llegar. Son todo curvas y más curvas. Con lo que aprieto el acelerador, pero no se puede ir muy rápido por esta carretera. ¿Llegaremos a tiempo? Para colmo, el depósito de gasolina empieza a marcar reserva, con lo que tendremos que parar en algún sitio para repostar. Y empezamos a hacer planes por si no llegamos a tiempo. Tal vez sea mejor así. Si perdemos el avión, tenemos otra noche más para disfrutar de Cairns. Casi casi me gusta esta idea. Total, ya hemos perdido el avión una vez en este viaje.

La carretera sigue, y sigue. Llegamos a la costa, y pronto encontramos una gasolinera. La carretera ahora nos lleva por dentro de Cairns, que tenemos que atravesar de parte a parte, parándonos en sus semáforos. Al final salimos de Cairns para llegar a su aeropuerto. Son más tarde de las 6 y media, aún tenemos tiempo... apenas. Pero aún tengo que dejar el coche.

Decidimos que es mejor que se baje Mineko con las maletas, y luego dejo yo el coche. El aeropuerto es pequeño, y por suerte no hay nadie en la oficina de coches de alquiler. Simplemente tengo que dejar la llave en un buzón, cosa que hago en un minuto, y corro a ver a Mineko, que está ultimando los arreglos de las maletas, junto a un guardia que mira curiosa su actividad frenética. Son las 7 menos cuarto.

Corremos a facturar... ¿será demasiado tarde?

Pues no, resulta que el avión sale con retraso, y aún hasta nos toca esperar. Con lo que se acaba así nuestro viaje, no hay noche extra en Cairns... tal vez tendría que haber conducido un poco más despacio.

Atrás quedan los peces y la barrera de coral, los árboles y las playas, y la catedral majestuosa.

martes, julio 22, 2008

Bosque y playa


El río Daintree marca la frontera del hábitat del cocodrilo. A partir de aquí, entrar a nadar en un río equivale a arriesgarse a ser atacado por un cocodrilo, y en todos los ríos aparece la señal de aviso. Abundan paseos en barca para turistas que quieran ver a estos animales, pero no es algo que nos atraiga a nosotros. Si vamos a ver cocodrilos, o lo que sea, preferimos que sea sin formar parte de un grupo turístico. Que si vamos a ver algo salvaje, mejor que sea en su estado natural, sin interferencias ni provecho de ningún agente de turismo.

Con lo que, en vez de buscar cocodrilos, cruzamos el río para ver el bosque y sus posibles encantos. Desde el ferry vemos, enfrente, una capa verde de árboles. Atrás queda la civilización, y entramos en el parque.

Pero pronto descubrimos que el norte está casi tan civilizado como el sur. La carretera, estrecha y con curvas, pasa cerca de atracciones turísticas. Una de ellas es un recinto donde hay una plataforma a la altura de las copas de los árboles, donde se puede apreciar el bosque a vista de mono, si hubiera monos aquí. Preferimos no pagar la entrada, y en vez de eso recorremos un sendero "clásico", sobre el suelo. El lugar, solitario, es todo para nosotros, y disfrutamos de la gran variedad de árboles, plantas trepadoras, y vegetación que son las dos cosas, árboles trepadores que nacen en las copas de árboles maduros, y en vez de crecer hacia arriba crecen hacia abajo, hasta que las raíces llegan al suelo. Una vez las raíces llegan abajo, estos árboles toman fuerza, y con el tiempo estrangulan a su benefactor. Son los ficus estranguladores.

Más adelante llegamos a una playa donde el bosque llega hasta la arena. Es una zona de contrastes, entre el verde de la vegetación, el blanco de la arena, y el azul del agua. Y caminando por la orilla descubrimos cantidad de trozos de coral de la barrera cercana. Aquí, en vez de recoger conchas marinas, lo que toca es recoger trocitos de coral. Al lado de la playa vemos una señal de aviso de las medusas, que durante el verano son un peligro tan serio como los cocodrilos de los ríos.

Hacemos parada obligatoria en un puesto de helados artesanos con frutas tropicales del lugar. Son frutas de sabores desconocidos y apetecibles. Mientras disfrutamos de nuestro postre llegan un par de autobuses a descargar su carga humana, todos ellos ávidos de probar el helado.

Seguimos el recorrido, parando aquí y allá, paseando entre bosque y playa. La vegetación es interesante, pero a decir verdad no es tan especial. Me dio mucha más impresión la vegetación cerca de Sidney la primera vez que vine a Australia, con sus eucaliptos, sus "flores de araña" y sus flores "cepillo de botella", y las nueces tan artísticas del árbol banksia. Y más impresión me dieron los bosques de Tasmania y Nueva Zelanda, con sus árboles milenarios, enormes. Aquí en el trópico australiano los árboles son todos jóvenes. Es una vegetación que no ha cambiado desde la época en que todos los continentes estaban unidos en el supercontinente de la Pangea, mucho antes de la llegada de los dinosaurios. El saber esto impresiona, sí, pero los árboles en sí, más bien primitivos, no son tan vistosos como en otras partes.

De vuelta nos damos cuenta que llegamos tarde a nuestra reserva para la cena, con lo que viajamos a toda prisa, dentro de lo que nos deja la carretera, hasta llegar al restaurante. La cena, fabulosa y una manera excelente de terminar el día.

lunes, julio 21, 2008

Primeras impresiones de Daintree


La segunda parte de este viaje a Cairns nos lleva a Daintree, la zona de bosque tropical. El bosque de Daintree es el más antiguo del mundo, con más de 130 millones de años. Qué coincidencia, que este bosque se encuentre tan cerca de la barrera de coral. Se me antoja ver árboles milenarios, y tal vez encontrarme con uno de esos ents, los pastores de árboles que aparecen en ¨el señor de los anillos¨.

Nuestro viaje comienza en Cairns, donde vamos a la agencia de coches de alquiler. Descubrimos que el lugar está lleno de agencias de coches de alquiler, escuelas de submarinismo, y alojamientos baratos. Este es un lugar ideal para venir sin reservar nada, y simplemente buscar la mejor manera de pasarse las vacaciones. Todo un paraíso para jóvenes y aventureros. Yo no soy mucho de lo primero, pero algo de lo segundo.

Ya con el coche, seguimos la costa. No tengo permitido subir más de 300 metros durante las 24 horas siguientes a mi última inmersión, que aún sigue el peligro de descompresión. Con lo que vamos tranquilos, viendo el paisaje marino, y sin acercarnos a las montañas cercanas.

El objetivo del día es visitar el valle de Mosman, uno de los lugares donde se puede entrar en el bosque de Daintree. Ya casi en el bosque paramos en una población aborígen donde organizan paseos con guías locales, pero la mala suerte hace que este sea uno de los pocos días que tienen fiesta, una fiesta especial que solamente celebran ellos. Con lo que tenemos que esperar a otro día, y seguimos entrándonos en el valle, un valle estrecho, y boscoso, hasta la senda del bosque.

El bosque en sí es un poco decepcionante, pues hay tantos turistas que el encanto de estar en el bosque más antiguo del mundo se rompe. Y los árboles, de milenarios nada. Son todos árboles jóvenes, que aunque el bosque sea antiguo los árboles no lo son. No hay árboles gigantes, por lo menos en esta zona, y la única fauna que vemos son los turistas, y un pavo salvaje que no para de seguirnos.

Que éste no es nuestro día.

Llegamos a la población de Daintree, donde tomamos nuestro alojamiento. Los dueños son una familia entusiasta de las aves, y desde el jardín se pueden ver aves de todos tipos en días favorables. Hoy es un día lluvioso, y las aves están en otra parte. Pero el lugar en sí es tranquilo, y todos los ocupantes son aficionados al birdwatching, ese pasatiempo que consiste en observar aves. Es un pasatiempo que adquirí cuando vivía en Escocia, un lugar donde la gente colecciona de todo: hay quien colecciona montañas escalándolas (¨hillwalking¨), quien colecciona trenes intentando descubrir nuevos modelos recorriendo las vías (¨trainspotting¨), y cómo no, quien colecciona aves, tomando fotografías y anotando su comportamiento.

El poblado es simplemente tres calles, una tienda, una cabina de teléfono, una oficina de turismo cerrada a estas horas, y un par de restaurantes para turistas. Cenamos en uno de los restaurantes, el único que está abierto este día, y que está lleno de lugareños disfrutando de una cena substancial y barata.

domingo, julio 20, 2008

Expediciones submarinas





Después de una noche ajetreada al final me levanto a las 6 de la mañana. Sorprendentemente estoy descansado, y listo para visitar las profundidades marinas. Esta vez me dejo el reloj, que no está garantizado para las profundidades que vamos a bajar, pero llevo la cámara de fotos, que la puedo bajar hasta cuarenta metros.

El cielo tiene los colores de la aurora, y me sorprende la ausencia de frío, algo que siempre asocio con los momentos antes de la salida del sol. Y el agua nos espera.

Bajamos rápido, siguiendo el cable del ancla, y en un dos por tres estamos en el fondo del mar, que al fin y al cabo treinta metros no son nada, se pueden caminar en menos de un minuto. Pero la sensación a treinta metros bajo el agua, aun estando tan cerca, es algo tan diferente. La presión realmente no se siente directamente, no sientes como si te estuvieran exprimiendo porque el cuerpo es todo agua que no se comprime, y el aire que respiramos está a la misma presión que el agua. Pero el agua parece algo viscosa, como el aceite, y hace que los movimientos sean más lentos. Ferdinand, el instructor que me sacó el título de buzo. dijo en cierta ocasión que a grandes profundidades, mucho mayores que estos treinta metros, hasta el aire se siente como viscoso por la presión.

Y no solamente los movimientos son lentos. El pensamiento se ralentiza, me cuesta más estar al tanto de lo que pasa alrededor. Todo parece curioso, divertido. Entran ataques de euforia que cuestan reprimir. Son síntomas de una narcosis del nitrógeno leve, algo que suele suceder a grandes profundidades, y peligrosa no por ser dañina, sino porque puede provocar reacciones como cuando uno se emborracha, y ya sabes, si bebes no conduzcas. Intento hacer fotos, pero la cámara parece no funcionar... o es que no estoy apretando el botón que toca? toco todos los botones, pero nada parece funcionar, extraño.

Y así estamos todos, algunos con síntomas de narcosis leve, que les hace reír por cualquier cosa... y hasta se puede oír la risa a través de esta agua tan espesa. Y empezamos con los experimentos.

En el primer experimento, comparamos el indicador de profundidad de cada persona, y vemos que hay grandes diferencias, pues estos se vuelven menos fiables cuanto bajamos más profundo. En el segundo experimento, el instructor saca una tabla con números escritos sin orden, y nos manda a cada uno tocar los números en orden. Y uno se da cuenta de quién está más afectado por la narcosis, pues algunos parecen tardar una eternidad el encontrar todos los números.

El tercer experimento es el más divertido. El instructor saca un huevo fresco, que la presión no rompe porque dentro no hay aire. La teoría es que al romper el huevo la presión hace que la clara y yema sigan juntas, como si el huevo fuera una pelota, y podemos pasarnos el huevo sin cáscara de uno a otro. La práctica es algo diferente. En cuanto el instructor rompe el huevo, un pez que andaba rondando se lanza sobre nosotros y se zambulle el contenido en un instante. Intentamos apartar el pez, pero él sigue dando vueltas. Es un pez grande, de medio metro más o menos. Es tan insistente que tenemos que empujarlo, pero nada, sigue. Sus movimientos son rápidos, los nuestros son lentísimos. Al fin y al cabo, éste es su elemento. Consigo tocar el pez e intento empujarlo. El tacto del pez es algo especial. Los peces que encuentras en la superficies son blandos, pero éste se siente duro como si fuera un balón de reglamento. La presión sigue dando sus sorpresas.

El instructor saca comida de la manga para el pez (que más sorpresas guardará debajo de la manga?) y la echa lo más lejos posible. Y así conseguimos acabar el experimento, pasándonos el contenido de otro huevo de uno a otro, hasta que el pez se acerca otra vez para acabar con nuestra pelota improvisada.

El instructor nos pregunta cómo vamos de aire. Todos están a mitad de aire o menos. Yo miro a mi indicador, y no puedo decir si estoy a más o menos de la mitad. Doy una señal algo extraña... ahora descubrirá el instructor que estoy medio narcotizado? pero el instructor no parece preocupado, y nos lleva de paseo por las profundidates, hacia los corales. Al cabo de unos minutos, a menos profundidad y con mi mente más clara veo que estaba a menos de mitad de aire. Y es cuando descubro el peligro real de las profundidades, que hace que la gente se pueda poner en situaciones de las que no pueden salir con vida. El peligro del submarinismo no es tanto el mar or los animales, sino la gente misma cuando comete errores fatales. Es una lección que espero no olvidar.

Ya de vuelta en el barco nos espera el desayuno, y Mineko, ya despierta, me cuenta que ha dormido muy bien. Bien, por lo menos alguien ha descansado...

La cámara vuelve a funcionar, menos mal. Parece ser que la caja estanca aguanta la presión, pero la presión misma aprieta todos los botones a la vez, y la cámara se torna inútil.

Después del desayuno vamos a nuestra penúltima inmersión. Esta vez, para evitar el frío del agua, nos ponemos una protección más, un traje que en principio es lo que la gente se pone en verano para protegerse de las medusas, cuya picadura puede ser mortal, pero que no es necesario en invierno. Nos lo ponemos porque otros se lo ponían también para estar más calentitos. Y es verdad, esta tela, o lo que sea, está calentita, y cuando nos ponemos el traje normal por encima de esta tela estamos tan cómodos, que al entrar en el agua no notamos esa impresión de agua fresquita... ¿cómo no se nos había ocurrido antes?

Esta vez el lugar donde buceamos es diferente, que no conozco, y había llegado tarde para las instrucciones. Marcos me cuenta lo que han dicho, o más bien, lo que ha entendido, que no es mucho por no saber inglés él. La idea es salir por la derecha y bucear con el arrecife a la derecha hasta llegar a una zona poco profunda donde suele haber una tortuga. Esta es la idea pero pronto nos perdemos bajo el agua, y entre unas y otras llegamos a un callejón sin salida. Damos vueltas y más vueltas, buscando los peces león que se suponen que hay en estas partes, pero nada. Y así seguimos, cuando de repente aparece una raya enorme, mucho más grande que la que una vez ví en Jervis Bay. Este bicho debería tener más de dos metros, y estaba escondido justo debajo de nosotros, en la arena del fondo. Seguimos buceando, y se nos aparece un tiburón. Debería de ser uno de los que vimos anoche. Estaba tranquilo, reposado en el fondo, ajeno a nosotros. Nos acercamos un poco para hacer fotos, y el tiburón nos deja acercarnos... estos turistas, estará pensando. Al final, cuando Marcos estaba intentando tomarme una foto con el tiburón, se va y nos deja. Ahora que lo pienso, tal vez no nos deberíamos de haber acercado tanto...

Ya en el barco miramos el mapa del lugar y descubrimos que, al fin y al cabo, hemos hecho casi todo lo que habíamos pensado hacer excepto el ir al lugar de la tortuga. La raya estaba en el mapa, y el tiburón también. Parece ser que estos animales son muy territoriales. Mineko me cuenta que ella sí que ha visto a la tortuga en su expedición con tubo de respirar, ¡qué envidia!

Y por fin la última escapada submarina llega. Esta vez intento fijarme en todos los detalles del mapa. La idea es llegar hasta una zona con cuevas y recorrer una de esas cuevas, pero otra vez nos perdemos bajo el agua. Vamos de aquí a allá, hasta encontrar el mismo callejón sin salida de la otra vez. Seguimos buceando por aguas menos profundas hasta encontrar otro valle, y he aquí que vemos una cueva. Este debe de ser nuestro destino, y entramos. La cueva es un pasaje por debajo del coral, más bien estrecho. Tenemos que pasar uno a uno, algo que me da algo de miedo pues una regla de oro es el no separarse de los compañeros. Yo voy primero, paso más bien rápido, con algo de claustrofobia. Que estar en una cueva bajo el agua da impresión...

Tras unos diez metros llego al final de la cueva, otra vez en mar abierto. Me giro, pero nadie me sigue. ¿Será que no se han atrevido a entrar? ¿qué hago ahora, solo en este océano? ¿vuelvo a la cueva para ver dónde están? ¿y qué pasa si me encuentro con ellos, y no puedo darme la vuelta por ser el lugar tan estrecho? Afortunadamente pronto veo a Sonia salir por la boca de la cueva, y tras ella a Marcos. Menos mal.

Seguimos el recorrido previsto. La zona es más profunda de lo que esperaba, demasiado profunda. Es nuestra tercera inmersión y no debemos bajar demasiado profundo o nos arriesgamos a tener problemas de descompresión. Los libros dicen que si uno está demasiado tiempo a grandes profundidades, el nitrógeno se acumula en la sangre, y al salir del agua éste se convierte en gas otra vez, creando burbujas dentro de la sangre y con un dolor insoportable.

Vemos a otro tiburón, y nos acercamos para hacer más fotos, hasta que miro el indicador y descubro con sorpresa que estoy a 19 metros cuando no pensaba bajar más de 13 metros. Con lo que subo a los 13 metros, haciendo señas a Marcos y Sonia que suban. Pero no parecen darse cuenta de mis señales, y siguen abajo. Marcos incluso baja más, siguiendo algo que le llama la atención. ¿Le estará afectando la narcosis del nitrógeno...? ¿y qué hago yo, bajo a buscarle? Por suerte, Marcos sube otra vez, pero no hasta mi profundidad. Me parece que está demasiado profundo, pero él parece tranquilo y al cargo de la situación, con lo que yo sigo a mi profundidad, mirando a Marcos y Sonia de vez en cuando, esperando que no bajen más.

Al final se nos acaba el aire y salimos a la superficie. Yo pensaba que no habíamos llegado al barco, y descubro que estaba muy equivocado. La corriente nos había hecho pasar el barco de largo, y nos toca nadar en la superficie, a contra-corriente... ¡qué cansancio! Somos los últimos en llegar al barco.

Y bueno, se acabaron las inmersiones. Hasta pronto, corales, volveré. En las últimas inmersiones he conseguido evitar gran parte de la condensación dentro de la cámara estanca. Siguiendo las recomendaciones de Marcos, antes de cada inmersión miraba con cuidado todas las junturas dentro de la caja, y descubría gotas de agua sueltas, que tenía que secar por completo antes de cerrar la caja. También, después de estas experiencias submarinas decido que lo primero que voy a hacer es comprar una tabla y lápiz para poder escribir bajo el agua y comunicarme con la gente, y una brújula. Marcos y Sonia se quedan un día más, que su viaje es de tres días, pero yo no sé si podría aguantar más días. Estoy cansado, hasta me duelen las manos, tal vez por los efectos de descompresión, o simplemente por haber estado tanto tiempo bajo el agua. Y sueño con poder dormir en una cama que no se mueva. Además, descubro que hemos estado demasiado tiempo bajo el agua y a profundidades demasiado grandes. Más tarde descubro que nos hemos arriesgado a tener los dolorosos problemas de descompresión y no era recomendable hacer más inmersiones en las siguientes 24 horas. Espero que a Marcos y Sonia no les haya pasado nada.

De vuelta en el barco menor de camino a Cairns nos encontramos con más ballenas. ¿O son las mismas que antes? Esta vez me apresuro a coger la cámara y tomar fotos. Una ballena llega tan cerca que casi pasa por debajo del barco. Está tan tranquila, simplemente flotando en la superficie, sacando una aleta al aire, como si estuviera tomando el sol.

Ya en Cairns damos un paseo por la población, un lugar muy turístico con tiendas por todas partes. De vuelta en la civilización. Hay un mercado abierto las 24 horas donde hay numerosos grupos de masajistas que nos piden que les dejemos que nos hagan masajes. Yo estoy cansado, pero también me siento raro, las articulaciones están como inflamadas por la diferencia de presión y no quiero arriesgarme a que los masajes las dejen peor.

Cenamos en un restaurante Tailandés estupendo, el Khin Khao, donde reponemos fuerzas, y a dormir, que mañana empieza la segunda parte de nuestro viaje.

sábado, julio 19, 2008

Bajo el Ocean Quest




Después de las dos primeras inmersiones el barco llega a nuestro destino, el Ocean Quest, otro barco más grande donde vamos a pasar la noche. El Ocean Quest, además de ser más grande tiene menos gente, pues la mayoría solamente pasan el día y se vuelven a Cairns. El ambiente es mucho más relajado, y los tripulantes tan agradables como los del primer barco. El camarote tiene de todo menos televisión, que me imagino que no llega a estas aguas. Y de internet, ni pensarlo. ¡Qué bien!

Pronto llega la hora de la siguiente inmersión. Irene se va con sus lecciones de submarinista avanzado, y yo me junto con Marcos y Sonia. Mineko, que en las otras ocasiones se iba con el tubo de respirar, empieza a sentir náuseas por el movimiento constante del barco y esta vez se queda a bordo.

Marcos, Sonia Y yo vamos abajo. Esta consigo memorizar el mapa bien antes de bajar. El fondo es mucho más profundo, da casi miedo y no paro de mirar el indicador de profundidad, que no debemos bajar demasiado. Descubrimos que no hay mucho que ver tan abajo, y mantenemos una profundidad de 13 metros, siguiendo una pared llena de corales, anémonas y pececitos de colores. Seguimos el recorrido planeado (qué gusto que da el saber que sabemos dónde estamos), pero no hay nada espectacular como tortugas o rayas o tiburones... pececitos por aquí y por allá, corales, y unos peces más grandes y coloridos, los peces loro. Y ya me parece que empiezo a controlar el buceo, siento más fácil el controlar la flotación, y hago fotos sin problemas... pero la caja estanca, descubro con horror, está completamente empañada por dentro y las fotos salen todas como si estuviera usando un filtro suavizador como los que usan para retratos de glamour. No sé si es que hay un defecto en la caja, o simplemente no la cierro bien. Pero bueno, parece que no entra agua.

De vuelta al barco Mineko me "regala" una bolsa con lo que ha arrojado mientras estaba en el barco... aun así me asegura que está disfrutando del viaje. Todos los tripulantes son tan agradables, y los turistas, todos dedicados al buceo, cuentan historias interesantes de otros lugares que han visitado.

Después de la cena llega la inmersión que estaba esperando. Es la inmersión nocturna. Salimos a cubierta, donde los tripulantes están atrayendo a los peces con comida. Me imagino que lo hacen por ver si hay tiburones, que esta es la hora en que los tiburones están más activos... y descubro a un tiburón entre los peces. Rápido, más activo que los otros peces, da escalofrío. Y luego veo otro, y otro... en total cuatro o cinco. Se me empieza a helar la sangre. ¿Van a cancelar la excursión?

Pues parece que no. Estos tiburones no deben de ser peligrosos, pues los guías hacen caso omiso y nos dicen que nos preparemos para entrar en el agua. Algo indeciso, me pongo el equipo, y enseguida la excitación de volver al agua, junto con la confianza que dan los demás, que ni mencionan los tiburones, me hacen olvidar mis temores, y me junto con el grupo, que esta vez vamos con guía.

Los peces nocturnos son mucho más grandes. No conozco a ninguno de ellos, y parece ser que los tiburones se han atracado bastante de comida y se han ido a descansar. En cierto modo esto me decepciona un poco, no hay sensación de peligro. El agua, oscura, no nos deja ver mucho, y seguimos la luz del guía. A nuestro alrededor vemos peces grandes que siguen nuestro rastro de luz. No parecen tener color, o simplemente la falta de luz les hace parecer ser grisáceos o negros. Los ojos, grandes y brillantes, están adaptados a la oscuridad.

De vuelta en el barco nos espera un postre casero delicioso. Mineko, que sigue sin encontrarse demasiado bien, también se apunta al postre, y mientras disfrutamos tomo notas de los datos de las inmersiones, que los necesitaré para demostrar mi experiencia... es decir, si no me dejo el librito de notas en el hotel la próxima vez.

Y mientras nos relajamos y hablamos de los acontecimientos del día, uno de los instructores me ofrece un buceo especial para el día siguiente. El lugar donde estamos es bastante profundo, y van a dar un cursillo para bucear en profundidad. Es parte del curso de buzo avanzado, y me ofrece tomar parte en esta inmersión. Como aliciente me dice que este cursillo valdrá como parte de mi curso avanzado si deseo tomarlo en el futuro en cualquier lugar cualificado, y además Marcos ya ha dicho que sí que va a participar, y como Marcos no habla inglés yo podría hacer de intérprete. El cursillo cuesta extra, no mucho, y yo insinúo que tendría que ser gratis para mí si voy a hacer de intérprete. Pero no cuela, y al final acepto tomar parte en el curso, pagando lo que toca.

La inmersión será al día siguiente, a las 6 y media de la mañana. Enseguida se hacen más de las 11 de la noche, y al final, agotados del día y pensando en el madrugón del día siguiente, nos vamos a la cama.

... pero no es fácil dormir en algo que se mueve ... me sorprende que Mineko, que se encontraba mal durante gran parte del día, se duerme enseguida. Y yo me quedo en la cama, intentando dormir, con el movimiento del barco y el ruido de una puerta o algo que está fuera y que no para de chirriar al compás de las olas... el tiempo pasa ... media noche, la una, las dos ... duermo intermitentemente, despertándome cada hora. La emoción del día pasado, la expectación de lo que viene, el movimiento del barco, la luz de la luna llena, majestuosa, que se ve desde la cama, el chirriar de esa puerta... todo se junta para no dejarme dormir.

Encuentros con Nemo



Atrás quedaron los problemas con el avión. Por fin hemos llegado a Cairns. La noche es agradable, acogedora, pero no hacemos más que ir al motel, el Balinese, que al día siguiente tenemos que levantarnos temprano.

Y el sábado llega, el barco nos espera. A prisas, como va a ser la costumbre en este viaje, recogemos las cosas. Al final decidimos dejar una de las maletas en el motel. Al fin y al cabo no vamos a necesitar las botas camperas (no hay montañas que subir, sino abismos que bajar en esta parte del viaje), ni la ropa de invierno que llevábamos puesta en Sidney.

Ya lejos del motel, en la oficina de Deep Sea Divers Den, la agencia que organiza la aventura, descubro que me he dejado los documentos que certifican mi condición de submarinista. ¡No tengo pruebas de mi título! Me he dejado incluso el librillo con las notas de las otras inmersiones. ¿Qué hago? Azorado, busco a uno de los agentes y le explico lo que me pasa. Me he dejado los documentos en la maleta del hotel. El agente busca mis datos en la base de datos de PADI, la agencia que me ha dado la certificación, pero como me saqué el título hace apenas unos meses los datos no han llegado aún. ¿Será que viajan con los peces y no han llegado de Sidney a Cairns?

"No worries", como dicen los Australianos. Si puedo demostrar que sé manejar el equipo me dejarán hacer una inmersión con un guía, y así puedo demostrar que puedo bucear. Como tenía previsto hacer la primera inmersión con guía, la solución me parece estupenda. ¡Menos mal!

Estamos por fin en el barco, camino a la barrera de coral. Durante el recorrido los guías empiezan a dar lecciones a los que van a aprender a bucear. Yo, mientras, disfruto del paisaje marino, y estudio los pósteres de peces. De repente el barco se para. ¡Han divisado ballenas! Me acuerdo que hace unas semanas las ballenas estaban pasando por Sidney camino a aguas tropicales, y ahora estamos en su lugar de destino. Vemos a las ballenas mucho más cerca que cuando estábamos en Sidney, y corro a coger mi cámara, cambiar el objetivo, salir a la borda... pero para entonces el barco ha vuelto a tomar el camino hacia el arrecife. Las ballenas se ven cada vez más lejos, y apenas puedo tomar un par de fotos.

Mi esperanza no flojea por este contratiempo, y sigo mirando a través del objetivo, a ver si aparece otra. Y he aquí que no aparecen ballenas, ¡sino delfines! Un par de delfines saltarines empiezan a jugar, es un placer ver a estos caracteres tan simpáticos, en su elemento, sin ir a buscarlos.

Un par de horas más tarde vemos más barcos en una zona de aguas más claras y tranquilas. Hemos llegado al arrecife. Por fin mi sueño se va a cumplir. Voy a ver a Nemo y compañeros bajo el agua. Corriendo me pongo el traje, el chaleco con la botella, las gafas, y lo más importante, la cámara de fotos. ¡Y al agua!

El agua está más fría de lo que esperaba, pero mucho mejor que en Sidney. El instructor me hace repetir una serie de ejercicios bajo el agua, como hacer que entre agua dentro de las gafas para después expulsarla soplando con la nariz, o quitarme el respirador, soltarlo, y volver a cogerlo sin mirar. Y ya satisfecho, empieza el recorrido guiado.

La primera impresión del arrecife es que no es tan colorido como lo sacan el las películas. Tal vez porque el cielo está un poco nublado, o tal vez porque no usamos luz artificial, el tono azul lo domina todo. La zona no está llena de corales por todas partes, y no hay peces de colores en todas las rocas, sino que hay que saber dónde mirar. Poco a poco el encanto submarino se empieza a mostrar, y encontramos almejas de casi medio metro, gusanos de más de un metro decorados con estrellitas, y pececillos escondiéndose entre el coral. El coral mismo tiene numerosas formas y colores: blanco, azul, rojo. Y protegido por los tentáculos de una anémona encontramos a Nemo, el pez payaso. Lo que más me gustó de todo fue los peces que estaban viviendo en una anémona púrpura, llamativa.

En este día hay planeadas cuatro inmersiones. Así, una hora después de salir de nuestro paseo submarino el barco se para en otra parte del mismo arrecife, y esta vez voy sin guía. Mi acompañante es Irene (que a pesar del nombre no es española ni parece tener relación con España no latinoamérica), que ha venido a este viaje para sacarse el título de submarinista avanzado. Y ya a punto de saltar al agua conozco a Marcos y Sonia, una pareja de Madrid que han venido a Australia sin saber inglés. ¡Qué coraje! Marcos, Sonia, si llegáis a leer esto poned un comentarito. Decidimos ir los cuatro juntos en esta nuestra primera inmersión sin guía.

Ya en el agua, al intentar sumergirnos, Marcos se da cuenta que se ha dejado los pesos y no se puede hundir. Tiene que volver al barco. No, si ya le parecía que iba ligero, nos cuenta. Irene y yo decidimos ir por nuestra cuenta, que ya podremos ir juntos en otra ocasión. Pero Irene también tiene problemas para sumergirse. Parece ser que no tiene bastante peso, y tengo que tirar de ella desde el fondo. Así llegamos a aguas más profundas, donde la presión hace que Irene no flote, y empezamos a disfrutar del paisaje. El plan es ir por la derecha, donde hay varias atracciones por ver, atravesar una especie de barranco sumergido y acabar en una zona donde hay tortugas marinas. Bueno, eso es el plan, pues bajo el agua y sin mapa ni brújula todo parece lo mismo. Seguimos una pared rocosa y pronto el camino se acaba. Damos vueltas bajo el agua pero ni rastro de ese barranco sumergido. Llegamos a aguas menos profundas, y entonces Irene tiene problemas para seguir bajo el agua, simplemente flota por la falta de peso. Tirando de ella la hago volver a aguas más profundas, pero cada vez es más difícil para que se quede bajo el agua, y pronto me dice que se le está a punto de acabar el aire. Y es que con el esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse bajo el agua estaba respirando más de lo normal.

Salimos al aire, y descubro que habíamos estado siempre cerca del barco. Y de las tortugas, nada. Ya en el barco, Marcos y Sonia nos cuentan que ellos sí que han visto a una tortuga. No si al final tenía que haberlos esperado e ir todos juntos... la próxima vez iremos juntos.

viernes, julio 18, 2008

Cairns nos espera

El día por fin ha llegado. Hoy empezamos el viaje a Cairns, la capital de la Gran Barrera de Coral. Según los libros, si me acuerdo bien, el coral es el esqueleto de una colonia de seres vivos marinos, que se ayudan unos a otros, formando un ecosistema especial. Son animales conectados por su esqueleto, formando una barrera que alcanza una longitud de miles de kilómetros. Es la colonia más larga del planeta. Pero el tamaño no es lo que importa, sino la belleza del arrecife, con su gran cantidad de peces y otros seres marinos. Un mundo colorido, tan distinto de lo que estamos acostumbrados a ver sobre tierra.

Ir a la Gran Barrera de Coral es uno de mis sueños, y está a punto de cumplirse, espero. Hace unos meses tomé clases de buceo con el propósito de visitar esta zona como toca, bajo el agua. Y hoy empieza el viaje.

El vuelo sale por la tarde. Yo me paso la mañana preparando las maletas, y Mineko acaba su trabajo de traducción. Vamos más bien relajados, y el tiempo se nos echa encima. ¡Tenemos que salir o perdemos el avión! Al final salimos de casa, más bien tarde.

Para ir al aeropuerto solemos tomar un taxi, pero esta vez decidimos ir en coche y dejarlo en el aparcamiento del aeropuerto, que es más barato para viajes de pocos días como éste. Pero no contamos con que el aparcamiento de marras está más bien lejos del aeropuerto mismo, y el autobús que conecta el aparcamiento con el aeropuerto está lleno de gente, parándose cada cien metros para tomar y dejar viajeros. Total que el viaje del autobús duró más de media hora, y como ya llegábamos tarde, a la hora de sacarnos los billetes descubrimos que es tarde y ya han cerrado el vuelo. ¡Bien que empezamos!

La suerte no nos abandona por completo, pues resulta que este vuelo lo habíamos reservado usando los puntos acumulados con otros viajes. Y resulta que el billete es mucho más flexible que los billetes baratos que solemos comprar. Podemos cambiar el vuelo sin tener que pagar ninguna penalización. El dependiente nos encuentra otro vuelo seis horas más tarde, es lo único que pueden encontrar. Total, que pensábamos pasar la tarde relajados por las calles de Cairns, y acabamos pasándola en el aeropuerto de Sidney, matando el rato como podemos (Mineko visitando tiendas, yo enganchado al ordenador y conectado al internet).

Por fin llegan las 7 de la tarde y el avión está listo para partir. ¡Cairns nos espera!

domingo, julio 06, 2008

A la caza de los tiburones



Hoy he hecho mi tercer buceo desde que tengo el carnet de buzo. El lugar, el mismo, Shelly Beach, en Manly, justo al norte de Sidney. El motivo, probar la caja estanca que me acabo de comprar en eBay, con la que puedo hacer fotos con la cámara digital de bolsillo. Esta vez no voy con Ferdinand, que me parece que no va a volver a las aguas de Sidney hasta que llegue el verano. Voy con la escuela-tienda de buceo principal de Manly, Manly Dive Centre. Es la tienda que me recomendó Ferdinand, y ciertamente, resulta que esta mañana, mientras esperaba a que me dieran el equipo de alquiler, me encuentro con Ferdinand, que pasaba por la tienda, recién llegado de un viaje a las Filipinas. Y me cuenta que no, no va a bucear por estas aguas frías...

Y frío sí que hace, sí. El termómetro del coche marcaba 5 grados a las 8 y cuarto de la mañana, mientras conducía hacia Manly. Pero el día es soleado, y el agua se supone que sigue con sus 18 graditos, es decir, está más calentita que el aire.

Nuestro grupo está formado por 7 personas más el instructor. ¡Y yo que estaba acostumbrado a grupos de dos o tres más instructor! La mayoría son turistas de Europa. ¿Qué hacen dejando el verano europeo y viniendo al invierno australiano? Bueno, son ingleses, me parece que su verano es más frío que nuestro invierno...

Tras esperar y esperar, al final estamos con el equipo puesto y listos para entrar en el agua. Son ya más de las 11, y el sol calienta un poquito. Y al agua que vamos. La escena que se me presenta es como de caricatura. Varios de los compañeros de buzo parece ser que en su vida han buceado. ¿Y dónde habrán aprendido a bucear? A uno de ellos la botella de aire se le escapa del chaleco, y el instructor tiene que ponérsela otra vez, ya dentro del agua. Dos o tres, más que bucear, parecen dedicarse a barrer la arena y turbar toda el agua para que nadie pueda ver nada. Se supone que yo tengo que bucear detrás de esta gente, pero decido que si me quedo en esta posición veré de todo menos peces. Y parece que mi compañero, Luke, piensa lo mismo, y adelantamos a los inexpertos (¡yo que apenas he hecho dos buceos me considero un experto comparado con éstos!). Y así empiezo a dislumbrar peces por todas partes, tal vez curiosos de ver tanta arena flotando entre las aguas.

El agua, más bien fría. pero llena de vida. Pronto descubrimos algo especial, ¡tiburones! Hay un tiburón posado en la arena, y yo que pensaba que suelen estar por la superficie... Pero este tiburón es distinto. Tendrá apenas un metro, y es inofensivo. Es un Port Jackson. El instructor nos había hablado de estos tiburones. Son tan mansos que puedes acercarte y tocarlos... lástima que esto es una reserva marina y, aunque los tiburones nos dejen, lo tenemos prohibido. Excepto el instructor, que me parece que dijo que está haciendo un recuento de tiburones, marcándolos para estudiar su comportamiento. Y así vemos al instructor (que no me acuerdo de su nombre) intentando coger al tiburón, pero éste no se deja, y al final se va.

Seguimos buceando, esta vez buscando los dragones del arrecife exterior, pero como la otra vez, nada, no hay suerte. Tendré que probar otro día. De vuelta vemos el esqueleto de otro tiburón, y peces comiéndoselo. El cazador, cazado.

Siento el agua cada vez más fría, y cuando no puedo aguantar más del frío llegamos al final del buceo. ¡Menos mal! Pero ya fuera llega mi segunda sorpresa... ¡no es un buceo sino dos! Ya es hora de comer, pensaba comer en Manly pero no puedo, tengo que quedarme allí, en la playa, rodeado de turistas con su barbacoa asando salchichas... y parece que nadie las vende... claro que podría haberme marchado pero eso quiere decir tener que volver a la tienda a pie, y además tal vez perderme algo especial que pueda pasar bajo el agua.

Con lo que aguanto el hambre y el frío, y espero mojado a la siguiente immersión, ya dadas las dos de la tarde.

Y qué bien el que haya esperado. El agua se siente más fría que antes, pero hay más peces. Esta vez no se ven tiburones pero hay peces por todas partes, y me encuentro con varios conocidos, como la sepia gigante (aunque esta era pequeñita, de unos 30 cm), el groper azul de casi un metro, y los mados pequeñitos y estriados de amarillo y negro. La cámara de fotos ya no tiene pilas de tantas fotos que hice en el primer buceo, y como no se pueden cambiar las pilas bajo el agua, simplemente paseo bajo el agua, disfrutando de la vida marina, ignorando las peripecias de los otros compañeros de buceo.

Al final del recorrido salgo del agua tiritando de frío, y más que caminar corro a la ducha, que aunque no haya agua caliente el agua parece ser menos fría que la marina... ¿y dicen que eran 18 grados? Serán Farenheit. Ahora comprendo a Ferdinand. De esta decido que, o bien me compro uno de esos trajes especiales para invierno, como el del instructor, donde no entra el agua y puedes ponerte ropa porque no se moja, o viajo a otros lugares más calientes durante el invierno.

Y por lo pronto voy a hacer lo segundo. Ya tengo los billetes de avión para Cairns y he hecho reserva en un barco que nos va a llevar a uno de mis sueños... ver la Gran Barrera de Coral. Estoy contando los días, que apenas quedan dos semanas para este viaje.

La paranoia de la pornografía infantil


¡En qué país que estamos! ¡Y qué tiempos que corremos! El país que me refiero es Australia, y los tiempos, bueno, pues ahora.

Hace un par de semanas estaba al cuidado de una competición de lingüística computacional para chavales del instituto (High School como se dice aquí). A otro de los organizadores se le ocurrió hacer fotos a los participantes, pero pronto descubrimos que no se pueden hacer fotos a menores de edad sin el consentimiento de los padres. Al final hicimos las fotos pero no las podemos publicar hasta que los padres de todos y cada uno de los fotografiados nos dejen.

Hace unas semanas el gobierno censuró unas fotografías en una famosa galería de arte porque exhibía desnudos infantiles, aun a pesar de que incluso los padres de los modelos protestaron de tal censura.

Este fin de semana mismo, la revista de arte Art Monthly, desafiante a tal censura, pone una foto de una niña mostrando el pecho, y ya estoy leyendo protestas en la prensa. La foto la he puesto en este blog. ¿Crees que se puede tomar como pornografía infantil? Pues yo tampoco.

Uno de los fotógrafos más famosos de Australia, Max Dupain, se especializó en fotografiar escenas normales en las playas de Sidney. Estas escenas se han convertido en símbolos de la vida y valores australianos. Hace unos meses leí que a su hijo, fotógrafo que intenta seguir los pasos de su padre, en varias ocasiones padres enfadados y salvavidas le han echado de la playa donde su padre creó sus obras de arte unas décadas atrás.

Se acabó la época de la inocencia. Demos una bienvenida a la época de la paranoia. Y todo por culpa de unos pocos pedófilos radicales. Y me pregunto, ¿prohibir fotos como la de este blog va a ayudar a acabar con los violadores de niños?