miércoles, agosto 22, 2007

Incomunicado

Uno no se da cuenta de todas las comodidades que la vida presente nos ofrece, hasta que algo ocurre y de repente nos quitan lo que tenemos. Hace unas tres semanas, de repente nuestro acceso a internet de banda ancha se nos cortó. Llamamos varias veces al proveedor, que en nuestro caso también nos ofrece la línea de teléfono. Entonces nos dimos cuenta que este proveedor, poco conocido, tiene un servicio de atención al cliente de pesadilla. Llamamos el número de teléfono, y un mensaje nos dice que esperemos, nos saca música y nos avisa de nuevas ofertas. Para ofertas estábamos, si precisamente estábamos dudando de si fue una buena idea abrir una cuenta con este proveedor. Tras media hora, ¡media hora! al final alguien contesta, pero la información que nos da no nos arregla nada. Así pasa el tiempo, semana tras semana, llamando de vez en cuando a ver si nos arreglan el problema, y cada vez tenemos que esperar media hora soportando música insípida y ofertas tontas, ahora que hemos decidido no renovar el contrato, hasta que alguien coge el teléfono. Y nada, el problema sin solucionarse.

Más tarde nos dimos cuenta que la línea de teléfono puede hacer llamadas pero no recibir llamadas. Total, que llamamos a nuestro proveedor, y tras media hora conseguimos hablar con alguien, quien nos dice que comprobarán la línea (¡por fin!). Al final, ayer la línea se cortó por completo. Ya no podemos ni hacer llamadas. Supusimos que los técnicos estaban intentando ver qué es lo que pasan, pero esperábamos que por lo menos nos llamarían al móvil para decirnos que iban a cortar la línea. Unas horas más tarde la línea vuelve. ¡Y ya podemos hacer llamadas! Y lo mejor de todo, ¡podemos acceder a internet de nuevo! ¡De vuelta al mundo, no estamos solos!

Qué alivio, y qué susto.

miércoles, agosto 01, 2007

El Barbero de Sevilla

Por fin, después de la experiencia con la ópera callejera de la otra vez, esta vez hemos ido a la de verdad, dentro de la casa de la ópera de Sidney. La ocasión es una oferta "introducción a la ópera" que daba un descuento, y la obra era "El Barbero de Sevilla". Vamos, que esta oportunidad no la podíamos dejar escapar.

Entramos en el edificio de la ópera, y el escenario era muy llamativo. Se supone que era una casa de Sevilla, pero más bien parecía un intento de reproducir Barcelona, pues los vivos coloridos y formas redondeadas, casi surrealistas del decorado parecían una mezcla entre Gaudí y Dalí. Los trajes, vistosos, quedaban mucho mejor que en la televisión.

Y la música, la primera impresión que me dió es el volumen, más bien bajo comparado con lo que estamos acostumbrados a oír (o soportar a veces) en los cines. Bajo volumen pero gran calidad, tanto en el sonido como en la destreza de los músicos. Y las voces de los cantantes, qué decir. Con el tiempo, a medida que la obra avanzaba, daba la impresión que tanto la música como las voces tomaban vida propia, aparte de la obra, y su volumen, sin aumentar, se hacía de notar. En varias ocasiones todo el entorno se disolvía, y la verdadera magia de ver una obra de teatro, o en este caso una ópera, llegaba con toda su fuerza.

Por cierta ironía, la actuación que más me gustó fue la del "malo" Bartolo, doctor rico que se empeñaba en casarse con la protagonista, pero tan tonto a veces que hacía el ridículo y le tomaban el pelo. Su voz, potente y versátil, combinaba con la actuación del cantante. La ironía viene en que este cantante era suplente, pues el auténtico artista no pudo venir.

Dejamos la ópera con voces de "Fígaro, fígaro" en nuestros oídos, de vuelta al mundo real, a la espera de la próxima ópera, pues nuestra "introducción a la ópera" es una oferta para ver dos obras. La que viene será en Octubre. Cuento los días.