domingo, julio 29, 2007

Vida virtual

No tengo claro esto de la vida virtual. Las noticias dicen mucho de adictos a juegos virtuales, y yo, por probar, me abrí una cuenta en Second Life, que es gratis y dicen que para algunos esta segunda vida es más real que la primera. Así que me creé mi personajillo, un avatar como dicen, llamado Diego Moraga (que es el nombre que más se parecía a mi nombre auténtico, y allí que fui, a recorrer mundo. Bueno, a intentarlo, que la cosa no fue tan fácil.

La primera vez que entré en Second Life fue hace un año. El programa consumía mucha memoria y ancho de banda, y a duras penas conseguí hacer mover a mi personajillo por el mundo. Pero aprendí a correr, coger cosas, y hasta volar! Aun así, el esfuerzo para hacer mover el personajillo era demasiado, con lo que lo dejé, a la espera de otro ordenador más potente.

Hace un par de meses adquirí otro ordenador más potente, y la semana pasada volví a llevar mi Diego Moriaga por su mundo. Cual fue mi sorpresa al descubrir que el mundo había cambiado, y me encontré en un lugar extraño donde no me podía mover apenas. Me decidí por volar, a ver el lugar un poco mejor, y entonces descubrí que había estado bajo el agua! Vamos, que mi Diego estuvo bajo el agua varios meses, pobrecillo. Tal vez, en unos de mis intentos de moverme fui a parar al agua y no me dí cuenta.

El mundo virtual era incluso más difícil. A pesar de tener un ordenador más potente, tal vez sea el ancho de banda, o sea el que estaba usando Linux y Second Life solamente tiene una interfaz experimental con Linux, no sé, pero me costaba mucho mover por el mundo. Todo era tropezar aquí y allá. Conseguí entrar en un edificio donde regalan de todo, y me tomé un avion. Pero que sabía cómo manipularlo? Me subí a él, pero ningún mando parecía funcionar. Al final me bajé, pero tampoco sabía cómo guardar el avión. Total, frustado, dejé el mundo virtual.

Al día siguiente recibí un email de Linden, el creador de Second Life, diciendo que habían recogido mi objeto que lo había dejado en Second Life y lo habían devuelto a mi inventorio. Gracias, pero aun no sé cómo hacerlo yo mismo.

No hay nada como respirar el aire y sentirlo en los pulmones, o el oler las flores, o mejor, mover los brazos sin apenas esfuerzo. El mundo virtual no es lo mío, por lo menos mientras sea tan difícil moverse. Vivamos el mundo físico.

Pero, tal vez sea mejor cambiar el mundo físico sin sufrir las consecuencias? Ayer descubrí Virtual Stock Exchange, un juego de la bolsa que es real, es decir, se compran y venden acciones reales, pero sin pagar dinero, y el dinero que se gane o se pierda no es dinero real sino simples números. Es algo que parece interesante. Jugar a la bolsa sin tener que usar dinero. Total, que me he hecho un accionista y he comprado acciones varias. Pero como el juego se basa en datos reales, la bolsa no se abre hasta el lunes, con lo que mis acciones están pendientes hasta que se abra la bolsa.

Ya me veo yo leyendo las noticias financieras y estando pendiente de la bolsa. Sin ir más lejos, acabo de descubrir que la bolsa (de Estados Unindos, que este juego se basa en el mercado de EEUU) está atravesando días nefastos y que se predicen más pérdidas la semana que viene. A ver cuánto dinero pierdo...

lunes, julio 16, 2007

De vuelta en Sidney

Esta mañana he llegado a Sidney, el super-viaje por tres continentes ha terminado. Los últimos días los pasamos con la familia de Mineko, sin nada especial que contar, simplemente disfrutando. El sábado fuimos a un masajista a que nos arreglara los huesos y músculos, y salimos doloridos pero descansados del ejercicio. Por la noche cenamos con otros miembros de la familia, una cena fabulosa, o más bien dos cenas, ya que no se pusieron de acuerdo si cenar yaki-niku (carne a la plancha) o Gengis Khan (carne a la plancha adobada con salsa especial), y al final cenamos las dos cosas. En los dos casos, la plancha se pone encima de la mesa, y los comensales ponen su carne y verdura a cocinar. Vamos, como una barbacoa pero sin tener que ponerse de pie.

El domingo, último día, pasó preparando las maletas y viajando. Mineko se queda una semana más, con lo que yo fui solo, sin tener muy claro si llegaría hoy, pues un tifón estaba amenazando Tokio, donde tenía que cambiar de avión. Pero la suerte me acompañó, y el tifón se desvió lo justo para que no cancelaran mis vuelos (pero cancelaron otros).

Con lo que aquí estoy, en Sidney, donde el invierno sigue su curso (qué frío!). La terraza parecía un campo de batalla, parece ser que el pósum se ha paseado a sus anchas, y me parece que un ratón se ha hecho un atracón de abono de plantas y veneno para los caracoles... seguro que no vuelve de la indigestión.

sábado, julio 14, 2007

Entre flores


Si hay una razón por la que a los japoneses les gusta hacer fotos, es que el país es muy fotogénico. Hoy hemos ido a visitar una de las zonas fotogénicas cerca de Asahikawa. Es una zona rural, con colinas bajas y montañas al fondo. Las montañas no se podían ver por las nubes, pero las mismas nubes y la luz suave que creaban nos dieron la oportunidad de disfrutar del espectáculo de las flores cultivadas de la zona. El lugar es famoso en todo Japón, y hay un tren especial, antiguo, lento, ruidoso y nostálgico que nos lleva a la zona, y autobuses que recorren la comarca para llevarnos a los puntos más fotogénicos. Aquí la flor reina es la lavanda, seguida de amapolas, girasoles, y un sin fin de otros tipos de flores. Los turistas, casi todos japoneses, vienen a disfrutar del paisaje y hacer su pasatiempo favorito, que es hacer fotos a todo lo que sea, incluso ellos mismos.

Esta zona ha atraído fotógrafos durante años. Uno de ellos, Shinzo Maeda, decidió residir aquí para siempre. Su tipo de fotografía es especial, y se le ha llamado el poeta de la fotografía. Siempre que puedo acudo a su galería en busca de inspiración. Hoy hemos ido, y lo que visto no me ha decepcionado. Lástima que su fotografía tenga tan poca presencia en el internet.

El día, fresco, anima a admirar el paisaje y pasear por entre las flores. El trajín del tren hace como un masaje de todo el cuerpo, y te prepara mentalmente para el espectáculo. Ha sido un día para olvidar los problemas que existan en el mundo cotidiano. Los japoneses, con su fama de trabajadores insaciables, siempre se cuidan de mantener puntos de belleza y relajación adonde acudir en caso de necesidad. A ver si aprenden otros países.

jueves, julio 12, 2007

En Asahikawa


Por fin estamos en Asahikawa, la ciudad natal de Mineko. Como ciudad japonesa no tiene nada especial que atraiga a los turistas extranjeros. No es una ciudad antigua, y Hokkaido no tiene las tradiciones milenarias de las ciudades del sur. Pero atrae a turistas japoneses por su naturaleza tan poco japonesa... está en una zona con relativamente poca población, y cerca hay parajes naturales que recuerdan a los alpes y campos de cultivo que recuerdan a la campiña de Francia. Y la comida de Asahikawa, de toda la isla de Hokkaido, es excelente, mejor que la de las islas del sur. Estamos en la despensa del Japón.

Llegamos ayer por la tarde, y la familia nos recibió con un atracón de sushi de una tienda cercana. Cenamos tanto y dormimos tanto que nos despertamos a la hora de comer.

Lo único que he hecho hoy es dar un paseo por el jardín de la casa. Es un jardín enorme para los tamaños que se ven en Japón, lleno de árboles retorcidos, originales que los maestros de bonsais se esfuerzan en imitar. El jardín tiene una huerta donde Shizue, la madre de Mineko, cultiva todo tipo de vegetales que luego vemos en los platos y probamos con deleite. También tiene un estanque, seco desde hace años, rodeado de rocas ornamentales y plantas formando un jardín japonés armonioso si bien pequeño, donde da gusto pasear y escaparse del bullicio de la ciudad. Cuando construyeron la casa el lugar era todo campos de arroz. Ahora la ciudad ha invadido los campos y la casa con su jardín son un oasis de relajación en medio de la zona urbana.

miércoles, julio 11, 2007

La aldea de los bonsais


En un pueblo al norte de Tokio hay una concentración inusual de bonsais. Es la llamada aldea de los bonsais, un barrio de la actual ciudad de Omiya. En este lugar se refugió un grupo de entusiastas del bonsai después del gran terremoto de mediados de los años 20 que destruyó Tokio y alrededores. El lugar es conocido por entusiastas del bonsai, incluyendo nuestro maestro de Sidney, quien nos recomendó venir aquí.

Llegamos a Omiya tomando el tren desde el aeropuerto internacional de Tokio Narita. El tren nos llevó a través de edificios, carreteras e industrias, más de una hora en tren por zonas urbanas a través de la parte más poblada de Japón. Omiya está en la provicia de Saitama, pero para el ojo ajeno se diría que es parte de Tokio pues no hay manera de ver cuándo acaba Tokio y cuándo empieza Omiya, del mismo modo que no se puede distinguir Barcelona de Hospitalet, pero a una escala mucho más grande.

En el camino desde la estación hasta nuestro hotel, a unos doscientos metros, disfruto de ver a la gente y su forma de vestir, sobre todo la moda femenina. Tokio tiene una moda especial, tan distinta de la moda global casi uniforme que se ve en otras partes del mundo. Abundan trajes diseñados para llamar la atención. Los trajes son como de muñeca del espacio, y combinan muy bien con las caritas de muñeca que suelen tener las japonesas de la zona de Tokio (caras redondas, ojos enormes, pieles finas y pálidas). No me atreví a hacer fotos de los transeuntes, esta vergüenza mía...

El Japón urbano, y sobre todo la zona de Tokio, es un lugar bullicioso y ruidoso, con tráfico a todas horas y gente yendo de aquí para allá. Pero bueno, igual hablaré de esto en otra ocasión.

El hotel donde pasamos noche es un hotel de negocios típico, con todas las facilidades pero con poco espacio. El cuarto de baño tiene una bañera diminuta y honda, donde la gente se sienta, no se tumba, para tomar el baño.

Pero lo importante de este lugar son los bonsais. Según las guías hay diez parques de bonsais y varios miles de arbolitos. Solamente encontramos cuatro de los parques. pero los bonsais que encontramos fueron verdaderas maravillas. Me asombró el ver bonsais "gigantes" de más de un metro de altura. con sus ramas retorcidas y cuidadosamente colocadas según el sentido estético del cuidador. No dejaban hacer fotos, pero estos bonsais se han quedado grabados en mi memoria para siempre. Árboles centenarios, pasados de generación a generación. Visitamos un parque donde la maestra era la quinta generación en su familia, conocida en el Japón (y nosotros sin saberlo), y muy afables. Su padre, gran maestro, se esforzaba en comunicarse conmigo en Japonés. Me contó que ha visitado España en dos ocasiones a dar ponencias. El lugar que visitó fue Benicarló, a medio camino entre Valencia y Barcelona. Un lugar que intentaré visitar en mi próximo viaje a España. Como no pude hacer fotos "robo" una de las fotos de su página de web para ilustrar esta entrada de blog.

Nos despedimos de Tokio, un Tokio lluvioso (estamos en la estación de lluvias) y escribo desde el avión, camino a Asahikawa, en Hokkaido, la isla del norte, ciudad natal de Mineko. La familia de Mineko nos espera. Hokkaido nos espera.

martes, julio 10, 2007

Rumbo al Japón

De vuelta a viajar, esta vez rumbo al Japón. Como ya va siendo costumbre, la noche del domingo pasó sin que apenas pudiéramos dormir. Esta vez porque el barco llegó con una hora de retraso, y llegamos al hotel a medianoche. Mi vuelo sale a las 7 de la mañana, y como hay que estar en el aeropuerto dos horas antes, teníamos que tomar el taxi a las 4 y media.

Al llegar al hotel empezamos a arreglar las cosas para el viaje, y se nos hizo las dos de la mañana y aún seguíamos. Al final yo me acosté y Mineko siguió, pues ella toma el avión más tarde. Sí, volamos por separado porque usamos dos agencias de viaje distintas, una que paga mi viaje (que está cubierto por la universidad), y otra que paga el viaje de Mineko (que es más barato).

Dormí unas dos horas, y de vuelta a la carretera, o más bien al aire. Hice escala en Zurich, donde esta vez el tiempo era gris y lluvioso. Qué contraste con la escala en Zurich durante el viaje de ida, y sobre todo qué contraste con el tiempo que ha hecho en Grecia! En Zurich tenía unas 5 horas de espera, que se me pasaron enseguida mientras acababa algunos asuntillos relacionados con mi trabajo. Al final hasta me tuvieron que llamar para que acudiera al avión, qué vergüenza.

Luego el viaje largo hasta Tokio, donde estoy esperando a Mineko. He tenido tiempo de ducharme y tomar mi primera comida japonesa. Deliciosa, y espero que sea la primera de las comidas tan deliciosas que preparan en el Japón. La comida griega era buena por los ingredientes, que son frescos y cocinados al estilo mediterráneo. Pero la japonesa es especial. Y lo que más me gusta de la cocina japonesa es la sopa miso, una sopa que rara vez hacen bien fuera del Japón, pero que es tan corriente y tan buena dentro de este país, que asombra. Los japoneses tienen la esperanza de vida más larga del mundo, creo, y me parece que la razón de ello es la sopa miso, que forma parte de la dieta japonesa tanto como el arroz.

Vale, paro de contar, que aun tengo trabajo que hacer mientras espero a Mineko. Pero antes de terminar, una reflexión de Grecia. Atenas parece haber cambiado mucho desde la última vez que la ví. Está más comercializada, pero no tanto como ha resultado estar Praga. La ciudad, de unos 4 millones de gente, conserva la frescura y la alegría de vivir que se ve, por ejemplo, en España. Las calles están llenas de vida, y la gente, que en un principio parece un poco brusca, en el fondo es cordial y amistosa a su manera. Grecia me dio una gran impresión la primera vez que la vi, y esta segunda vez me ha gustado incluso más. Y la isla Santorini, qué contar! Tengo que volver, aunque sea para ver las ruinas que insistieron en no mostrarse.

domingo, julio 08, 2007

Santorini


Escribo desde el barco que nos lleva de Santorini de vuelta a Atenas. El barco en sí no tiene nada que ver con los cruceros lujosos que surcan estas aguas. Es un barco rápido, donde no hay espacios abiertos por motivos de seguridad. El exterior solamente se puede ver, o más bien atisbar, a través de unas ventanas empañadas. Vamos, que no me queda otra cosa que escribir y trabajar. Y como tengo asuntos retrasados, a ver si hago algo.

Resumo los acontecimientos desde donde los dejé. Nos levantamos a las 3 y media de la mañana el viernes pasado, y a las 4 y media conseguimos estar listos para tomar un taxi. El aeropuerto, un aeropuerto remodelado en las últimas olimpiadas de Atenas, estaba lleno de gente y las colas para facturar eran larguísimas. Y son las 4 y cuarto de la mañana! Conseguimos facturar y llegar al avión justo a tiempo. El viaje a Santorini acababa de empezar.

El avión llega a la isla puntual. El viaje fue de poco más de media hora, con lo que no tuvimos tiempo de hacer poco más que dar una cabezada. Cansados y con sueño, llega el momento de ver cómo llegar a nuestro alojamiento. No tenemos ni idea de qué tipo de alojamiento es, ni la dirección exacta. Barajeamos la posibilidad de tomar un taxi, pero al final nos decidimos por alquilar un coche para así tener más libertad en la isla. Miramos las tres agencias de coche que están abiertas, y nos decidimos por Hertz por tener el coche más barato, un seat Ibiza por 60 euros por día, por tres días. Bastante carillo, pero nos decidimos por ello.

El agente nos informa que lo que yo creía era el nombre del dueño era el nombre de un hotel, hotel Drossos, en Perissa. Nos da unas instrucciones para llegar a Perisa, y allá que vamos. Son sobre las 8 de la mañana, y yo sin apenas haber dormido la noche pasada. Intentando mantener la atención circulo por carreteras estrechas, empinadas y llenas de curvas. Pasamos por pueblecitos con edificios blancos y azules, como los colores de la bandera de Grecia. Llegamos a Perisa, pero no encuentro mi hotel. El agente me parece que dijo que mirara a la izquierda, pero no veo nada. Tras varios intentos y tras preguntar a varias personas descubro que el hotel no está a la izquierda sino a la derecha. Es un hotel pequeñito, blanco por la cal, ambientado en un estilo fresco y agradable, y con piscina. Las atendientes son muy atentas, y nos dejan usar la habitación aunque sean apenas las 9 de la mañana. Por fin podemos descansar.

Pero antes de descansar descubro que el hotel ofrece coches de alguiler a menos de mitad de precio del que hemos cogido. Esto me llena de mal humor, y tras llamar a Hertz cambio el alquiler a solamente un día, los otros dos días serán con el coche del hotel. Una vez arreglado el asunto, a dormir. Dormimos de 10 a 2, y tras un cambio de habitación (la que nos habían dado tenían un problema con las hormigas) y comer en un restaurante cercano (qué ensalada griega más deliciosa y fresca!) dormimos otra vez hasta las 5. Mucho dormir, pero el sueño no es reparador.

Aun así tenemos que levantarnos para hacer algo en la isla. Lo primero, cambiar de coche. Llegamos a Hertz, en el aeropuerto, y descubrimos que podemos dejar el coche pero no hay autobús ni taxi que nos lleve de vuelta, pues no hay vuelos que lleguen a esa hora. Por fortuna, tras esperar un poco llega un taxi que deja a un grupo de viajeros, y lo tomamos para llegar a Perissa. En total, el coche y el taxi combinados han costado una pequeña fortuna, y aún no hemos visto nada de la isla aparte de una carretera que hemos recorrido tres veces. Ahora ya sabemos que hay agencias de alquiler de coches casi en cada esquina de la isla, y aparte hay recorridos turísticos en autobús y barco que duran todo el día, con lo que el coche no es tan necesario.

Pero bueno, tenemos el coche, un Hiundai si me acuerdo bien (que yo no miro estas cosas), y a esa hora, más de las siete, lo que podemos hacer es ir a ver la puesta del sol desde Oia, un lugar que sale en las estampas de la isla precisamente por sus puestas de sol. Llegamos a Oia más tarde de las 8, el sol está a punto de esconderse, y apenas llegamos el sol se esconde detrás de las islas cercanas. La puesta de sol en sí no estuvo mal, pero tampoco es gran cosa... hasta que empezamos a pasear por el pueblo a la luz del ocaso. Las casas, blancas con cúpulas azules, se combinan con los colores cambiantes del cielo creando escenas preciosas. Un lugar idílico. Pero tentador, las tiendas se especializan en joyas de diseño inspirado en las joyas griegas clásicas y bizantinas, y Mineko se dedica a ver las tiendas, mientras yo intento sacar el máximo de la luz disponible para hacer mis últimas fotos.

Llegamos al hotel a las once, y Mineko se va directa a la cama. Yo prefiero cenar algo antes, y voy a otro restaurante cercano donde la comida está así así. Agotado con tanto ajetreo, me echo en la cama y me duermo en unos pocos segundos.

Al día siguiente, sábado, desayunamos en el hotel, donde lo mejor es, por supuesto, el yogur con miel, pero también tienen sus cereales, salchichas, huevos, quesos y otras cosas. Hay casi tanta variedad como en el hotel de Atenas. Aquí tengo que decir algo de la geografia de esta isla. La isla forma parte de un grupo de 4 o 5 islas, que juntas forman parte de un viejo volcán. Este volcán hizo una explosión tremenda hacia 1600 BC, y destruyó la ciudad de la que encontramos restos en el museo de Atenas. La explosión destrozó el volcán en sí y lo que era una isla se convirtió en este grupo de islas. Las islas están agrupadas en forma de círculo, y la parte interna del círculo, que corresponde al cráter antiguo, tiene unos acantilados impresionantes donde casitas blancas cuelgan como pretendiendo ser nidos de aves (o cagalutas de gaviotas, según de qué distancia las mires). Algo parecido a las casas colgantes de Cuenca, pero en una escala más grande y dando al mar.

Hay viajes turísticos en barco que recorren las islas, una de las cuales es la parte del volcán en activo, que estas décadas ha estado muy tranquilo pero que puede despertar de repente y hacer otra catástrofe. Decidimos tomar uno de estos viajes, pero en vez de salir desde la agencia de viaje tomamos el coche y fuimos al puerto mismo, a ver si encontramos alguna oferta especial. Pronto descubrimos nuestra segunda equivocación (la primera fue el alquilar el coche en el aeropuerto), pues el puerto no tiene espacio para aparcar, y la carretera que lleva al puerto es muy empinada y resulta imposible aparcar en ella. El lugar es caótico, con gente intentando aparcar y policías mandando a los coches fuera del puerto. Hay gente que decide aparcar en lugares prohibidos en la carretera, creando caos y congestión de tráfico. Nosotros conseguimos aparcar en la ladera del acantilado, y tras comprar los billetes de uno de los viajes descubrimos que el lugar donde aparcamos está prohibido. Al final no tuvimos otra opción que devolver los billetes y salir de aquel bullicio sin poder nacer nuestro viaje. Lo intentaremos otra vez mañana.

Decidimos ir a Akrotiri, el poblado con las ruinas destruídas por el volcán, y descubrimos que el lugar arqueológico está cerrado por renovaciones. Nada, que no tenemos suerte. Vamos a una playa cercana, conocida por la roca roja que la rodea, pero nada especial. Al final se nos hizo la hora de comer, y paramos en una taverna de Akrotiri. El camarero es el dueño, una persona amistosa pero con poco conocimiento del inglés. A Mineko le apetece comer pescado, y el dueño, incapaz de describir qué pescados tiene, al final nos lleva a la despensa y le pregunta a Mineko que elija el suyo. Los pescados, todos fresquísimos y con buena pinta. Mineko elije el suyo, y yo me decidí por uno de los platos que comí en mi viaje anterior, musaka. Mi musaka no sabe tan buena como la que guarda mi memoria, pero el pescado de Mineko es excelente.

Después de Akrotiri conducimos a través de un paisaje pintoresco con casitas blancas de cúpulas azules, hasta llegar a nuestro segundo lugar histórico, la capital antigua, con restos de varias épocas griegas antiguas. Pero otra vez la mala suerte nos acompaña, y es que, encima de que el horario es hasta las 2 y media (y ya es más tarde), están en huelga. Bueno, por lo menos no hemos sacrificado esfuerzo para llegar antes de las 2 y media y dedscubrir que estaba cerrado.

Al final acabamos en la puesta de sol de Oia, la segunda puesta de sol, también impresionante, pero no tanto por el sol en sí, sino por la multitud de gente que se junta y se apresura a fotografiar el sol usando flash, como si su flash fuera más potente que la luz del astro rey. Y nada más ponerse el sol, las calles se vacían de gente que se va a cenar o a comprar joyas. Ahora las calles son todas para mí, con su luz mágica del ocaso y su juego con las casas blancas de cúpulas azules.

Llega la noche, y el viento empieza a arreciar. Duermo apenas, preocupado por el estado del mar. Tal vez el viaje de vuelta a Atenas se cancele, y nos quedamos atrapados en la isla.

Hoy es domingo, último día en la isla, y por fín hemos podido tomar el viaje por las islas del volcán. El volcán en sí es impresionante por sus rocas negras, restos de erupciones antiguas, pero no lo es tanto como otros volcanes que hemos visto en el Japón. No tiene fumarolas, y solamente nos llega unas trazas del olor de azufre. Pero al lado de la isla del volcán está la isla de las aguas termales, un lugar donde el agua del mar está calentada con el calor de la tierra, y toma un color marrón especial. El "problema" es que el barco no puede atracar en tierra firme y tenemos que saltar desde el barco para disfrutar de las aguas, mezcla de aguas templadas y calientes. Toda una impresión para la piel.

El barco vuelve a puerto, a través de un mar que empieza a estar más picado a consecuencia del viento. Mi preocupación aumenta. Pero estoy un poco tranquilo. Si este barquito ha partido (eso sí, haciendo que muchos de los turistas se duchen con el agua del mar), el barco que nos lleve a Atenas, mucho más grande, no tendrá más problemas, no?

Y el viaje se nos acaba. Apenas nos queda tiempo para volver a Oia a comprar unas joyas (que al final Mineko ha caído en la tentación), y dejar el coche para tomar un taxi que nos lleve al puerto, ese puerto tan caótico, donde descubrimos que la comida de los restaurantes (o al menos del restaurante donde fuimos) es carísima y malísima. Un consejo, si vienes a Santorini en barco, no te pares a comer en el puerto.

Llega el barco, un barco no demasiado grande pero lo bastante como para que las olas no le presenten problemas, y partimos en él, rumbo a Atenas. Adiós, Santorini, la isla con casas en forma de joya y joyas en sus casas, la isla con su ocaso mágico. Estoy en el barco, han pasado apenas hora y media, y el barco navega un poco movido por las olas, pero seguro de llegar a su destino ... espero.

Atenas


El tiempo ha pasado volando y no he tenido tiempo de escribir cada día, como pretendía. Simplemente, Atenas tiene mucho, demasiado para los pocos días que teníamos para ella. No hemos podido dedicar el tiempo que se merece, y además yo tenía mis asuntos de trabajo que atender. Pero bueno, aquí escribiré un breve resumen de lo acontecido en Atenas el resto de los días, un resumen muy pobre pero que tendrá que valer.

El miércoles estuve todo el día ocupado con la visita a la universidad, y apenas tuve tiempo para reservar un viaje a Santorini, una de las islas más conocidas de Grecia. La reserva la hice con prisas, tras intentar con dos agencias de viaje. A la tercera fue la vencida, y conseguí reservar vuelo de ida, alojamiento en un lugar desconocido de la isla (cómo será?), y vuelta en barco porque no quedaban plazas de avión.

A la cena con Ion, mi persona de contacto en Grecia, me contó que es un poco arriesgado tomar un barco el último día de estancia en Grecia, pues a veces el viento hace imposible la travesía y tienen que suspender los viajes en barco. Bueno, lo hecho hecho está, a ver si el tiempo se comporta y no tenemos problemas. La cena, por cierto, fue estupenda, al lado de la Acrópolis en una zona de restaurantes muy concurrida.

El jueves es el último día en Atenas. Apenas hemos visto nada, con lo que tenemos que usar todo el día para ver lo que podamos. Lo primero por ver es, por supuesto, la acrópolis. Muchos siglos han pasado desde que se construyó, y ahora está en ruinas, y lo poco que queda está en restauración, lleno de andamios. Pero aun así la acrópolis es toda una inspiración. La grandiosidad de las columnas en la entrada hacen ver la gran riqueza y avance tecnoloógico, y sobre todo, artístico, de aquellos tiempos. Y esto hace ver nuestro "progreso" con cierta perspectiva. Como dice Mineko, las obras griegas son como de otro mundo, un mundo que desapareció por varios motivos, y que no se puede recuperar. La tecnología ha avanzado desde entonces, pero el sentido artístico de la Grecia antigua sigue allí, dando inspiración a quien se sienta inclinado a recibirla.

Eso sí, el calor de Atenas en estos días de verano son cosa de este mundo, y muy palpable. La acrópolis recibe un poco de la brisa del mar no lejano, pero aun así el calor no deja opción para ver mucho sin empezar a sudar como en una sauna, y pronto bajamos a tomar un granizado de limón en la entrada. Seguimos camino a la Plaka, la zona de comercio, a caballo entre un bazar y un mercado. Los comerciantes, pesados, intentan venderte lo que puedan. Nosotros, hambrientos, sedientos y sudororos, intentamos ignorarlos y buscar un lugar donde comer. Al final llegamos a nuestro destino, una zona en Monastiraki con bares que se especializan en suvlaki, esos pinchos de carne tan populares. Aun me acuerdo de mi primer viaje a Atenas. El olor de la parrilla y las hierbas han quedado conmigo desde entonces, y las memorias han llegado en cuanto he puesto pie en Monastiraki. Los suvlakis, mejores que los que mi memoria recordaba, han sido la mejor comida hasta ahora en Grecia.

Después de comer, vamos al museo arqueológico, que no se puede hacer otra cosa con este calor. Llegamos al museo, cansados y sudorosos, y sin fuerzas para ver las obras, con lo que decidimos tomar algo antes de empezar. Me acuerdo del quiosco a la entrada. Este fue un lugar nefasto en mi primera visita, pues uno de los camareros pretendió que el dinero que le dí, que era más del valor de la bebida pues no tenía billetes pequeños, era su propina. Y se la tomó como tal, a pesar de mis protestas. No tuve otra opción que dejarle con mi dinero pues mi grupo ya había partido y yo arriesgaba quedarme solo en Atenas en aquella ocasión. El camarero, muy pillo, vio lo que estaba pasando y se aprovechó. Total, que en este segundo viaje volvi al quiosco con pocas ganas, pero no había otro lugar donde enjuagarnos la sed. Nada más llegar, el camarero nos dio una jarra de agua, incluso antes de pedir nada. Esto se lo agradecimos sobremanera, y tras vaciar casi un litro de agua en nuestros estómagos pedimos nuestra bebida. Yo pedí batido de chocolate, lo mejor que se me ocurrió para recuperar fuerzas. Ya recuperados, pagamos la cuenta y el camarero se esforzó por darme el cambio exacto aunque yo, con las prisas, empezaba a marcharme antes de que él acabara de darme el cambio completo. Esta situación me alegró el corazón. Este camarero no tiene nade que ver con el que me robó la otra vez. Asunto concluído, tras más de veinte años no me queda rencor.

Las obras del museo supongo que son las mismas que en mi primera visita, pero mi impresión esta vez fue mucho más grande. Las obras de arte son como un buen vino, que mejoran con los años. Y estas llevan ya miles. La sala de exposiciones temporales fue especial para nosotros. Presentaga hallazgos de un poblado de las primeras eras de Grecia, mucho antes de la Grecia clásica. Este poblado fue destruído por un volcán, algo así como la Pompeya de Grecia. Tras ver las obras de esta sala descubrimos con sorpresa que el poblado está en Santorini. Precisamente la isla que pensamos visitar! Un motivo más para ir a esta isla, y un lugar más a visitar en la isla.

Volvimos al hotel tras un largo paseo de vuelta por la plaka, visitando tiendas, y disfrutando del ambiente tan vivo de la noche, fresca y alegre, cuando toda la población de Atenas sale a la calle. Pero nosotros tenemos aun mucho que hacer, pues nos vamos al día siguiente a Santorini, y el avión sale a las 6 menos cinco de la mañana. Y entre una cosa y otra, se me hicieron las dos y aun sin ir a la cama. Total, que la noche del jueves fue cortísima para mí, solamente dormí hora y media pues me tenía que levantar a las 3 y media para poder llegar al aeropuerto antes de las 5 de la mañana.

Pero tengo que acabar la narración aquí, que se me ha hecho tarde, hoy es sábado, estamos en Santorini, y mañana aun nos queda mucho que hacer.

Espero poder seguir contando mañana desde el barco. Buenas noches.

martes, julio 03, 2007

Llegada a Atenas


Al final Mineko llegó con una hora de retraso, más el tiempo que tuvo que esperar para que le llegaran las maletas. Total, que amanecimos en el hotel, y nunca mejor dicho, porque llegamos al amanecer. Como resultado pasamos el día durmiendo y comiendo. Nos acostamos a las 6 y media de la mañana, y nos levantamos a las 9 para desayunar, que ya que no pasamos la noche por lo menos tomamos el desayuno que está incluido. El desayuno resultó ser excelente, buffet libre con gran variedad de productos griegos. Lo mejor de todo fue el yogur. El yogur griego es famoso, por lo menos lo es en Australia, pero el original de Grecia no se puede comparar con las imitaciones de los supermercados australianos.

Después del desayuno, de vuelta a dormir hasta la hora de comer. Intentamos acceder al internet del hotel, pero parece ser que su sistema de autorización no funcionaba con lo que no pudimos entrar. Cansados de intentar, y tras decir a los del hotel que lo arreglen, al final fuimos a una sala de internet cercana. El internet era mucho más barato que en el hotel, pero tenía otro precio distinto. Era una sala de juegos online, llena de chiquillos jugando al internet, y con música a toda pastilla. Vamos, que muy tranquila no era. Pero nos satisfació nuestras necesidades de conectarnos.

Descubrimos que Starbucks, que estaba al lado mismo, también tenía internet de wireless, con lo que tal vez vayamos allí en otra emergencia. De todos modos, tras comer algo ligero en Starbucks fuimos al hotel, donde descubrimos que el acceso a internet no funcionaba al gusto del hotel pero sí a nuestro gusto, pues el sistema de autorización seguía sin funcionar pero podíamos usar el internet sin tener que pagar. Total que estuvimos toda la tarde conectados, que eso de que era gratis...

Fui a cenar con Ion, la persona que me ha invitado para dar una charla en Grecia y la razón por la que estamos aquí. Mineko y yo nos recuperamos del cansancio de distinta forma. Yo fui a cenar con Ion, Mineko se quedó en el hotel durmiendo. Y la cena? Estupenda, como parece ser toda la comida griega.

Hoy martes el día ha pasado sin nada que contar, pues tanto Mineko como yo estamos muy atareados, yo preparándome para la presentación de mañana y otros trabajos que me he traído, y Mineko con unas traducciones que tiene que hacer. Mañana también estaremos ocupados, a ver si podemos ir a ver algo el jueves. La acrópolis ha estado esperando unos miles de años, podrá esperar un par de dias más.

Y para cenar? Pues los dos platos griegos tal vez más internacionales, a saber el gyros (o kebab en Turquía) y la ensalada, regados con vino retsina, un vino con resina de pino añadida para darle sabor.

lunes, julio 02, 2007

Ultimos días en Praga


Los últimos días en Praga han pasado volando. El sábado atendí a las últimas sesiones del congreso mientras Mineko se intentaba recuperar de su viaje agotador. Para acelerar el proceso de recuperación fuimos al "wellness centre" del hotel, que además de piscina y sauna tiene masaje tailandés. Yo me hice una hora de masaje, Mineko hora y media más sauna. El masaje fue excelente. Una presión por aquí, un movimiento por allá, y el cuerpo se siente como recién puesto. Estaba tan relajado que a mí me parece que ronqué durante el masaje. Pero Mineko, que estaba al lado, dice que no, que no ronqué. Claro que ella también estaba haciéndose un masaje con lo que igual ella estaba soñando que yo no roncaba y que esos sonidos que se oían eran las olas al romper en su acantilado onírico...

Mi plan inicial era el ir a un concierto en el centro de Praga, pero al final nos quedamos en el hotel, cenando en uno de sus restaurantes. La comida, cara y salada (al parecer al gusto checo, no el precio, sino el sabor), pero por lo menos no teníamos que salir del hotel, que no hay nada cerca.

Y el domingo ha sido el último día en Praga, un día largo y agotador. Por la mañana, tras hacer las maletas y dejarlas en la consigna del hotel corrimos a coger el autobús que nos llevaría al metro, que casi lo perdemos. El plan era ir al centro histórico y apuntarnos a uno de los numerosos recorridos turísticos de la ciudad. El recorrido en particular prometía, pues combinaba paseo a pie, tranvía, y barco por el río, durante un total de 6 horas. Y la comida "típica checa" estaba incluída. Pero con las prisas de coger el autobús nos dejamos la información del recorrido en las maletas, y tras mucho correr por el centro en busca de una oficina de turismo donde supieran algo (que hay cantidad de oficinas pero los atendientes no saben gran cosa) al final llegamos tarde al grupo y ya había salido.

Desilusionados, buscamos otra alternativa, y al final nos apuntamos a un recorrido de dos horas en autobús por la ciudad. El recorrido no tuvo nada de especial, con mensajes pregrabados que no estaban muy bien sincronizados con lo que veíamos. "A la derecha pueden ver X... y a la izquierda pueden ver Y..." pero no tenía claro dónde estaba X y dónde Y. Pero el recorrido tuvo la sorpresa de llevarnos al castillo de Praga, un castillo todavía en activo. El presidente de la república checa tiene su residencia en tal castillo, aunque más que castillo parecía un palacio pues no ví ninguna fortificación. Eso sí, el edificio púrpura de estilo antiguo era impresionante, y más impresionante era la iglesia gótica enfrente del castillo-palacio.

De vuelta al centro buscamos donde comer y al final acabamos en el restaurante que fui con David dos días antes. La camarera, tan sonriente como la otra vez, nos sirvió comida estupenda, aunque eso sí, salada (faltaría más). Tal vez sea por eso que los checos consumen tanta cerveza? Y esta vez cuando pedí la cuenta no nos dieron cerveza extra.

Las últimas horas las pasamos viendo el barrio judío, que es un barrio poco corriente para ser judío, pues lo renovaron completamente a principios del siglo XX y no tenía las típicas callejuelas retorcidas sino calles amplias y rectas, con su sinagoga aquí y allá. La comunidad judía en Praga fue muy influencial hasta que llegó la calamidad de Hitler y acabó con todo, pero por lo menos quedaron los edificios.

Y al final, al aeropuerto, a tomar el avión que nos llevara a Atenas. O más bien los aviones, pues tomamos aviones separados. Mi vuelo estaba previsto para las 11:50 de la noche, y el de Mineko para lass 11:05, un poco antes. Pero el vuelo de Mineko se ha retrasado unas dos horas y al final yo he partido antes. Y aquí estoy, son las 4 y veinte de la mañana, en el aeropuerto de Atenas, esperando a Mineko, que debe de estar a punto de llegar... espera que mire la lista de vuelos... la llegada está prevista para las 4 y veinticinco... a ver cuánto tarda en llegar a la salida, que por lo menos en mi caso el recorrido desde el avión hasta las maletas era interminable.

Bueno, para terminar, mi impresión de Praga es que los lugareños (que al final no sé cuál es el gentilicio) se están aprovechando de los fondos generados por el turismo, y el resultado es una ciudad que más que ciudad parece un parque temático. Muchos de los taxistas son unos aprovechados, pero el sistema en general está muy bien organizado. El transporte público es tremendamente eficaz, y la ciudad tiene todas las facilidades. Qué diferente de cuando fui la otra vez, que era una ciudad que se estaba despertando de su pesadilla, donde el mercado negro de cambio de moneda era rampante, y donde todo el mundo podía hablar ruso pero nadie quería hacerlo. Pero me cuentan que aún ahora prefieren no hablar en ruso aquellos que aún se acuerdan.

Y los turistas? Cuando fui la mayoría eran alemanes y yo debería ser el último español de aquellos lares. Ahora me parece que la mayoría de los turistas eran españoles... qué invasión!