viernes, septiembre 26, 2008

Último día en el corazón de Australia


Sírvame esta entrada para terminar la narración del viaje. La visita a Alice Springs no tuvo nada de especial. Es un pueblo más bien grande en mitad de la nada, al lado de un río seco que según la historia cuando la visita de la reina de Australia (sí, Australia tiene reina) había inundado toda la población. Tiene una población aborígen importante, pero éstos aborígenes no tienen nada que ver con los que me imaginaba durante el viaje. Hay problemas de drogas, crimen y alcoholismo, y el pueblo no ofrece mucho más que unas cuantas tiendas y actuaciones para turistas. Visité una colección de reptiles y tuve la ocasión de tocar lagartos y serpientes, los pocos que me dejaron tocar los críos que estaban viendo la misma función. También me dediqué a buscar tesoros de geocache e hice un poco de mapeado del lugar. Luego, dejé el coche en el aeropuerto y volví a Sidney.

El viaje en sí, lo sé ahora, está a la altura de mi primer inter-rail, cuando descubrí cuántas cosas puede ofrecer el mundo cuando se viaja solo. Este viaje que acabo de terminar, por el hecho de viajar solo, me ha permitido apreciar el silencio del desierto, y sobre todo me ha hecho reflexionar sobre... no sé, simplemente reflexionar, pensar en cosas que no tengan nada que ver con el trabajo. Ahora, de vuelta al bullicio de la vida. Este blog y las fotos de la página de flickr seguirán en el internet, espero, para que me ayuden a recordar estos días, y espero para que animen a otros a viajar solos y ver, oír, tocar, olfatear cosas nuevas.

jueves, septiembre 25, 2008

Camino a Alice Springs



Este es el último día completo en este viaje, mañana vuelvo a los ruidos de Sidney. El plan es recorrer Namatjira Drive, la carretera que lleva a Alice Springs, parándome en todas las atracciones que pueda. Con lo que me levanto temprano y desayuno en el hotel/hostal/camping. Descubro que en la "tienda" del hotel se pueden encargar sandwiches para llevar, e incluso carne para llevar y poner en la barbacoa. Con lo que me pido un sandwich, y después me dedico a hacer llamadas para encontrar alojamiento para la noche. Este es el único día que no había reservado habitación pues no sabía en qué zona pasaría la noche. Llamo a un par de lugares que parecen bien, pero todos están llenos. Al final encuentro un camping en las afueras de Alice Springs con habitación compartida a veinte dólares australianos. Baratísimo, me da mala espina, pero no quiero hacer más llamadas y decido hacer la reserva.

Tras llenar el depósito del coche lo justo para poder llegar a Alice Springs, que la gasolina está carísima en esta parte tan remota, voy a pagar el alojamiento de estas noches pasadas. Para mi sorpresa y disgusto los del lugar quieren que pague la habitación completa, es decir dos camas, en total 60 dólares por noche. Yo insisto que por teléfono me habían asegurado que el precio era 30 dólares, pero ellos no tienen nada escrito, y no me habían dado ninguna confirmación por escrito. Esta gente son un demonio. El lugar estaba medio vacío y no pierden dinero con mi estancia. Es más, si llego a saber que el precio son 60 dólares por noche me lo habría pensado dos veces. Al final me dejan pagar 30 por noche, y salgo pitando de este lugar. La habitación ha sido la peor de todo el viaje, y luego he leído comentarios de este lugar, Glen Helen, diciendo que el precio es carísimo por el servicio que dan. Esto lo afirmo. No me verán más por aquí.

Salgo de viaje. Son antes de las 10, el sol no calienta, y aún hay esa luz suave de la mañana. La carretera está completamente vacía, y a mi lado se extiende el valle con sus árboles en medio del río. Este valle es un valle especial. Aparte de que los ríos van secos, los ríos van cortando las montañas. El valle va de este a oeste, pero los ríos van de norte a sur. Es decir, que el "valle" no ha sido creado por los ríos sino por unos movimientos orogénicos de épocas remotas. Tal vez lo que pasó es que las montañas subieron tan lentamente que los ríos no cambiaron su curso natural y simplemente erosionaron las montañas creando gargantas estrechas por donde pasan. Cada una de esas gargantas acumula agua, tal vez porque el sustrato rocoso no deja que haya agua subterránea, y se convierte en un oasis donde van todos los animales. Por tal motivo todas las gargantas del lugar son lugares muy especiales para los aborígenes, y algunas de ellas son sagradas. Más tarde, ya en Sidney, aprendí que estas gargantas fueron fuente de graves conflictos entre aborígenes y colonos occidentales, pues los colonos se empeñaron en convertir la zona en pasto para vacas. En épocas de sequía las vacas iban a los oasis, convirtiéndolos en barrizales y matando de sed a los otros animales. Las vacas al final acabaron muriendo de sed también pues el agua se había convertido en barro, y los aborígenes tenían que matar las vacas de los colonos porque no quedaba otra cosa que comer. Añade a ésto el que colonos y vacas se empeñaban en ir a lugares sagrados sin pedir permiso, y el conflicto está servido.

Pero esta mañana todo es paz y tranquilidad. Paro el coche y paseo por entre los árboles, disfrutando del silencio de la mañana.

El día transcurre lentamente y me lleva a algunas de esas gargantas, donde descubro algo de esa vida salvaje entre unos pocos turistas que ni se enteran de lo que hay alrededor, aparte de algún que otro wallaby. El lugar que más me gustó fue "Standley Chasm", un lugar donde uno de los ríos ha creado una garganta estrechísima y de paredes verticales, altísimas. Llegué poco después del mediodía, cuando los rayos del sol llegan hasta el fondo de la garganta. Siguiendo el curso río arriba veo más y más gargantas, menos espectaculares pero en conjunto una maravilla. Pienso que esto ha sido hecho por ríos que la mayor parte de su tiempo han estado secos, y me doy cuenta del tiempo que debe de haber transcurrido para llegar a este estado.

El otro lugar que quería ver fue "Simpsons Gap", ya cerca de Alice springs, pero éste lo quería ver a la puesta del sol, cuando los wallabies salen a beber. Con lo que me dedico a pasear por el área semidesértica, y leyendo carteles del paseo de Cassie Hill aprendo de la vegetación del lugar y de sus usos por los aborígenes. Por ejemplo, las raíces de ciertos árboles son lugares frecuentados por orugas comestibles, y las hojas de otros árboles se usan para medicinas e infusiones.

Al final llego a "Simpsons Gap" a la hora deseada. Los turistas han sido reemplazados por wallabies que hacen su cena con la hierba seca del lugar. Descubro un wallaby con dos cabezas, la del adulto y la del bebé que asoma por la bolsa de la barriga. Experiencia australiana total.

Llego al camping ya de noche y descubro que el tal camping es una maravilla. La habitación tiene cuatro camas, todas vacías, con nevera, baño y televisión. Y todo esto por 20 dólares! Así da gusto acabar las vacaciones.

miércoles, septiembre 24, 2008

La tierra de Namatjira




Llega un nuevo día en este viaje tan fascinante, ¿qué me deparará hoy? Empiezo el día con la salida del sol, desde el mirador de Namatjira, el mismo de la puesta de sol de ayer. Esta vez el lugar está desierto, y el valle se muestra enfrente, rodeado de montañas bajas. El cielo raso, sin una sola nube, está dominado por una luna en cuarto menguante. Poco a poco los colores del cielo cambian del azul al rosa, y el sol hace su acto de presencia. Desde este mirador se puede ver la cómo la claridad de oro de los rayos del sol iluminan, primero la cima de la montaña, luego el resto, seguido por las puntas de los árboles del valle, y por fin el valle completo. El día se declara oficialmente abierto.

Vuelvo al hostal, donde me tomo el primer desayuno de hostelería del viaje. Hasta ahora me había preparado yo el desayuno, pero en los últimos días no he podido comprar nada de comida, y no hay tiendas en la zona. Pido un desayuno completo, con sus huevos, bacón, tomate y otras cosillas. Con esto y las sobras de lo que compré en Yulara, al principio de este viaje, tengo que pasar el día.

El plan principal de este día es recorrer la ruta "Pound walk", en la garganta de Ormiston, que la guía turística dice que es lo mejor de la zona. Y así llego a la garganta Ormiston más bien temprano, para poder caminar antes de que el sol caliente demasiado.

La senda me lleva por el lecho de un río seco, un río donde en vez de agua hay eucaliptos. Son los "eucaliptos rojos del río", mi traducción liberal de "red river gums", y solamente se ven en los lechos de los ríos de la zona, donde las raíces beben del agua subterránea. Son árboles majestuosos, de armas retorcidas y corteza rojiza.

Al dejar el río empieza la escalada por la colina de la izquierda, a través de vegetación semidesértica, y bajo un sol que empieza a calentar. El día se presenta ventoso, y a medida que asciendo el viento se torna en protagonista. Ya cerca de la cima el viento empieza a amainar, y en la cima el viento se torna en una brisa agradable. La cima está coronada por un eucalipto fantasma, mi traducción libre del "ghost gum". Este eucalipto tiene una corteza blanca como si lo hubieran encalado, y según dicen (o dice la guía turística) por la noche el tronco refleja la luz de la luna como si fuera un espectro. Delante hay un valle pequeño, rodeado de colinas, con un río seco que lo atraviesa como una gigante serpiente de árboles en un lugar desprovisto de vegetación. Es el valle que voy a recorrer.

Caminando ladera abajo tomo un pequeño desvío para buscar un tesoro de geocache. La casualidad hace que justo a diez metros del tesoro haya una pareja de jóvenes tocando la guitarra y cantando. Tal vez estarán buscando inspiración trayendo la guitarra colina arriba en este desierto, no sé, pero se me antoja surrealista el estar buscando un tesoro en una zona tan remota con música de fondo. Y justo cuando encuentro lo que busco, la música se para. ¿Será un espejismo, o tal vez estoy en una película? Los jóvenes se van, guitarra a cuestas, y me dejan el lugar para poder disfrutarlo sin música ni distracciones.

El camino sigue colina abajo hasta llegar al valle de la serpiente de árboles. Se acerca la hora del mediodía y el sol aprieta más. La falta de vegetación hace que las rocas reflejen el calor del sol, y ahora que no hay ni brisa, el lugar parece un horno. Ahora entiendo por qué recomiendan hacer este paseo por la mañana temprano. No hay sombras, ni animales, ni brisa, ni ruidos. Simplemente un terreno rocoso con apenas unos pocos árboles en el lecho del río, y el sol en lo alto. El único movimiento que se ve es el del lagarto que, tras observar mi caminar desde una roca del camino, se aleja presuroso y se esconde debajo de otra roca.

El camino me lleva de nuevo al lecho del río seco, que ahora corta las colinas formando la garganta de Ormiston. Eucaliptos fantasma retorcidos se aferran a las paredes rocosas, con sus troncos de cal destacándose en el ocre de las rocas. Por fin hay sombras donde poder descansar, y pronto el río empieza a mostrar estanques de agua donde descubro mi primer marsupial de este viaje, un wallaby, que es una especie de cangurito que plácidamente masca hierbas y se rasca la barriga a la orilla del estanque.

Con el agua y los wallabies llegan los turistas con su picnic y sus voces, rompiendo la magia del lugar y llevándome a la otra realidad. Vuelvo al aparcamiento, donde acabo las sobras de pan y mermelada que me sirven de comida de hoy.

El siguiente destino es la garganta de Redbank, otro de los oasis en esta zona. Es un lugar menos conocido por turistas, y su atracción es el estanque del oasis, que hay que atravesar en colchoneta para llegar a la zona alta de la garganta. Se me antoja una aventura estupenda, y allá que voy. Pero descubro que la colchoneta la tienes que llevar tú, y el agua está demasiado fría para intentar cruzar el estanque a nado. Los planes cambian y me dirijo al mirador cercano, donde el valle se muestra majestuoso, con un río ancho de eucaliptos rojos que hacen que el lugar parezca una huerta de frutales más que un río seco. Y acompañándome, como siempre, la soledad y el silencio.

De vuelta al hostel/motel/camping/gasolinera me atiborro de comida a la hora de cenar, que eso de comer pan con mermelada tras tanto caminar da mucha hambre. El restaurante muestra pinturas aborígenes, y en mi sala, la sala Namatjira, aparecen cuadros de este famoso pintor. Hoy he visto los modelos que inspiraron al artista, y he experimentado parte del calor, la soledad y el silencio que supongo que también le acompañaron e inspiraron.

Tras cenar, y para acabar el día, me dirijo al lugar donde empecé el día, el mirador de Namatjira. La noche es cerrada. No se ven montañas ni árboles, y es que no he venido a ver al paisaje terrenal. En lo alto se muestran las estrellas con todo su esplendor, sin luces a varios kilómetros a la redonda ni luna que eclipsen las sutiles combinaciones de estrellas, galaxias y nebulosas del hemisferio sur. Saludo a la Vía Láctea, y voy a la caza de galaxias lejanas, galaxias donde, quién sabe, tal vez haya alguien como yo mirando a las estrellas. Su mirada se encuentra con la mía, pero nunca nos conoceremos. Saludo al misterioso alien, y me retiro a mi habitación.

martes, septiembre 23, 2008

Rocas, árboles y meteoritos




Esta mañana me levanto más tarde de lo acostumbrado. Por primera vez no tengo que ir a ver la salida del sol, y me quedo en el hostal a desayunar. Bueno lo llamo hostal por ponerle un nombre, realmente es un resorte turístico (¿se dice así?), que tiene alojamiento para todos los gustos, desde camping hasta habitaciones de lujo. Mi opción fue la más barata sin tener que acampar. La habitación tiene tres camas y es para cuatro personas, pero en esta ocasión no hay nadie más, es toda para mí. Hay una cocina a compartir entre otras habitaciones pero descubro que no tiene utensilios ni cubiertos, simplemente fogones para cocinar. Necesito un plato hondo, o por lo menos un cazo, donde poner mis cereales con leche, pero no hay nada. Al final voy a la tienda y me compro cubiertos de plástico y uno de esos postres helados. Después de tomar el postre uso el vaso para mis queridos cereales, y a disfrutar del día.

Llego al cañón de los reyes temprano, antes de las nueve. El plan es, como los otros días, hacer el paseo principal de buena mañana antes de que el sol caliente demasiado, y antes de que lleguen los grandes grupos de turistas.

El paseo me lleva por el borde del cañón. Abajo se ve el río seco con sus seres nocturnos misteriosos, y delante de mí el paisaje es rocoso, con colinas de roca pura y arbolitos que desafían el terreno y el clima tan árido del lugar. La combinación de rocas y árboles se convierte en la protagonista de este paseo. Las rocas parecen los restos de unas ruinas milenarias de una civilización perdida. Y los árboles, retorcidos y con pocas ramas, parecen como esculpidos a propósito para crear, junto con las rocas, un paisaje como los que se ven en las pinturas chinas de los museos. Mi afición al bonsai me hace fijarme en estos árboles más que en otra cosa del paisaje. Muchos de los especímenes que se ven en revistas de bonsais y en exposiciones son estéticamente bonitos pero decididamente artificiales. Estos árboles, en cambio, combinan una estética y una forma tan natural que no quiero perderme los detalles, tengo que crear algo así cuando vuelva a mi jardín. La cámara de fotos trabaja sin cesar, y me paro cada cincuenta metros para observar y fotografiar árbol tras árbol. El tiempo pasa, llegan los grandes grupos de turistas, pero yo sigo, absorto, mirando a los árboles e ignorando las vistas de precipicios al tajo que son tan admiradas por los turistas.

Una razón por la que hago este paseo es que hay un tesoro de geocache escondido entre las rocas que quiero encontrar, y poco a poco me voy a acercando al escondite, con el GPS en mano. Mientras camino, parando de árbol en árbol para hacer fotos, oigo a un grupo de turistas estadounidenses decir la palabra "cache". ¿Estarán haciendo geocache también? No estoy acostumbrado al acento americano, tal vez hablan de dinero ("cash")? ¿Será que han perdido dinero y lo están buscando? Yo sigo mi camino, adelantándolos en mi viaje de árbol en árbol, y ellos adelantándome a mí cuando me paro a hacer fotos. Y en una de estas ocasiones uno de ellos ve mi GPS. "¿Ah, haces geocaching?", me pregunta. Pues sí, resultan que ellos también son buscadores de tesoros. Qué casualidad, es la primera vez que me encuentro con geocachers, y encontrarlos en este lugar tan remoto es algo inesperado. Me cuentan que no pensaban buscar tesoros en terrenos difíciles y no tienen detalles de éste, con lo que no vienen preparados. Les ofrezco dejarles mi GPS después de que yo haya encontrado el tesoro, pero al final, como yo me paro tan frecuentemente, ellos deciden seguir su camino. Cuando encuentro el tesoro no les veo por el camino, lástima para ellos.

Sigo el camino, parándome en todo árbol que se ponga por delante, disfrutando del paisaje que se ve desde el borde del cañón, y asombrándome de encontrar el jardín de Edén, un estanque de agua, un oasis en este desierto, lleno de pájaros y animales acuáticos. Es ya casi mediodía, mucho más tarde de lo planeado, y hay tantos turistas que el oasis no se puede disfrutar con tranquilidad, con lo que sigo el camino, casi corriendo ahora, que aún queda mucho que hacer este día.

Acabo el paseo y me preparo para la aventura principal de este viaje, que es el conducir por el circuito Mereenie. Es un atajo por el desierto, una carretera sin asfaltar que me llevará a Glen Helen, la tierra de Namatjira, a través de territorio aborígen. Esta carretera es el motivo por el que he alquilado un 4x4 en vez de un coche normalito.

La carretera me lleva por una zona despoblada, cubierta de vegetación árida. Apenas pasan coches, y cuando uno llega tengo que subir la ventanilla para evitar que entre el polvo del camino. La carretera no está tan mal como esperaba. Podría haber ido en un coche normal con un poco cuidado, pero ya que tengo éste aprovecho para apretar el acelerador para ir lo más rápido posible. Es una carretera recta pero con multitud de desniveles, y en más de una ocasión da la impresión de que el coche salta como si esto fuera un rally.

Llego al desvío de Tnorala. Tnorala es el resto del cráter de un cometa que cayó al principio de los tiempos. En su tiempo el cráter fue de 20 kilómetros de diámetro, pero lo que queda tras la erosión son las rocas comprimidas bajo el impacto, que ahora parecen colinas simplemente por que el terreno circundante, más blando, ha sido llevado por la erosión. Es el cráter dentro del cráter. La carretera del desvío es mucho más difícil y arenosa que la carretera principal, y aquí si que hay que conducir lento para evitar quedarse estancado en la arena. Ahora sí es cuando agradezco haber alquilado este coche, que con no ser un todoterreno por lo menos tiene tracción a las cuatro ruedas.

Tnorala, como tantos accidentes geológicos de la zona, es un lugar venerado por los aborígenes. Cuenta la leyenda que se formó cuando, allá en el cielo, un grupo de mujeres estaba danzando. Una de ellas dejó el bebé en la plataforma donde estaban bailando, y el bebé se cayó de la plataforma, su cuna impactando en la tierra. Las mujeres son la Vía Láctea, y el impacto de la cuna es Tnorala. Esta es la leyenda, que no se aleja tando de lo que dice la ciencia occidental. En tiempos más recientes, antes de la llegada del hombre blanco, hubo una gran masacre entre tribus aborígenes, y desde entonces no se está permitido pasar la noche en el lugar por respeto.

Soy el único en el lugar. Empieza a atardecer, y doy un paseo siguiendo el sendero entre la vegetación. El silencio es absoluto. Aquí no se oye ni la brisa, ni el volar de las moscas. Después de tantas horas en coche, el silencio se nota más, lo llena todo, y en cierto modo amplifica el ruido de las pisadas hasta tal punto que no puedo más, y me paro. Aquí estoy, en el cráter del cráter de un cometa, solo, en silencio absoluto. El tiempo se para y se me antoja que no hay nada detrás de las colinas. Vuelvo a caminar, pero el ruido de las pisadas se me hace insoportable. Al final me quito los zapatos y acabo el recorrido descalzo, en silencio. No soy nadie, simplemente una visión en este lugar tan lleno de leyenda y tragedia. Esta experiencia sin duda será la más impactante del viaje. Me parece que un silencio tan absoluto jamás lo volveré a encontrar, y lo disfruto como una joya preciada y escasa, algo que está destinado a desaparecer de este mundo. Al fin y al cabo, como dice la canción, el silencio tiene sonido, un sonido más fuerte de lo que me podía imaginar.

De vuelta al coche, y al ruido, llego a un mirador donde se aprecia la forma de Tnorala, un grupo circular de colinas en medio de la planicie del desierto.

Llego a Glen Helen a punto de anochecer, justo a tiempo para la función solar de todos los días, cuando el sol pinta las montañas circundantes de oro y púrpura, unas montañas que tan bien supo pintar Albert Namatjira, el pintor aborígen que juntó la técnica occidental con los sentimientos aborígenes, creando una escuela de pintura tan distinta. Alguien que, como descubrí años atrás en un museo de Canberra, fue la primera persona que fue capaz de dar expresión a los eucaliptos y las montañas australianas.

Llego por fin al alojamiento, donde descubro que mi reserva por teléfono no existe. Por suerte el lugar no está lleno y tengo una habitación a compartir, toda para mí. La habitación es más pequeña que la de los otros lugares, con dos literas, y muy rústica. Pero por el precio que me piden no me quejo.

lunes, septiembre 22, 2008

Día ventoso




Es el tercer día de este viaje al centro de Australia. Esta vez quiero ver cómo cambian los colores de Kata Tjuta con la salida del sol, con lo que me levanto antes de las cinco. La noche pasada me acosté más bien tarde con lo que apenas he dormido cinco horas. Pero bueno, esto son las cosas que pasan cuando se va de viaje. Las compañeras de habitación no han venido esta noche, a saber qué habrán encontrado en el desierto, y yo me quedo sin saber si son francesas.

Recojo las cosas a toda prisa, me tomo medio desayuno, ficho la salida en recepción, y salgo de camino a Kata Tjuta, también llamado Las Olgas o Las Siete Hermanas por alguna leyenda que no sé si es aborígen o de los pioneros occidentales.

Descubro con asombro que el parque está cerrado, he llegado demasiado pronto y no han abierto las puertas todavía. Con lo que espero en el coche, haciendo cola con los otros madrugadores, tal vez ellos también quieren ver la salida del sol desde Kata Tjuta. Al final abren las puertas y allá que vamos.

Conduzco más bien rápido, que el lugar está a media hora de camino, y empieza a clarear. Al final llego al mirador, y descubro con gozo que está vacío, es todo para mí. A los pocos minutos llega una furgona con jóvenes aventureros, y luego otro coche, pero ya está. Los demás deben de estar esperando en Uluru.

Delante de nosotros se nos muestra la silueta de Kata Tjuta. Son un conjunto de colinas rocosas con formas redondeadas, restos de montañas viejísimas. Y es que esta parte de Australia no ha sufrido movimientos geológicos en los últimos cientos de millones de años. Estas montañas son mucho más viejas que los Pirineos, los Andes o el Himalaya. Y como apenas llueve, la erosión es tan lenta que aún quedan restos. El lugar es viejo, viejísimo, y así lo parece.

A lo lejos, en dirección este, se ve la silueta de Uluru. El día está nublado, y el cielo y las nubes parecen estar jugando con él. En cambio, Kata Tjuta sigue oscuro y silencioso. A medida que el cielo clarea se hace más evidente que el espectáculo no va a ser Kata Tjuta sino Uluru. Las nubes no dejan que el sol pinte con sus colores las montañas. En cambio, las nubes se tornan protagonistas y empiezan a abrir huecos por donde pasa la luz de la aurora. Seguimos contemplando a Uluru, y vemos que sus bordes empiezan a ponerse como al rojo vivo, como si fuera un gran pedazo de hierro al fuego. Y es que el sol ha conseguido desasirse de las nubes, y está saliendo, exactamente detrás de la roca. El espectáculo de Uluru roba a Kata Tjuta de todo protagonismo. Y así el sol, por entre las nubes, empieza a iluminar el día, lanzando rayos sobre Uluru como si estuviera comunicándose con él. Si hay una roca que tenga vida propia, ésta debe de ser Uluru.

Después del espectáculo de la salida del sol tan especial, acabo mi desayuno, me afeito y me dirijo a Kata Tjuta, a pasear por el Valle de los Vientos. El día sigue nublado con lo que me llevo la rebeca por si las moscas.

Lo mejor de Kata Tjuta es que hay mucha menos gente que en Uluru, y puedo disfrutar de gran parte de las colinas a solas. En cuanto entro en el valle empieza a levantarse viento, ¿o tal vez siempre hace viento aquí? Descubro tras leer en los carteles que partes del valle son sagradas y solamente los jóvenes aborígenes pueden entrar durante su ceremonia de iniciación. Como parte de la ceremonia tienen que pasar un tiempo en la cabecera del valle y cazar animales.

El viento arrecia cada vez más fuerte, un viento cada vez más frío, y al final me tengo que poner la rebeca. El Valle de los Vientos hace honor a su nombre.

Después de este largo paseo me acerco a la garganta Walpa, que me parece que quiere decir la garganta de los vientos, y en verdad, el viento aquí es incluso más fuerte. Me cuesta caminar, y ahora el frío me hace ponerme el chubasquero por encima de la rebeca. Y justo a tiempo, pues de repente se forma un chubasco de gotas gordas y calientes. El viento y la lluvia convierten este corto paseo en toda una aventura.

Pero al final llega el momento de dejar Kata Tjuta y Uluru. Mi plan es pasar la noche en el cañón de los reyes, a unos cuantos cientos de kilómetros de distancia, y ya es mediodía. Empieza la segunda etapa del viaje.

El día sigue frío y ventoso, parece ser que los vientos han salido del valle a dar una visita por los alrededores, y me acompañan por una carretera casi desierta. Durante el camino paro en un par de sitios, marcando lugares para luego poder añadirlos al mapa de OpenStreetMap que estoy creando con otros miles de personas, y buscando tesoros de geocache, que aquí también hay. Y gracias a estos tesoros descubro vistas que seguro no habría encontrado. En una de ellas se ve a lo lejos el monte Connor, una montaña que muchos turistas recién venidos de Alice Springs confunden con Uluru. El viento ha levantado una capa de polvo, y desde el mirador la montaña se ve muy lejana y poco clara. En otra ocasión el geocache está en un mirador de lagos de espejismo. A lo lejos se ven lagos secos, pero que aparentan estar llenos de agua por la sal que han dejado.

El tiempo pasa, y al final llego al hostel de Kings Canyon poco antes de la puesta del sol, y antes de que éste se vaya a visitar la otra parte del mundo decido entrar en el cañón, que se supone que esta parte del cañón se ve mejor a esta hora.

Llego a la base del sendero cuando apenas quedan unos minutos de sol y los pocos turistas que hay están de vuelta en el aparcamiento. El valle está ya en sombras y solamente las rocas a lo alto tienen luz. Pero decido entrar, ya que estoy aquí, mejor ver lo que hay.

El valle lo recorre un río seco, pero la vegetación indica que el agua no está lejos. Con la puesta de sol empiezan a oírse los sonidos de aves y animales, y mientras entro me da la sensación que el valle empieza a cobrar vida. Ya no hay turistas, el valle empieza a despertarse y los sonidos sugestivos se muestran solamente para mí. Es una sensación que hacía mucho que no sentía. Cada vez hay más ruidos artificiales en nuestras vidas, y estar en un lugar con solamente ruidos de la naturaleza, sin oír máquinas, radios o incluso voces humanas es una experiencia muy acogedora. Llego al final del sendero, donde empieza la parte sagrada del cañón, pues éste es otro lugar donde los jóvenes de otra tribu hacen su ceremonia de iniciación. Y me siento en el mirador, observando los últimos rayos de sol sobre las rocas en las alturas, y escuchando los sonidos del ocaso. Y la vuelta, ya a oscuras, me hace sentir que durante unos minutos yo también he sido parte íntima de este cañón misterioso.

Ya en el hostal descubro que mi habitación, que es compartida, es toda para mí. Tengo tres camas a escoger, y hay televisor, nevera con leche y tetera con sobrecillos de té y café. Y es que la civilización también tiene sus cosas buenas.

Ceno en el pub restaurante del lugar, donde un grupo de música folk-country actúa y saca a todos los críos con sus padres. Y yo disfruto del espectáculo, pensando que como no tengo críos a mí no me sacarán, cuando la artista apunta a una persona al lado mío diciendo a los críos que es Steven Spielberg en busca de talento. Uno de esos críos sorprende con una actuación con didgeridoo, ese instrumento aborígen tan especial y tan difícil de tocar, y más tarde el crío me pregunta si es verdad que soy Spielberg... y yo le contesto que no, que Spielberg estaba al lado mío, pero que ya no está. Y el niño se marcha todo desilusionado. Tal vez esta noche se le haya quedado grabada como la noche en que Spielberg casi le contrata para la próxima película.

domingo, septiembre 21, 2008

Uluru



El despertador me saca del sueño a las cinco de la mañana. Toca levantarse, que la salida del sol es un espectáculo que no hay que perderse. Los otros ocupantes de la habitación están durmiendo. Son dos jovencitas, creo que francesas, pero no lo tengo muy claro, pues llegaron a la una y media de la mañana, muy discretas y hablando bajito para no molestar, y a esas horas a ver quién se levanta para hablar con ellas. Y parece que eso de ver la salida del sol no les llama, y no se lo reprocho. Bueno, basta de pensar... a levantarse! Sin encender la luz, y evitando hacer ruido, cojo mis cosas y salgo fuera.

Es aun noche cerrada, y a trompicones voy a la cocina común para improvisarme un desayuno con leche, cereales y un plátano. Mientras desayuno aparecen Celia y Javier, que también se han levantado para ver la salida del sol. Van en autobús con guía, y con un poco de suerte la atracción incluye desayuno. Les deseo buena suerte y nos separamos. La noche empieza a clarear con las primeras luces del alba, y hay cada vez más movimiento por la zona. Los turistas están subiéndose a los autobuses, listos para partir. En otros lugares del mundo la hora punta es la hora de ir al trabajo. En este lugar, es el amanecer.

Me junto al tráfico y voy camino a Uluru. Mi primera parada es el mirador de la puesta de sol. El aparcamiento está completamente desierto, y delante de mí está la silueta de Uluru delante de un cielo sin nubes y con colores que van del azul marino al naranja, pasando por toda una gama de azules y rosas. El paraje desierto y sereno, y la roca como si estuviera a punto de despertarse.

Vuelvo a la carretera, donde el tráfico es aún más intenso, y llego al aparcamiento del mirador de la salida del sol. El lugar parece un camping más que otra cosa, con multitud de coches y autobuses, y grupos organizados preparando su desayuno. Me imagino que uno de esos grupos es el de Celia y Javier. Encuentro un hueco donde aparcar y a duras penas encuentro un lugar donde ver la roca sin que haya demasiada gente por delante. Justo a tiempo, el sol está a punto de salir. Poco a poco los rayos del sol empiezan a pintar la roca de naranja, empezando por arriba, y bajando hasta llegar a la base y los árboles, hasta que todo el paisaje está bañado por los colores cálidos del sol. Y unos minutos más tarde el aparcamiento se vacía de gente, gente que tiene sus horarios incluso en este lugar tan lejos de la civilización corriente. Otra vez el lugar es para mí. Ahora tengo tiempo para prepararme para el día, afeitarme, y ponerme crema protectora para el sol que ya empieza a mostrar su poder.

Ayer descubrí que los guardias del parque organizan un paseo gratuito con guía a las diez. Son casi las ocho, algo hay que hacer hasta entonces. Con lo que empiezo a caminar alrededor de la roca, empezando por la parte soleada y prediciendo que dentro de poco será un agobio caminar por esa zona por el calor. Esta roca, una vez que me acerco, se me antoja como uno de esos planetas que el principito de Saint-Exupéry recorrió en sus aventuras. Redonda, con recovecos y cuevas por todas partes, rezumando misterio e historias más viejas que el hombre. El tiempo pasa, el calor empieza a notarse. Llego al punto de encuentro donde hacen la visita guiada pero son las nueve, aun queda una hora para el paseo. Con lo que sigo mi recorrido alrededor de la roca, descubriendo partes misteriosas, partes sagradas que no se pueden fotografiar, partes con formas curiosas. El paso del tiempo ha esculpido la roca con figuras caprichosas. La roca misma, roja, o más bien naranja, contrasta con el verde de la vegetación, una vegetación que parece haber sido atraída por la roca por alguna fuerza misteriosa, en un desierto donde no esperaba ver nada verde. Los últimos kilómetros del paseo se tornan en carrera, pues el tiempo parece haberse acelerado y me arriesgo a llegar tarde a la cita con los guardas. Al final llego al coche, sofocado y con apenas quince minutos para llegar al otro extremo de la roca.

Llego al punto de encuentro justo a tiempo, la gente está esperando y el guarda llega justo después de mí. ¡Menos mal! El guarda es una jovencita rubia que al instante se convierte en modelo para mis fotos. Nos cuenta la leyenda de los Mala, una tribu aborígen cuyo totem es un cangurito que desgraciadamente está extinto en forma salvaje y solamente quedan unos pocos ejemplares en cautividad. La historia cuenta de tribus antiguas y un perro gigante, de lucha y huída del peligro. El guía nos lleva a lugares sagrados donde sólo los hombres de la tribu pueden ir, o donde sólo las mujeres pueden ir. Algunos de estos lugares no se pueden fotografiar porque son tabú para ciertos miembros de la tribu, y si alguien las fotografía y las publica hay riesgo de que sean vistas por gente de la tribu que no debiera verlas. Las historias que nos cuenta el guía no son completas porque tienen partes secretas que solamente los miembros de la tribu pueden saber por completo. Son historias que enseñan la tradición y costumbres de la tribu, y solamente los iniciados pueden apreciarlas. Yo me conformo con saber que existen, aunque me apena que estas historias tal vez desaparezcan con los que las cuenten si éstos no encuentran a las personas adecuadas a quien pasar las tradiciones.

Con las historias del guarda me entran más ganas de apuntarme al tour de Anangu y escuchar la historia de Kuniya la pitón, y así lo primero que hago al llegar al hotel es preguntar por el tour. Pero me dicen que se ha cancelado por falta de turistas. Parece ser que los turistas prefieren las grandes agencias, o más bien, las grandes agencias con sus garras que llegan a los países origen de los turistan, los atrae antes de que éstos sepan que hay agencias locales que ofrecen algo diferente. Por suerte hay otra actividad organizada por Anangu a la misma hora, un taller de pintura aborígen, y me apundo sin pensármelo dos veces.

De vuelta al hotel me encuentro con Celia y Javier, que habíamos quedado para comer. Intercambiamos impresiones rápidamente y me voy, dispuesto a crear mi obra de arte aborígen.

En el taller me encuentro con el mismo intérprete de ayer. La artista parece ser una de las dos guías de ayer, quien nos cuenta los misterios de la pintura aborígen. En su cultura no hay escritura, y las costumbres y conocimientos se pasan oralmente y dibujando en la arena o en rocas. Cada pintura tiene su historia que contar, y la mujer nos enseña cómo reconocer los símbolos del hombre, la mujer, el agua, la tierra y la vegetación, y los animales. Nos cuenta varias historias, incluída una versión breve de Kuniya la pitón y Mala el cangurito, mientras dibuja en el suelo, tal vez como se ha pasado el conocimiento de generación a generación. Nos cuenta que Uluru es el límite de cuatro tribus, una de ellas Anangu, su tribu. Todas las tribus de Australia están relacionadas de una forma u otra, y se intercambian historias. Y entre todas las historias hay una historia milenaria especial, compartida entre cuatro tribus. La historia empieza en la punta norte de Australia, cerca de Darwin, y transcurre de norte a sur hasta llegar a una tribu cerca de Adelaide. Cada tribu solamente puede contar su parte de la historia de modo que si uno quiere saber la historia completa tiene que recorrer toda Australia de norte a sur. Y todo esto me hace pensar en la película diez canoas y su historia, tan antigua pero a la vez tan moderna. Al final de sus lecciones nos dice, a través del intérprete: "Bien, os he dado mi historia. Ahora os toca a vosotros, dadme la vuestra". Es como un comercio de historias, algo que tal vez hayan hecho los aborígenes desde el principio de los tiempos. Y sin más, nos da lienzos y pintura, y nos deja pintar. Hice mi obra de arte, o más bien de desastre, juntando hombres, mujeres, canguros y pozos de agua, y luego tuve que explicar lo que quería decir, que ni siquiera yo sabía lo que estaba haciendo... ¡qué vergüenza! Mientras nosotros creábamos nuestras historias (la mayoría contaron la historia de su familia, y hay que ver qué bien que pintaban algunos), la artista creó otra de sus obras. Era un cuadro que representaba la historia de Mala, Uluru, el perro gigante, y los miembros de la tribu huyendo. Luego me pasé por la galería de arte, imaginándome qué historias y secretos guardaban dentro los cuadros expuestos. Al final me compré uno que me contaba algo. Algo que tal vez no sea lo que el pintor quería decir, pero da igual. Es una historia secreta que sólo compartimos el cuadro y yo.

Son más de las cuatro. El calor abrasa menos que ayer, o tal vez me he acostumbrado a él, y me quedo paseando por el lugar entre la roca y el taller de pintura. Los turistas han desaparecido, solamente estamos la roca y yo. Cada metro es distinto. La vegetación se combina con Uluru para crear estampas distintas y artísticas. Después de la clase de pintura todo me parece distinto. Uluru se siente más vivo que nunca, y su belleza roja, majestuosa, se mezcla con el verde de la vegetación. El silencio lo llena todo. El cielo, azul, sin nubes. El suelo, rojo.

Estando así me encuentro con una mujer en bicicleta. Es una bicicleta con aspecto más bien viejo, llena de alforjas. Es la misma mujer que vía ayer en Kata-Tjuta, a unos cincuenta kilómetros de aquí. Le preguto de dónde viene: "de Alemania", me responde. "Sí, ya, pero no has venido en bici desde allí, ¿o sí?", le pregunto con un tono un poco burlón. "Bueno, no, hay partes en donde no pude usar la bici", me contesta. Su nombre es Annemarie, alemana, que una vez soñó con viajar en bici hasta Australia, y dicho y hecho, se pasó seis años en bici para llegar hasta aquí. Fue todo un honor para mí el hacerle unas cuantas fotos para su página web.

Llega la hora de la puesta de sol, y vuelvo al mirador donde empezó el día, hace ya tanto tiempo. El lugar está lleno de gente, han vuelto los turistas. Encuentro un sitio donde aparcar, y enfrente se muestra Uluru, bajo un cielo donde empiezan a aparecer nubes. Las nubes juegan con Uluru, y su figura empieza a llenarse de sombras y claros a medida que las nubes se mueven. Y así, a esta hora del día cuando el color de la roca cambia cada minuto, se juntan las figuras creadas por las nubes, y hacen que a cada segundo la roca cambie completamente. Pero me resistí a la tentación, y solamente hice 27 fotos durante estos minutos.

Ya en el hotel ceno con Celia y Javier. Ellos se van al día siguiente a su siguiente etapa en Kakadu, en el norte de Australia. Tal vez ellos descubran el principio de la historia milenaria. Nos despedimos bajo un cielo estrellado, esta vez sin la molestia del guía turístico. Estuvimos un rato viendo las estrellas, yo con mis libros de astronomía y mi mapa celeste, intentando enseñarles lo que sabía de las estrellas, que no es mucho. Pero por lo menos encontramos la vía láctea y alguna que otra nebulosa.

sábado, septiembre 20, 2008

Viaje al corazón de Australia




De nuevo de viaje, esta vez al centro mismo de Australia. El motivo es, simplemente, que me han dicho en el trabajo que tengo que tomarme unas vacaciones, que he llegado al límite de horas acumuladas y voy a perderlas si no las convierto en vacaciones. Mineko está muy ocupada y no puede viajar, pero yo no quiero perderme estas horas de vacaciones. Dado que a Mineko no le llama el visitar el centro de Australia (mucho calor, sin agua, con mucho polvo y muy poco verde), aprovecho para viajar solo, que el lugar es otra de las partes de Australia que quiero visitar.

El centro de Australia tiene la roca más famosa del mundo, Uluru, cerca de otras maravillas naturales, y algunos restos de cultura aborígen. El viaje promete, y se me antoja pensar que viajando sólo puedo también descubrir algo nuevo, o al menos estaré más receptivo a descubrir cosas nuevas.

El viaje no empieza con buen pie, pues para el taxista que me lleva al aeropuerto es su primer día, soy casi su primer cliente, y él está muy nervioso, cometiendo errores terribles de dirección. Al final tengo que decirle, casi calle por calle, cómo llegar al aeropuerto. Me asombra que gente tan poco preparada para llevar gente pueda trabajar como taxista. Pero bueno, llego al aeropuerto con el tiempo justo pero sin problemas.

Ya en el avión, de vuelo al aeropuerto de Connellan, nuestro destino, empiezo a hacer planes, cuando oigo palabras en español. Descubro que los acompañantes de al lado son españoles, Celia y Javier, que están pasando unas semanas en Australia y su primera etapa es Uluru. Empezamos a hablar, y no paramos hasta llegar al destino, unas tres horas y media más tarde. Y yo que pensaba que me aburriría en el vuelo... con el tiempo que hace que no hablo español, esta oportunidad es de agradecer. Y la coincidencia hace que estemos alojados en el mismo lugar (la verdad es que no hay mucho donde elegir en la zona), con lo que quedamos para después. Por lo pronto nos despedimos en el aeropuerto, que yo tengo que coger el coche de alquiler y ellos van en el autobús. Su plan es apuntarse a viajes organizados en la zona, el mío es ir sin guía, sin que me diga nadie dónde ir, qué mirar, ni qué escuchar.

La zona está en uno de los desiertos australianos. Es invierno, pero el calor es muy fuerte, y seco. El suelo es rojo y polvoriento, pero lo asombroso es que hay vegetación. A pesar del calor y la poca humedad, el lugar tiene gran cantidad de arbustos altos y árboles. No hay colinas, es todo plano, y a lo lejos se ve el objetivo de nuestra visita, Uluru, la gran roca. Me falta tiempo para dejar las cosas en mi habitación, una habitación compartida con cuatro literas, pero que por lo pronto está vacía. Visito la oficina de turismo para ver si hay algo interesante a que apuntarse, y descubro la agencia Anangu, una agencia creada por aborígenes y que se especializa en contar las historias y costumbres de la gente de la zona. Tal vez me apunte a alguno de sus tours, pero hoy prefiero ir a visitar la roca con mis ojos y no con los de un guía. Así, compro algo de agua en la tienda cercana (que el calor abrasa), y salgo camino a la roca.

La roca está allí, enfrente, y poco a poco, a medida que me acerco, se hace más grande y empieza a mostrar algunos de sus detalles. Es algo imponente, una especie de imán que atrae a cualquiera que esté a menos de cincuenta kilómetros del lugar. Una roca roja, de varios cientos metros de altura, con estrías y cuevas en las laderas. La ciencia occidental dice que es un estrato sedimentario que se formó hace más de cien millones de años, cuando la zona era parte de un mar. Fuerzas de la naturaleza y el paso de los eones hicieron que el mar se tornara en desierto, y los estratos horizontales se tornaran verticales, creando la maravilla natural más impresionante que jamás haya visto. Es algo que anima a creer en Dios, o en fuerzas sobrenaturales. Y más tarde descubro que esta roca es verdaderamente el centro espiritual de las comunidades aborígenes de Australia, y casi cada detalle de la roca tiene sus orígenes mitológicos y leyendas.

Tras una corta visita al centro de visita de Uluru, al final llego a la base de la roca. Una senda lleva a la cima de la roca, y un reguero de pèrsonas, como hormigas, laboriosamente suben por la ladera, bajo un calor de justicia. Al principio de la senda hay un cartel que pide, por favor, no subir. Esto es algo que me he preguntado muchas veces. Los aborígenes ruegan a la gente que no suba, pero las agencias turísticas parecen no pasar esta petición a los turistas, y mucha gente que viene a este lugar con la ilusión de escalar la roca se encuentran con este cartel y el dilema, ¿subir o no subir?

El motivo por el que piden que no se escale la montaña, me dice un guía más tarde, no es porque la roca sea sagrada, que no lo es realmente (solamente partes de ella), sino porque es peligroso, ha habido accidentes y muertes por el calor y el fuerte viento, y cuando algo pasa los aborígenes sienten que es en parte su culpa por dejarles subir.

Mi destino no es esta parte de la roca, pero el mapa indica una carretera que no existe para llegar hasta allí. Al final, tras rodear la roca, llego a Kuniya, la parte que quiero visitar. Esta parte está en sombra, que es mucho más agradable. Hay menos gente, y veo a un grupo de turistas con dos guías aborígenes, dos mujeres de edad, con un intérprete jóven y raza indeterminada. El intérprete habla la lengua aborígen y el inglés con acento, pero sus rasgos son más bien asiáticos. Descubro que son de la agencia Anangu, la agencia aborígen. El grupo es muy pequeño, las mujeres guía disfrutan mostrando las costumbres e historias de sus antepasados, y los turistas disfrutan más oyéndolas. Si voy a apuntarme a un tour, decido que será con esta agencia, más íntima que las superagencias turísticas e impersonales que he visto con el poco tiempo que llevo en la zona.

Son ya las cinco de la tarde. El calor sigue pero la luz empieza a hacerse más cálida y suave. Nos acercamos a la hora mágica cuando la roca se convierte en el espectáculo de color que atrae a tantos fotógrafos. Pero ya estoy decidido en apuntarme al tour de Anangu para mañana por la tarde, con lo que veré la puesta de sol mañana. Hoy, en cambio, iré a Kata-Tjuta, otra de las maravillas de la zona.

Kata-Tjuta son unas colinas rocosas a unos 60 kilómetros. Si estuvieran en otro lugar del mundo estas colinas serían la atracción principal. Pero aquí son simplemente algo secundario a Uluru, algo que la gente ve de paso, tras visitar la gran roca. Aun así, a medida que me acerco, las colinas empiezan a imponerse, y una vez que llego al mirador, justo a tiempo para la puesta de sol, las colinas están bañadas de rojo con los últimos rayos de sol. Es algo verdaderamente espectaular.

De vuelta al hotel me apunto a una atracción turística especial. Es noche cerrada y sin luna, y encima de nosotros se nos presenta otro espectáculo de la naturaleza. Son las estrellas, algo que apenas se ve con las luces de las ciudades, pero aquí son protagonistas. La atracción turística consiste en recorrer las constelaciones, mostrándonos las estrellas más importantes, la vía láctea, las nubes de Magallanes que solamente se pueden ver desde el hemisferio sur, y por supuesto la cruz del sur. El hemisferio sur tiene muchas más estrellas que el norte, y cuando tuve la ocasión de ver el cielo estrellado en mi primer año en Australia me quedé prendado con su belleza y gran cantidad de estrellas. Pero este guía turístico es demasiado, pues eso, turístico. El guía rápidamente enseña estrellas y constelaciones, pero no tenemos tiempo de disfrutar de ellas, y enseguida nos pasa de una a otra attración estelar. Es como ir en un autobús turístico. "A la izquierda pueden ver la estrella Arturo, a la derecha la cruz del sur, a la izquierda ..." En el telescopio vemos cuatro cosas y para de contar, y siempre con poco tiempo para disfrutarlas. Toda una decepción, hay tantas maneras de mostrar las estrellas, y este guía escoge una fórmula tan poco atractiva. Menos mal que me he traído los prismáticos, mapa estelar y libro de astronomía. En cuanto pueda haré el recorrido estelar por mi cuenta y sin distracciones.

Bien, el viaje no ha hecho más que empezar. He visto ya muchas cosas, la gran roca me ha impresionado, pero ¿podrá mostrar más de sus encantos mañana? Pronto lo descubriré.

miércoles, julio 23, 2008

La catedral del bosque


El día amaneció lluvioso. Una lluvia copiosa, insistente. Se supone que estamos en el mes más seco del año, pero más bien parece que estamos en la estación húmeda. Pero bueno, mejor levantarnos, he hemos reservado puesto en un recorrido en barco por el río a las 8 de la mañana, para ver las aves del lugar... pero ¿valdrá la pena salir con este tiempo?

Al cabo de unos minutos tenemos la respuesta. Andrew, el dueño del alojamiento, llama por la ventana y nos dice que se ha cancelado el paseo en barco por la lluvia. Con lo que nos quedamos sin ver las aves (ni los cocodrilos), pero aun así decidimos levantarnos temprano, a ver si podemos hacer otra cosa.

Andrew y Trish son gente muy amable. Aparte de reservarnos el paseo, y de avisarnos de su cancelación, también nos reservaron la cena en el restaurante de ayer. Y por el simple hecho de hacer la reserva, la cena nos resultó con un descuento del 15%. Esta mañana, la última en nuestra estancia, nos hacen una foto que al final nos enviarán por email. Y el desayuno, delicioso. Todo es casero, hasta el pan y las mermeladas. Y cuando (astutamente) les preguntamos por una panadería para comprar el pan del día, nos ofrecieron unas cuantas rodajas de su pan casero.

Desayunamos temprano, y partimos de viaje antes de las diez de la mañana. Tenemos todo el día por delante hasta llegar al aeropuerto, que el vuelo desde Cairns es a las siete de la tarde. Pero con este tiempo, ¿qué vamos a hacer? Cuando llegamos a la altura de Mosman la lluvia sigue, y no nos apetece hacer el paseo con los indígenas que teníamos pensado hacer en este día.

Intentando evitar el mal tiempo tomamos la carretera de la altiplanicie, a ver si llueve menos por las alturas. Y ciertamente, el tiempo es menos lluvioso por arriba. Paramos aquí y allá para buscar tesoros de geocache, recorremos parajes de termiteros de dos metros de altura, y paramos a comer al lado de una laguna, un oasis en esta parte seca. La costa este de Australia es así. Cerca del mar es más bien húmedo, pero en cuanto entras tierra adentro tienes que subir una cordillera de montañas, bajas pero lo bastante altas como para parar la humedad, y delante se te aparece el "outback", ese terreno tan seco que, a medida que te adentras en el continente, se convierte en el desierto cálido más seco del planeta.

Vemos que aún tenemos tiempo, con lo que damos un rodeo para llegar a los altiplanos de Atherton. En esta parte, a un par de horas de Cairns, hay varios lagos formados all llenarse de agua cráteres de volcanes. Es un lugar impresionante, pero la lluvia, que vuelve a perseguirnos, no nos deja pasear a gusto. Con lo que seguimos.

El mapa nos muestra algo llamado "árbol catedral", con lo que nos dirigimos a ese lugar. Si es un árbol, con ese nombre debe de ser algo espectacular.

Y ciertamente, el árbol catedral es el árbol más fantástico que he visto jamás. No tiene más de unos quinientos años, nos cuenta el panel turístico, pero en este bosque de árboles jóvenes que crecen tan rápido, estos son muchos años. Y el árbol aparenta esos años y más. Es un ficus estrangulador, que germinó en la copa de un árbol altísimo. Con el tiempo las raíces llegaron hasta el suelo, y el árbol acabó estrangulando al árbol original. Ya no queda ni rastro de este primer árbol, y lo que se ve son todo raíces aéreas que suben decenas de metros, hasta ver a lo alto el árbol en sí, majestuoso, con todas esas raíces con formas caprichosas que asemejan las decoraciones de una catedral gótica. Puedes incluso caminar por entre las raíces, y adentrarse en esta catedral es algo mágico. Desde abajo, se ven todo raíces, y allá arriba se ven ramas. Y lo más curioso, por entre las ramas parece que hay otros árboles , y tal vez dentro de otros quinientos años sus raíces llegarán hasta el suelo para acabar con esta catedral y tal vez crear algo más grandioso.

Vemos que aún queda tiempo para ver algo más, con lo que seguimos visitando esta zona fascinante. La carretera se torna en pista forestal sin asfaltar, y nos lleva a un sendero que recorre parte del bosque. Me doy cuenta que la parte de pista forestal nos ha llevado más tiempo de lo pensado y ahora vamos justos de tiempo, con lo que el paseo parece más bien una marcha sin apenas interrupciones.

De vuelta descubrimos que este desvío después de visitar la catedral es algo que no teníamos que haber hecho. Son más de las cinco, y el avión sale a las siete. Tenemos menos de una hora para llegar al aeropuerto si queremos tomar el avión sin apuros. Y entre nosotros y el aeropuerto está la pista forestal, y una carretera que nos lleva por entre montañas, una carretera que no conocemos y nos puede deparar sorpresas.

Miro el mapa y descubro que lo peor de la montaña está aun por llegar. Son todo curvas y más curvas. Con lo que aprieto el acelerador, pero no se puede ir muy rápido por esta carretera. ¿Llegaremos a tiempo? Para colmo, el depósito de gasolina empieza a marcar reserva, con lo que tendremos que parar en algún sitio para repostar. Y empezamos a hacer planes por si no llegamos a tiempo. Tal vez sea mejor así. Si perdemos el avión, tenemos otra noche más para disfrutar de Cairns. Casi casi me gusta esta idea. Total, ya hemos perdido el avión una vez en este viaje.

La carretera sigue, y sigue. Llegamos a la costa, y pronto encontramos una gasolinera. La carretera ahora nos lleva por dentro de Cairns, que tenemos que atravesar de parte a parte, parándonos en sus semáforos. Al final salimos de Cairns para llegar a su aeropuerto. Son más tarde de las 6 y media, aún tenemos tiempo... apenas. Pero aún tengo que dejar el coche.

Decidimos que es mejor que se baje Mineko con las maletas, y luego dejo yo el coche. El aeropuerto es pequeño, y por suerte no hay nadie en la oficina de coches de alquiler. Simplemente tengo que dejar la llave en un buzón, cosa que hago en un minuto, y corro a ver a Mineko, que está ultimando los arreglos de las maletas, junto a un guardia que mira curiosa su actividad frenética. Son las 7 menos cuarto.

Corremos a facturar... ¿será demasiado tarde?

Pues no, resulta que el avión sale con retraso, y aún hasta nos toca esperar. Con lo que se acaba así nuestro viaje, no hay noche extra en Cairns... tal vez tendría que haber conducido un poco más despacio.

Atrás quedan los peces y la barrera de coral, los árboles y las playas, y la catedral majestuosa.

martes, julio 22, 2008

Bosque y playa


El río Daintree marca la frontera del hábitat del cocodrilo. A partir de aquí, entrar a nadar en un río equivale a arriesgarse a ser atacado por un cocodrilo, y en todos los ríos aparece la señal de aviso. Abundan paseos en barca para turistas que quieran ver a estos animales, pero no es algo que nos atraiga a nosotros. Si vamos a ver cocodrilos, o lo que sea, preferimos que sea sin formar parte de un grupo turístico. Que si vamos a ver algo salvaje, mejor que sea en su estado natural, sin interferencias ni provecho de ningún agente de turismo.

Con lo que, en vez de buscar cocodrilos, cruzamos el río para ver el bosque y sus posibles encantos. Desde el ferry vemos, enfrente, una capa verde de árboles. Atrás queda la civilización, y entramos en el parque.

Pero pronto descubrimos que el norte está casi tan civilizado como el sur. La carretera, estrecha y con curvas, pasa cerca de atracciones turísticas. Una de ellas es un recinto donde hay una plataforma a la altura de las copas de los árboles, donde se puede apreciar el bosque a vista de mono, si hubiera monos aquí. Preferimos no pagar la entrada, y en vez de eso recorremos un sendero "clásico", sobre el suelo. El lugar, solitario, es todo para nosotros, y disfrutamos de la gran variedad de árboles, plantas trepadoras, y vegetación que son las dos cosas, árboles trepadores que nacen en las copas de árboles maduros, y en vez de crecer hacia arriba crecen hacia abajo, hasta que las raíces llegan al suelo. Una vez las raíces llegan abajo, estos árboles toman fuerza, y con el tiempo estrangulan a su benefactor. Son los ficus estranguladores.

Más adelante llegamos a una playa donde el bosque llega hasta la arena. Es una zona de contrastes, entre el verde de la vegetación, el blanco de la arena, y el azul del agua. Y caminando por la orilla descubrimos cantidad de trozos de coral de la barrera cercana. Aquí, en vez de recoger conchas marinas, lo que toca es recoger trocitos de coral. Al lado de la playa vemos una señal de aviso de las medusas, que durante el verano son un peligro tan serio como los cocodrilos de los ríos.

Hacemos parada obligatoria en un puesto de helados artesanos con frutas tropicales del lugar. Son frutas de sabores desconocidos y apetecibles. Mientras disfrutamos de nuestro postre llegan un par de autobuses a descargar su carga humana, todos ellos ávidos de probar el helado.

Seguimos el recorrido, parando aquí y allá, paseando entre bosque y playa. La vegetación es interesante, pero a decir verdad no es tan especial. Me dio mucha más impresión la vegetación cerca de Sidney la primera vez que vine a Australia, con sus eucaliptos, sus "flores de araña" y sus flores "cepillo de botella", y las nueces tan artísticas del árbol banksia. Y más impresión me dieron los bosques de Tasmania y Nueva Zelanda, con sus árboles milenarios, enormes. Aquí en el trópico australiano los árboles son todos jóvenes. Es una vegetación que no ha cambiado desde la época en que todos los continentes estaban unidos en el supercontinente de la Pangea, mucho antes de la llegada de los dinosaurios. El saber esto impresiona, sí, pero los árboles en sí, más bien primitivos, no son tan vistosos como en otras partes.

De vuelta nos damos cuenta que llegamos tarde a nuestra reserva para la cena, con lo que viajamos a toda prisa, dentro de lo que nos deja la carretera, hasta llegar al restaurante. La cena, fabulosa y una manera excelente de terminar el día.

lunes, julio 21, 2008

Primeras impresiones de Daintree


La segunda parte de este viaje a Cairns nos lleva a Daintree, la zona de bosque tropical. El bosque de Daintree es el más antiguo del mundo, con más de 130 millones de años. Qué coincidencia, que este bosque se encuentre tan cerca de la barrera de coral. Se me antoja ver árboles milenarios, y tal vez encontrarme con uno de esos ents, los pastores de árboles que aparecen en ¨el señor de los anillos¨.

Nuestro viaje comienza en Cairns, donde vamos a la agencia de coches de alquiler. Descubrimos que el lugar está lleno de agencias de coches de alquiler, escuelas de submarinismo, y alojamientos baratos. Este es un lugar ideal para venir sin reservar nada, y simplemente buscar la mejor manera de pasarse las vacaciones. Todo un paraíso para jóvenes y aventureros. Yo no soy mucho de lo primero, pero algo de lo segundo.

Ya con el coche, seguimos la costa. No tengo permitido subir más de 300 metros durante las 24 horas siguientes a mi última inmersión, que aún sigue el peligro de descompresión. Con lo que vamos tranquilos, viendo el paisaje marino, y sin acercarnos a las montañas cercanas.

El objetivo del día es visitar el valle de Mosman, uno de los lugares donde se puede entrar en el bosque de Daintree. Ya casi en el bosque paramos en una población aborígen donde organizan paseos con guías locales, pero la mala suerte hace que este sea uno de los pocos días que tienen fiesta, una fiesta especial que solamente celebran ellos. Con lo que tenemos que esperar a otro día, y seguimos entrándonos en el valle, un valle estrecho, y boscoso, hasta la senda del bosque.

El bosque en sí es un poco decepcionante, pues hay tantos turistas que el encanto de estar en el bosque más antiguo del mundo se rompe. Y los árboles, de milenarios nada. Son todos árboles jóvenes, que aunque el bosque sea antiguo los árboles no lo son. No hay árboles gigantes, por lo menos en esta zona, y la única fauna que vemos son los turistas, y un pavo salvaje que no para de seguirnos.

Que éste no es nuestro día.

Llegamos a la población de Daintree, donde tomamos nuestro alojamiento. Los dueños son una familia entusiasta de las aves, y desde el jardín se pueden ver aves de todos tipos en días favorables. Hoy es un día lluvioso, y las aves están en otra parte. Pero el lugar en sí es tranquilo, y todos los ocupantes son aficionados al birdwatching, ese pasatiempo que consiste en observar aves. Es un pasatiempo que adquirí cuando vivía en Escocia, un lugar donde la gente colecciona de todo: hay quien colecciona montañas escalándolas (¨hillwalking¨), quien colecciona trenes intentando descubrir nuevos modelos recorriendo las vías (¨trainspotting¨), y cómo no, quien colecciona aves, tomando fotografías y anotando su comportamiento.

El poblado es simplemente tres calles, una tienda, una cabina de teléfono, una oficina de turismo cerrada a estas horas, y un par de restaurantes para turistas. Cenamos en uno de los restaurantes, el único que está abierto este día, y que está lleno de lugareños disfrutando de una cena substancial y barata.

domingo, julio 20, 2008

Expediciones submarinas





Después de una noche ajetreada al final me levanto a las 6 de la mañana. Sorprendentemente estoy descansado, y listo para visitar las profundidades marinas. Esta vez me dejo el reloj, que no está garantizado para las profundidades que vamos a bajar, pero llevo la cámara de fotos, que la puedo bajar hasta cuarenta metros.

El cielo tiene los colores de la aurora, y me sorprende la ausencia de frío, algo que siempre asocio con los momentos antes de la salida del sol. Y el agua nos espera.

Bajamos rápido, siguiendo el cable del ancla, y en un dos por tres estamos en el fondo del mar, que al fin y al cabo treinta metros no son nada, se pueden caminar en menos de un minuto. Pero la sensación a treinta metros bajo el agua, aun estando tan cerca, es algo tan diferente. La presión realmente no se siente directamente, no sientes como si te estuvieran exprimiendo porque el cuerpo es todo agua que no se comprime, y el aire que respiramos está a la misma presión que el agua. Pero el agua parece algo viscosa, como el aceite, y hace que los movimientos sean más lentos. Ferdinand, el instructor que me sacó el título de buzo. dijo en cierta ocasión que a grandes profundidades, mucho mayores que estos treinta metros, hasta el aire se siente como viscoso por la presión.

Y no solamente los movimientos son lentos. El pensamiento se ralentiza, me cuesta más estar al tanto de lo que pasa alrededor. Todo parece curioso, divertido. Entran ataques de euforia que cuestan reprimir. Son síntomas de una narcosis del nitrógeno leve, algo que suele suceder a grandes profundidades, y peligrosa no por ser dañina, sino porque puede provocar reacciones como cuando uno se emborracha, y ya sabes, si bebes no conduzcas. Intento hacer fotos, pero la cámara parece no funcionar... o es que no estoy apretando el botón que toca? toco todos los botones, pero nada parece funcionar, extraño.

Y así estamos todos, algunos con síntomas de narcosis leve, que les hace reír por cualquier cosa... y hasta se puede oír la risa a través de esta agua tan espesa. Y empezamos con los experimentos.

En el primer experimento, comparamos el indicador de profundidad de cada persona, y vemos que hay grandes diferencias, pues estos se vuelven menos fiables cuanto bajamos más profundo. En el segundo experimento, el instructor saca una tabla con números escritos sin orden, y nos manda a cada uno tocar los números en orden. Y uno se da cuenta de quién está más afectado por la narcosis, pues algunos parecen tardar una eternidad el encontrar todos los números.

El tercer experimento es el más divertido. El instructor saca un huevo fresco, que la presión no rompe porque dentro no hay aire. La teoría es que al romper el huevo la presión hace que la clara y yema sigan juntas, como si el huevo fuera una pelota, y podemos pasarnos el huevo sin cáscara de uno a otro. La práctica es algo diferente. En cuanto el instructor rompe el huevo, un pez que andaba rondando se lanza sobre nosotros y se zambulle el contenido en un instante. Intentamos apartar el pez, pero él sigue dando vueltas. Es un pez grande, de medio metro más o menos. Es tan insistente que tenemos que empujarlo, pero nada, sigue. Sus movimientos son rápidos, los nuestros son lentísimos. Al fin y al cabo, éste es su elemento. Consigo tocar el pez e intento empujarlo. El tacto del pez es algo especial. Los peces que encuentras en la superficies son blandos, pero éste se siente duro como si fuera un balón de reglamento. La presión sigue dando sus sorpresas.

El instructor saca comida de la manga para el pez (que más sorpresas guardará debajo de la manga?) y la echa lo más lejos posible. Y así conseguimos acabar el experimento, pasándonos el contenido de otro huevo de uno a otro, hasta que el pez se acerca otra vez para acabar con nuestra pelota improvisada.

El instructor nos pregunta cómo vamos de aire. Todos están a mitad de aire o menos. Yo miro a mi indicador, y no puedo decir si estoy a más o menos de la mitad. Doy una señal algo extraña... ahora descubrirá el instructor que estoy medio narcotizado? pero el instructor no parece preocupado, y nos lleva de paseo por las profundidates, hacia los corales. Al cabo de unos minutos, a menos profundidad y con mi mente más clara veo que estaba a menos de mitad de aire. Y es cuando descubro el peligro real de las profundidades, que hace que la gente se pueda poner en situaciones de las que no pueden salir con vida. El peligro del submarinismo no es tanto el mar or los animales, sino la gente misma cuando comete errores fatales. Es una lección que espero no olvidar.

Ya de vuelta en el barco nos espera el desayuno, y Mineko, ya despierta, me cuenta que ha dormido muy bien. Bien, por lo menos alguien ha descansado...

La cámara vuelve a funcionar, menos mal. Parece ser que la caja estanca aguanta la presión, pero la presión misma aprieta todos los botones a la vez, y la cámara se torna inútil.

Después del desayuno vamos a nuestra penúltima inmersión. Esta vez, para evitar el frío del agua, nos ponemos una protección más, un traje que en principio es lo que la gente se pone en verano para protegerse de las medusas, cuya picadura puede ser mortal, pero que no es necesario en invierno. Nos lo ponemos porque otros se lo ponían también para estar más calentitos. Y es verdad, esta tela, o lo que sea, está calentita, y cuando nos ponemos el traje normal por encima de esta tela estamos tan cómodos, que al entrar en el agua no notamos esa impresión de agua fresquita... ¿cómo no se nos había ocurrido antes?

Esta vez el lugar donde buceamos es diferente, que no conozco, y había llegado tarde para las instrucciones. Marcos me cuenta lo que han dicho, o más bien, lo que ha entendido, que no es mucho por no saber inglés él. La idea es salir por la derecha y bucear con el arrecife a la derecha hasta llegar a una zona poco profunda donde suele haber una tortuga. Esta es la idea pero pronto nos perdemos bajo el agua, y entre unas y otras llegamos a un callejón sin salida. Damos vueltas y más vueltas, buscando los peces león que se suponen que hay en estas partes, pero nada. Y así seguimos, cuando de repente aparece una raya enorme, mucho más grande que la que una vez ví en Jervis Bay. Este bicho debería tener más de dos metros, y estaba escondido justo debajo de nosotros, en la arena del fondo. Seguimos buceando, y se nos aparece un tiburón. Debería de ser uno de los que vimos anoche. Estaba tranquilo, reposado en el fondo, ajeno a nosotros. Nos acercamos un poco para hacer fotos, y el tiburón nos deja acercarnos... estos turistas, estará pensando. Al final, cuando Marcos estaba intentando tomarme una foto con el tiburón, se va y nos deja. Ahora que lo pienso, tal vez no nos deberíamos de haber acercado tanto...

Ya en el barco miramos el mapa del lugar y descubrimos que, al fin y al cabo, hemos hecho casi todo lo que habíamos pensado hacer excepto el ir al lugar de la tortuga. La raya estaba en el mapa, y el tiburón también. Parece ser que estos animales son muy territoriales. Mineko me cuenta que ella sí que ha visto a la tortuga en su expedición con tubo de respirar, ¡qué envidia!

Y por fin la última escapada submarina llega. Esta vez intento fijarme en todos los detalles del mapa. La idea es llegar hasta una zona con cuevas y recorrer una de esas cuevas, pero otra vez nos perdemos bajo el agua. Vamos de aquí a allá, hasta encontrar el mismo callejón sin salida de la otra vez. Seguimos buceando por aguas menos profundas hasta encontrar otro valle, y he aquí que vemos una cueva. Este debe de ser nuestro destino, y entramos. La cueva es un pasaje por debajo del coral, más bien estrecho. Tenemos que pasar uno a uno, algo que me da algo de miedo pues una regla de oro es el no separarse de los compañeros. Yo voy primero, paso más bien rápido, con algo de claustrofobia. Que estar en una cueva bajo el agua da impresión...

Tras unos diez metros llego al final de la cueva, otra vez en mar abierto. Me giro, pero nadie me sigue. ¿Será que no se han atrevido a entrar? ¿qué hago ahora, solo en este océano? ¿vuelvo a la cueva para ver dónde están? ¿y qué pasa si me encuentro con ellos, y no puedo darme la vuelta por ser el lugar tan estrecho? Afortunadamente pronto veo a Sonia salir por la boca de la cueva, y tras ella a Marcos. Menos mal.

Seguimos el recorrido previsto. La zona es más profunda de lo que esperaba, demasiado profunda. Es nuestra tercera inmersión y no debemos bajar demasiado profundo o nos arriesgamos a tener problemas de descompresión. Los libros dicen que si uno está demasiado tiempo a grandes profundidades, el nitrógeno se acumula en la sangre, y al salir del agua éste se convierte en gas otra vez, creando burbujas dentro de la sangre y con un dolor insoportable.

Vemos a otro tiburón, y nos acercamos para hacer más fotos, hasta que miro el indicador y descubro con sorpresa que estoy a 19 metros cuando no pensaba bajar más de 13 metros. Con lo que subo a los 13 metros, haciendo señas a Marcos y Sonia que suban. Pero no parecen darse cuenta de mis señales, y siguen abajo. Marcos incluso baja más, siguiendo algo que le llama la atención. ¿Le estará afectando la narcosis del nitrógeno...? ¿y qué hago yo, bajo a buscarle? Por suerte, Marcos sube otra vez, pero no hasta mi profundidad. Me parece que está demasiado profundo, pero él parece tranquilo y al cargo de la situación, con lo que yo sigo a mi profundidad, mirando a Marcos y Sonia de vez en cuando, esperando que no bajen más.

Al final se nos acaba el aire y salimos a la superficie. Yo pensaba que no habíamos llegado al barco, y descubro que estaba muy equivocado. La corriente nos había hecho pasar el barco de largo, y nos toca nadar en la superficie, a contra-corriente... ¡qué cansancio! Somos los últimos en llegar al barco.

Y bueno, se acabaron las inmersiones. Hasta pronto, corales, volveré. En las últimas inmersiones he conseguido evitar gran parte de la condensación dentro de la cámara estanca. Siguiendo las recomendaciones de Marcos, antes de cada inmersión miraba con cuidado todas las junturas dentro de la caja, y descubría gotas de agua sueltas, que tenía que secar por completo antes de cerrar la caja. También, después de estas experiencias submarinas decido que lo primero que voy a hacer es comprar una tabla y lápiz para poder escribir bajo el agua y comunicarme con la gente, y una brújula. Marcos y Sonia se quedan un día más, que su viaje es de tres días, pero yo no sé si podría aguantar más días. Estoy cansado, hasta me duelen las manos, tal vez por los efectos de descompresión, o simplemente por haber estado tanto tiempo bajo el agua. Y sueño con poder dormir en una cama que no se mueva. Además, descubro que hemos estado demasiado tiempo bajo el agua y a profundidades demasiado grandes. Más tarde descubro que nos hemos arriesgado a tener los dolorosos problemas de descompresión y no era recomendable hacer más inmersiones en las siguientes 24 horas. Espero que a Marcos y Sonia no les haya pasado nada.

De vuelta en el barco menor de camino a Cairns nos encontramos con más ballenas. ¿O son las mismas que antes? Esta vez me apresuro a coger la cámara y tomar fotos. Una ballena llega tan cerca que casi pasa por debajo del barco. Está tan tranquila, simplemente flotando en la superficie, sacando una aleta al aire, como si estuviera tomando el sol.

Ya en Cairns damos un paseo por la población, un lugar muy turístico con tiendas por todas partes. De vuelta en la civilización. Hay un mercado abierto las 24 horas donde hay numerosos grupos de masajistas que nos piden que les dejemos que nos hagan masajes. Yo estoy cansado, pero también me siento raro, las articulaciones están como inflamadas por la diferencia de presión y no quiero arriesgarme a que los masajes las dejen peor.

Cenamos en un restaurante Tailandés estupendo, el Khin Khao, donde reponemos fuerzas, y a dormir, que mañana empieza la segunda parte de nuestro viaje.

sábado, julio 19, 2008

Bajo el Ocean Quest




Después de las dos primeras inmersiones el barco llega a nuestro destino, el Ocean Quest, otro barco más grande donde vamos a pasar la noche. El Ocean Quest, además de ser más grande tiene menos gente, pues la mayoría solamente pasan el día y se vuelven a Cairns. El ambiente es mucho más relajado, y los tripulantes tan agradables como los del primer barco. El camarote tiene de todo menos televisión, que me imagino que no llega a estas aguas. Y de internet, ni pensarlo. ¡Qué bien!

Pronto llega la hora de la siguiente inmersión. Irene se va con sus lecciones de submarinista avanzado, y yo me junto con Marcos y Sonia. Mineko, que en las otras ocasiones se iba con el tubo de respirar, empieza a sentir náuseas por el movimiento constante del barco y esta vez se queda a bordo.

Marcos, Sonia Y yo vamos abajo. Esta consigo memorizar el mapa bien antes de bajar. El fondo es mucho más profundo, da casi miedo y no paro de mirar el indicador de profundidad, que no debemos bajar demasiado. Descubrimos que no hay mucho que ver tan abajo, y mantenemos una profundidad de 13 metros, siguiendo una pared llena de corales, anémonas y pececitos de colores. Seguimos el recorrido planeado (qué gusto que da el saber que sabemos dónde estamos), pero no hay nada espectacular como tortugas o rayas o tiburones... pececitos por aquí y por allá, corales, y unos peces más grandes y coloridos, los peces loro. Y ya me parece que empiezo a controlar el buceo, siento más fácil el controlar la flotación, y hago fotos sin problemas... pero la caja estanca, descubro con horror, está completamente empañada por dentro y las fotos salen todas como si estuviera usando un filtro suavizador como los que usan para retratos de glamour. No sé si es que hay un defecto en la caja, o simplemente no la cierro bien. Pero bueno, parece que no entra agua.

De vuelta al barco Mineko me "regala" una bolsa con lo que ha arrojado mientras estaba en el barco... aun así me asegura que está disfrutando del viaje. Todos los tripulantes son tan agradables, y los turistas, todos dedicados al buceo, cuentan historias interesantes de otros lugares que han visitado.

Después de la cena llega la inmersión que estaba esperando. Es la inmersión nocturna. Salimos a cubierta, donde los tripulantes están atrayendo a los peces con comida. Me imagino que lo hacen por ver si hay tiburones, que esta es la hora en que los tiburones están más activos... y descubro a un tiburón entre los peces. Rápido, más activo que los otros peces, da escalofrío. Y luego veo otro, y otro... en total cuatro o cinco. Se me empieza a helar la sangre. ¿Van a cancelar la excursión?

Pues parece que no. Estos tiburones no deben de ser peligrosos, pues los guías hacen caso omiso y nos dicen que nos preparemos para entrar en el agua. Algo indeciso, me pongo el equipo, y enseguida la excitación de volver al agua, junto con la confianza que dan los demás, que ni mencionan los tiburones, me hacen olvidar mis temores, y me junto con el grupo, que esta vez vamos con guía.

Los peces nocturnos son mucho más grandes. No conozco a ninguno de ellos, y parece ser que los tiburones se han atracado bastante de comida y se han ido a descansar. En cierto modo esto me decepciona un poco, no hay sensación de peligro. El agua, oscura, no nos deja ver mucho, y seguimos la luz del guía. A nuestro alrededor vemos peces grandes que siguen nuestro rastro de luz. No parecen tener color, o simplemente la falta de luz les hace parecer ser grisáceos o negros. Los ojos, grandes y brillantes, están adaptados a la oscuridad.

De vuelta en el barco nos espera un postre casero delicioso. Mineko, que sigue sin encontrarse demasiado bien, también se apunta al postre, y mientras disfrutamos tomo notas de los datos de las inmersiones, que los necesitaré para demostrar mi experiencia... es decir, si no me dejo el librito de notas en el hotel la próxima vez.

Y mientras nos relajamos y hablamos de los acontecimientos del día, uno de los instructores me ofrece un buceo especial para el día siguiente. El lugar donde estamos es bastante profundo, y van a dar un cursillo para bucear en profundidad. Es parte del curso de buzo avanzado, y me ofrece tomar parte en esta inmersión. Como aliciente me dice que este cursillo valdrá como parte de mi curso avanzado si deseo tomarlo en el futuro en cualquier lugar cualificado, y además Marcos ya ha dicho que sí que va a participar, y como Marcos no habla inglés yo podría hacer de intérprete. El cursillo cuesta extra, no mucho, y yo insinúo que tendría que ser gratis para mí si voy a hacer de intérprete. Pero no cuela, y al final acepto tomar parte en el curso, pagando lo que toca.

La inmersión será al día siguiente, a las 6 y media de la mañana. Enseguida se hacen más de las 11 de la noche, y al final, agotados del día y pensando en el madrugón del día siguiente, nos vamos a la cama.

... pero no es fácil dormir en algo que se mueve ... me sorprende que Mineko, que se encontraba mal durante gran parte del día, se duerme enseguida. Y yo me quedo en la cama, intentando dormir, con el movimiento del barco y el ruido de una puerta o algo que está fuera y que no para de chirriar al compás de las olas... el tiempo pasa ... media noche, la una, las dos ... duermo intermitentemente, despertándome cada hora. La emoción del día pasado, la expectación de lo que viene, el movimiento del barco, la luz de la luna llena, majestuosa, que se ve desde la cama, el chirriar de esa puerta... todo se junta para no dejarme dormir.

Encuentros con Nemo



Atrás quedaron los problemas con el avión. Por fin hemos llegado a Cairns. La noche es agradable, acogedora, pero no hacemos más que ir al motel, el Balinese, que al día siguiente tenemos que levantarnos temprano.

Y el sábado llega, el barco nos espera. A prisas, como va a ser la costumbre en este viaje, recogemos las cosas. Al final decidimos dejar una de las maletas en el motel. Al fin y al cabo no vamos a necesitar las botas camperas (no hay montañas que subir, sino abismos que bajar en esta parte del viaje), ni la ropa de invierno que llevábamos puesta en Sidney.

Ya lejos del motel, en la oficina de Deep Sea Divers Den, la agencia que organiza la aventura, descubro que me he dejado los documentos que certifican mi condición de submarinista. ¡No tengo pruebas de mi título! Me he dejado incluso el librillo con las notas de las otras inmersiones. ¿Qué hago? Azorado, busco a uno de los agentes y le explico lo que me pasa. Me he dejado los documentos en la maleta del hotel. El agente busca mis datos en la base de datos de PADI, la agencia que me ha dado la certificación, pero como me saqué el título hace apenas unos meses los datos no han llegado aún. ¿Será que viajan con los peces y no han llegado de Sidney a Cairns?

"No worries", como dicen los Australianos. Si puedo demostrar que sé manejar el equipo me dejarán hacer una inmersión con un guía, y así puedo demostrar que puedo bucear. Como tenía previsto hacer la primera inmersión con guía, la solución me parece estupenda. ¡Menos mal!

Estamos por fin en el barco, camino a la barrera de coral. Durante el recorrido los guías empiezan a dar lecciones a los que van a aprender a bucear. Yo, mientras, disfruto del paisaje marino, y estudio los pósteres de peces. De repente el barco se para. ¡Han divisado ballenas! Me acuerdo que hace unas semanas las ballenas estaban pasando por Sidney camino a aguas tropicales, y ahora estamos en su lugar de destino. Vemos a las ballenas mucho más cerca que cuando estábamos en Sidney, y corro a coger mi cámara, cambiar el objetivo, salir a la borda... pero para entonces el barco ha vuelto a tomar el camino hacia el arrecife. Las ballenas se ven cada vez más lejos, y apenas puedo tomar un par de fotos.

Mi esperanza no flojea por este contratiempo, y sigo mirando a través del objetivo, a ver si aparece otra. Y he aquí que no aparecen ballenas, ¡sino delfines! Un par de delfines saltarines empiezan a jugar, es un placer ver a estos caracteres tan simpáticos, en su elemento, sin ir a buscarlos.

Un par de horas más tarde vemos más barcos en una zona de aguas más claras y tranquilas. Hemos llegado al arrecife. Por fin mi sueño se va a cumplir. Voy a ver a Nemo y compañeros bajo el agua. Corriendo me pongo el traje, el chaleco con la botella, las gafas, y lo más importante, la cámara de fotos. ¡Y al agua!

El agua está más fría de lo que esperaba, pero mucho mejor que en Sidney. El instructor me hace repetir una serie de ejercicios bajo el agua, como hacer que entre agua dentro de las gafas para después expulsarla soplando con la nariz, o quitarme el respirador, soltarlo, y volver a cogerlo sin mirar. Y ya satisfecho, empieza el recorrido guiado.

La primera impresión del arrecife es que no es tan colorido como lo sacan el las películas. Tal vez porque el cielo está un poco nublado, o tal vez porque no usamos luz artificial, el tono azul lo domina todo. La zona no está llena de corales por todas partes, y no hay peces de colores en todas las rocas, sino que hay que saber dónde mirar. Poco a poco el encanto submarino se empieza a mostrar, y encontramos almejas de casi medio metro, gusanos de más de un metro decorados con estrellitas, y pececillos escondiéndose entre el coral. El coral mismo tiene numerosas formas y colores: blanco, azul, rojo. Y protegido por los tentáculos de una anémona encontramos a Nemo, el pez payaso. Lo que más me gustó de todo fue los peces que estaban viviendo en una anémona púrpura, llamativa.

En este día hay planeadas cuatro inmersiones. Así, una hora después de salir de nuestro paseo submarino el barco se para en otra parte del mismo arrecife, y esta vez voy sin guía. Mi acompañante es Irene (que a pesar del nombre no es española ni parece tener relación con España no latinoamérica), que ha venido a este viaje para sacarse el título de submarinista avanzado. Y ya a punto de saltar al agua conozco a Marcos y Sonia, una pareja de Madrid que han venido a Australia sin saber inglés. ¡Qué coraje! Marcos, Sonia, si llegáis a leer esto poned un comentarito. Decidimos ir los cuatro juntos en esta nuestra primera inmersión sin guía.

Ya en el agua, al intentar sumergirnos, Marcos se da cuenta que se ha dejado los pesos y no se puede hundir. Tiene que volver al barco. No, si ya le parecía que iba ligero, nos cuenta. Irene y yo decidimos ir por nuestra cuenta, que ya podremos ir juntos en otra ocasión. Pero Irene también tiene problemas para sumergirse. Parece ser que no tiene bastante peso, y tengo que tirar de ella desde el fondo. Así llegamos a aguas más profundas, donde la presión hace que Irene no flote, y empezamos a disfrutar del paisaje. El plan es ir por la derecha, donde hay varias atracciones por ver, atravesar una especie de barranco sumergido y acabar en una zona donde hay tortugas marinas. Bueno, eso es el plan, pues bajo el agua y sin mapa ni brújula todo parece lo mismo. Seguimos una pared rocosa y pronto el camino se acaba. Damos vueltas bajo el agua pero ni rastro de ese barranco sumergido. Llegamos a aguas menos profundas, y entonces Irene tiene problemas para seguir bajo el agua, simplemente flota por la falta de peso. Tirando de ella la hago volver a aguas más profundas, pero cada vez es más difícil para que se quede bajo el agua, y pronto me dice que se le está a punto de acabar el aire. Y es que con el esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse bajo el agua estaba respirando más de lo normal.

Salimos al aire, y descubro que habíamos estado siempre cerca del barco. Y de las tortugas, nada. Ya en el barco, Marcos y Sonia nos cuentan que ellos sí que han visto a una tortuga. No si al final tenía que haberlos esperado e ir todos juntos... la próxima vez iremos juntos.

viernes, julio 18, 2008

Cairns nos espera

El día por fin ha llegado. Hoy empezamos el viaje a Cairns, la capital de la Gran Barrera de Coral. Según los libros, si me acuerdo bien, el coral es el esqueleto de una colonia de seres vivos marinos, que se ayudan unos a otros, formando un ecosistema especial. Son animales conectados por su esqueleto, formando una barrera que alcanza una longitud de miles de kilómetros. Es la colonia más larga del planeta. Pero el tamaño no es lo que importa, sino la belleza del arrecife, con su gran cantidad de peces y otros seres marinos. Un mundo colorido, tan distinto de lo que estamos acostumbrados a ver sobre tierra.

Ir a la Gran Barrera de Coral es uno de mis sueños, y está a punto de cumplirse, espero. Hace unos meses tomé clases de buceo con el propósito de visitar esta zona como toca, bajo el agua. Y hoy empieza el viaje.

El vuelo sale por la tarde. Yo me paso la mañana preparando las maletas, y Mineko acaba su trabajo de traducción. Vamos más bien relajados, y el tiempo se nos echa encima. ¡Tenemos que salir o perdemos el avión! Al final salimos de casa, más bien tarde.

Para ir al aeropuerto solemos tomar un taxi, pero esta vez decidimos ir en coche y dejarlo en el aparcamiento del aeropuerto, que es más barato para viajes de pocos días como éste. Pero no contamos con que el aparcamiento de marras está más bien lejos del aeropuerto mismo, y el autobús que conecta el aparcamiento con el aeropuerto está lleno de gente, parándose cada cien metros para tomar y dejar viajeros. Total que el viaje del autobús duró más de media hora, y como ya llegábamos tarde, a la hora de sacarnos los billetes descubrimos que es tarde y ya han cerrado el vuelo. ¡Bien que empezamos!

La suerte no nos abandona por completo, pues resulta que este vuelo lo habíamos reservado usando los puntos acumulados con otros viajes. Y resulta que el billete es mucho más flexible que los billetes baratos que solemos comprar. Podemos cambiar el vuelo sin tener que pagar ninguna penalización. El dependiente nos encuentra otro vuelo seis horas más tarde, es lo único que pueden encontrar. Total, que pensábamos pasar la tarde relajados por las calles de Cairns, y acabamos pasándola en el aeropuerto de Sidney, matando el rato como podemos (Mineko visitando tiendas, yo enganchado al ordenador y conectado al internet).

Por fin llegan las 7 de la tarde y el avión está listo para partir. ¡Cairns nos espera!

domingo, julio 06, 2008

A la caza de los tiburones



Hoy he hecho mi tercer buceo desde que tengo el carnet de buzo. El lugar, el mismo, Shelly Beach, en Manly, justo al norte de Sidney. El motivo, probar la caja estanca que me acabo de comprar en eBay, con la que puedo hacer fotos con la cámara digital de bolsillo. Esta vez no voy con Ferdinand, que me parece que no va a volver a las aguas de Sidney hasta que llegue el verano. Voy con la escuela-tienda de buceo principal de Manly, Manly Dive Centre. Es la tienda que me recomendó Ferdinand, y ciertamente, resulta que esta mañana, mientras esperaba a que me dieran el equipo de alquiler, me encuentro con Ferdinand, que pasaba por la tienda, recién llegado de un viaje a las Filipinas. Y me cuenta que no, no va a bucear por estas aguas frías...

Y frío sí que hace, sí. El termómetro del coche marcaba 5 grados a las 8 y cuarto de la mañana, mientras conducía hacia Manly. Pero el día es soleado, y el agua se supone que sigue con sus 18 graditos, es decir, está más calentita que el aire.

Nuestro grupo está formado por 7 personas más el instructor. ¡Y yo que estaba acostumbrado a grupos de dos o tres más instructor! La mayoría son turistas de Europa. ¿Qué hacen dejando el verano europeo y viniendo al invierno australiano? Bueno, son ingleses, me parece que su verano es más frío que nuestro invierno...

Tras esperar y esperar, al final estamos con el equipo puesto y listos para entrar en el agua. Son ya más de las 11, y el sol calienta un poquito. Y al agua que vamos. La escena que se me presenta es como de caricatura. Varios de los compañeros de buzo parece ser que en su vida han buceado. ¿Y dónde habrán aprendido a bucear? A uno de ellos la botella de aire se le escapa del chaleco, y el instructor tiene que ponérsela otra vez, ya dentro del agua. Dos o tres, más que bucear, parecen dedicarse a barrer la arena y turbar toda el agua para que nadie pueda ver nada. Se supone que yo tengo que bucear detrás de esta gente, pero decido que si me quedo en esta posición veré de todo menos peces. Y parece que mi compañero, Luke, piensa lo mismo, y adelantamos a los inexpertos (¡yo que apenas he hecho dos buceos me considero un experto comparado con éstos!). Y así empiezo a dislumbrar peces por todas partes, tal vez curiosos de ver tanta arena flotando entre las aguas.

El agua, más bien fría. pero llena de vida. Pronto descubrimos algo especial, ¡tiburones! Hay un tiburón posado en la arena, y yo que pensaba que suelen estar por la superficie... Pero este tiburón es distinto. Tendrá apenas un metro, y es inofensivo. Es un Port Jackson. El instructor nos había hablado de estos tiburones. Son tan mansos que puedes acercarte y tocarlos... lástima que esto es una reserva marina y, aunque los tiburones nos dejen, lo tenemos prohibido. Excepto el instructor, que me parece que dijo que está haciendo un recuento de tiburones, marcándolos para estudiar su comportamiento. Y así vemos al instructor (que no me acuerdo de su nombre) intentando coger al tiburón, pero éste no se deja, y al final se va.

Seguimos buceando, esta vez buscando los dragones del arrecife exterior, pero como la otra vez, nada, no hay suerte. Tendré que probar otro día. De vuelta vemos el esqueleto de otro tiburón, y peces comiéndoselo. El cazador, cazado.

Siento el agua cada vez más fría, y cuando no puedo aguantar más del frío llegamos al final del buceo. ¡Menos mal! Pero ya fuera llega mi segunda sorpresa... ¡no es un buceo sino dos! Ya es hora de comer, pensaba comer en Manly pero no puedo, tengo que quedarme allí, en la playa, rodeado de turistas con su barbacoa asando salchichas... y parece que nadie las vende... claro que podría haberme marchado pero eso quiere decir tener que volver a la tienda a pie, y además tal vez perderme algo especial que pueda pasar bajo el agua.

Con lo que aguanto el hambre y el frío, y espero mojado a la siguiente immersión, ya dadas las dos de la tarde.

Y qué bien el que haya esperado. El agua se siente más fría que antes, pero hay más peces. Esta vez no se ven tiburones pero hay peces por todas partes, y me encuentro con varios conocidos, como la sepia gigante (aunque esta era pequeñita, de unos 30 cm), el groper azul de casi un metro, y los mados pequeñitos y estriados de amarillo y negro. La cámara de fotos ya no tiene pilas de tantas fotos que hice en el primer buceo, y como no se pueden cambiar las pilas bajo el agua, simplemente paseo bajo el agua, disfrutando de la vida marina, ignorando las peripecias de los otros compañeros de buceo.

Al final del recorrido salgo del agua tiritando de frío, y más que caminar corro a la ducha, que aunque no haya agua caliente el agua parece ser menos fría que la marina... ¿y dicen que eran 18 grados? Serán Farenheit. Ahora comprendo a Ferdinand. De esta decido que, o bien me compro uno de esos trajes especiales para invierno, como el del instructor, donde no entra el agua y puedes ponerte ropa porque no se moja, o viajo a otros lugares más calientes durante el invierno.

Y por lo pronto voy a hacer lo segundo. Ya tengo los billetes de avión para Cairns y he hecho reserva en un barco que nos va a llevar a uno de mis sueños... ver la Gran Barrera de Coral. Estoy contando los días, que apenas quedan dos semanas para este viaje.