lunes, septiembre 22, 2008

Día ventoso




Es el tercer día de este viaje al centro de Australia. Esta vez quiero ver cómo cambian los colores de Kata Tjuta con la salida del sol, con lo que me levanto antes de las cinco. La noche pasada me acosté más bien tarde con lo que apenas he dormido cinco horas. Pero bueno, esto son las cosas que pasan cuando se va de viaje. Las compañeras de habitación no han venido esta noche, a saber qué habrán encontrado en el desierto, y yo me quedo sin saber si son francesas.

Recojo las cosas a toda prisa, me tomo medio desayuno, ficho la salida en recepción, y salgo de camino a Kata Tjuta, también llamado Las Olgas o Las Siete Hermanas por alguna leyenda que no sé si es aborígen o de los pioneros occidentales.

Descubro con asombro que el parque está cerrado, he llegado demasiado pronto y no han abierto las puertas todavía. Con lo que espero en el coche, haciendo cola con los otros madrugadores, tal vez ellos también quieren ver la salida del sol desde Kata Tjuta. Al final abren las puertas y allá que vamos.

Conduzco más bien rápido, que el lugar está a media hora de camino, y empieza a clarear. Al final llego al mirador, y descubro con gozo que está vacío, es todo para mí. A los pocos minutos llega una furgona con jóvenes aventureros, y luego otro coche, pero ya está. Los demás deben de estar esperando en Uluru.

Delante de nosotros se nos muestra la silueta de Kata Tjuta. Son un conjunto de colinas rocosas con formas redondeadas, restos de montañas viejísimas. Y es que esta parte de Australia no ha sufrido movimientos geológicos en los últimos cientos de millones de años. Estas montañas son mucho más viejas que los Pirineos, los Andes o el Himalaya. Y como apenas llueve, la erosión es tan lenta que aún quedan restos. El lugar es viejo, viejísimo, y así lo parece.

A lo lejos, en dirección este, se ve la silueta de Uluru. El día está nublado, y el cielo y las nubes parecen estar jugando con él. En cambio, Kata Tjuta sigue oscuro y silencioso. A medida que el cielo clarea se hace más evidente que el espectáculo no va a ser Kata Tjuta sino Uluru. Las nubes no dejan que el sol pinte con sus colores las montañas. En cambio, las nubes se tornan protagonistas y empiezan a abrir huecos por donde pasa la luz de la aurora. Seguimos contemplando a Uluru, y vemos que sus bordes empiezan a ponerse como al rojo vivo, como si fuera un gran pedazo de hierro al fuego. Y es que el sol ha conseguido desasirse de las nubes, y está saliendo, exactamente detrás de la roca. El espectáculo de Uluru roba a Kata Tjuta de todo protagonismo. Y así el sol, por entre las nubes, empieza a iluminar el día, lanzando rayos sobre Uluru como si estuviera comunicándose con él. Si hay una roca que tenga vida propia, ésta debe de ser Uluru.

Después del espectáculo de la salida del sol tan especial, acabo mi desayuno, me afeito y me dirijo a Kata Tjuta, a pasear por el Valle de los Vientos. El día sigue nublado con lo que me llevo la rebeca por si las moscas.

Lo mejor de Kata Tjuta es que hay mucha menos gente que en Uluru, y puedo disfrutar de gran parte de las colinas a solas. En cuanto entro en el valle empieza a levantarse viento, ¿o tal vez siempre hace viento aquí? Descubro tras leer en los carteles que partes del valle son sagradas y solamente los jóvenes aborígenes pueden entrar durante su ceremonia de iniciación. Como parte de la ceremonia tienen que pasar un tiempo en la cabecera del valle y cazar animales.

El viento arrecia cada vez más fuerte, un viento cada vez más frío, y al final me tengo que poner la rebeca. El Valle de los Vientos hace honor a su nombre.

Después de este largo paseo me acerco a la garganta Walpa, que me parece que quiere decir la garganta de los vientos, y en verdad, el viento aquí es incluso más fuerte. Me cuesta caminar, y ahora el frío me hace ponerme el chubasquero por encima de la rebeca. Y justo a tiempo, pues de repente se forma un chubasco de gotas gordas y calientes. El viento y la lluvia convierten este corto paseo en toda una aventura.

Pero al final llega el momento de dejar Kata Tjuta y Uluru. Mi plan es pasar la noche en el cañón de los reyes, a unos cuantos cientos de kilómetros de distancia, y ya es mediodía. Empieza la segunda etapa del viaje.

El día sigue frío y ventoso, parece ser que los vientos han salido del valle a dar una visita por los alrededores, y me acompañan por una carretera casi desierta. Durante el camino paro en un par de sitios, marcando lugares para luego poder añadirlos al mapa de OpenStreetMap que estoy creando con otros miles de personas, y buscando tesoros de geocache, que aquí también hay. Y gracias a estos tesoros descubro vistas que seguro no habría encontrado. En una de ellas se ve a lo lejos el monte Connor, una montaña que muchos turistas recién venidos de Alice Springs confunden con Uluru. El viento ha levantado una capa de polvo, y desde el mirador la montaña se ve muy lejana y poco clara. En otra ocasión el geocache está en un mirador de lagos de espejismo. A lo lejos se ven lagos secos, pero que aparentan estar llenos de agua por la sal que han dejado.

El tiempo pasa, y al final llego al hostel de Kings Canyon poco antes de la puesta del sol, y antes de que éste se vaya a visitar la otra parte del mundo decido entrar en el cañón, que se supone que esta parte del cañón se ve mejor a esta hora.

Llego a la base del sendero cuando apenas quedan unos minutos de sol y los pocos turistas que hay están de vuelta en el aparcamiento. El valle está ya en sombras y solamente las rocas a lo alto tienen luz. Pero decido entrar, ya que estoy aquí, mejor ver lo que hay.

El valle lo recorre un río seco, pero la vegetación indica que el agua no está lejos. Con la puesta de sol empiezan a oírse los sonidos de aves y animales, y mientras entro me da la sensación que el valle empieza a cobrar vida. Ya no hay turistas, el valle empieza a despertarse y los sonidos sugestivos se muestran solamente para mí. Es una sensación que hacía mucho que no sentía. Cada vez hay más ruidos artificiales en nuestras vidas, y estar en un lugar con solamente ruidos de la naturaleza, sin oír máquinas, radios o incluso voces humanas es una experiencia muy acogedora. Llego al final del sendero, donde empieza la parte sagrada del cañón, pues éste es otro lugar donde los jóvenes de otra tribu hacen su ceremonia de iniciación. Y me siento en el mirador, observando los últimos rayos de sol sobre las rocas en las alturas, y escuchando los sonidos del ocaso. Y la vuelta, ya a oscuras, me hace sentir que durante unos minutos yo también he sido parte íntima de este cañón misterioso.

Ya en el hostal descubro que mi habitación, que es compartida, es toda para mí. Tengo tres camas a escoger, y hay televisor, nevera con leche y tetera con sobrecillos de té y café. Y es que la civilización también tiene sus cosas buenas.

Ceno en el pub restaurante del lugar, donde un grupo de música folk-country actúa y saca a todos los críos con sus padres. Y yo disfruto del espectáculo, pensando que como no tengo críos a mí no me sacarán, cuando la artista apunta a una persona al lado mío diciendo a los críos que es Steven Spielberg en busca de talento. Uno de esos críos sorprende con una actuación con didgeridoo, ese instrumento aborígen tan especial y tan difícil de tocar, y más tarde el crío me pregunta si es verdad que soy Spielberg... y yo le contesto que no, que Spielberg estaba al lado mío, pero que ya no está. Y el niño se marcha todo desilusionado. Tal vez esta noche se le haya quedado grabada como la noche en que Spielberg casi le contrata para la próxima película.

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Hola Diego:

Acabo de pasearme por tus fotos de kta kjuta (o como se escriba, que es un poco lioso) y me han gustado. Creo que este viaje que haces esta vez es un poco... místico, no sé si me explico, un poco como espiritual, tal vez porque estás pasando por lugares sagrados para los aborígenes, porque todos los desiertos tienen tanto, tanto que contarnos. Yo me dejé parte de mi corazón en uno de ellos y sé que volveré a buscarlo cualquier día de estos. Pero no sólo volveré al Sahara, y lo recorreré, si no que me encantaría recorrer todos los desiertos del mundo porque creo que tienen secretos difíciles de entender si no se va a conocerlos.

Tengo ganas de ver fotos de esos lagos-espejismos y de los sitios que cuentas en el relato, a ver si las publicas, jejeje...

Besitos

Unknown dijo...

Hola Esther,

No hay nada como viajar solo para re-encontrarse, y más viajando a lugares como éstos. Lo que más me gustó de este viaje fueron esos escasos momentos donde todo lo corriente parece desaparecer.

Lo de los lagos secos, las fotos salieron muy mal por el polvo del día, con lo que mejor te los imaginas :-)

Diego