martes, julio 22, 2008

Bosque y playa


El río Daintree marca la frontera del hábitat del cocodrilo. A partir de aquí, entrar a nadar en un río equivale a arriesgarse a ser atacado por un cocodrilo, y en todos los ríos aparece la señal de aviso. Abundan paseos en barca para turistas que quieran ver a estos animales, pero no es algo que nos atraiga a nosotros. Si vamos a ver cocodrilos, o lo que sea, preferimos que sea sin formar parte de un grupo turístico. Que si vamos a ver algo salvaje, mejor que sea en su estado natural, sin interferencias ni provecho de ningún agente de turismo.

Con lo que, en vez de buscar cocodrilos, cruzamos el río para ver el bosque y sus posibles encantos. Desde el ferry vemos, enfrente, una capa verde de árboles. Atrás queda la civilización, y entramos en el parque.

Pero pronto descubrimos que el norte está casi tan civilizado como el sur. La carretera, estrecha y con curvas, pasa cerca de atracciones turísticas. Una de ellas es un recinto donde hay una plataforma a la altura de las copas de los árboles, donde se puede apreciar el bosque a vista de mono, si hubiera monos aquí. Preferimos no pagar la entrada, y en vez de eso recorremos un sendero "clásico", sobre el suelo. El lugar, solitario, es todo para nosotros, y disfrutamos de la gran variedad de árboles, plantas trepadoras, y vegetación que son las dos cosas, árboles trepadores que nacen en las copas de árboles maduros, y en vez de crecer hacia arriba crecen hacia abajo, hasta que las raíces llegan al suelo. Una vez las raíces llegan abajo, estos árboles toman fuerza, y con el tiempo estrangulan a su benefactor. Son los ficus estranguladores.

Más adelante llegamos a una playa donde el bosque llega hasta la arena. Es una zona de contrastes, entre el verde de la vegetación, el blanco de la arena, y el azul del agua. Y caminando por la orilla descubrimos cantidad de trozos de coral de la barrera cercana. Aquí, en vez de recoger conchas marinas, lo que toca es recoger trocitos de coral. Al lado de la playa vemos una señal de aviso de las medusas, que durante el verano son un peligro tan serio como los cocodrilos de los ríos.

Hacemos parada obligatoria en un puesto de helados artesanos con frutas tropicales del lugar. Son frutas de sabores desconocidos y apetecibles. Mientras disfrutamos de nuestro postre llegan un par de autobuses a descargar su carga humana, todos ellos ávidos de probar el helado.

Seguimos el recorrido, parando aquí y allá, paseando entre bosque y playa. La vegetación es interesante, pero a decir verdad no es tan especial. Me dio mucha más impresión la vegetación cerca de Sidney la primera vez que vine a Australia, con sus eucaliptos, sus "flores de araña" y sus flores "cepillo de botella", y las nueces tan artísticas del árbol banksia. Y más impresión me dieron los bosques de Tasmania y Nueva Zelanda, con sus árboles milenarios, enormes. Aquí en el trópico australiano los árboles son todos jóvenes. Es una vegetación que no ha cambiado desde la época en que todos los continentes estaban unidos en el supercontinente de la Pangea, mucho antes de la llegada de los dinosaurios. El saber esto impresiona, sí, pero los árboles en sí, más bien primitivos, no son tan vistosos como en otras partes.

De vuelta nos damos cuenta que llegamos tarde a nuestra reserva para la cena, con lo que viajamos a toda prisa, dentro de lo que nos deja la carretera, hasta llegar al restaurante. La cena, fabulosa y una manera excelente de terminar el día.

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Bonito paseo, si señor... Buff, y esos helados tenían que estar de vicio, jejeje.. Pero no has contado en que consistió la cena, ya te vale, así que ya estás contando, ea.

Besitos

Unknown dijo...

Hola Esther,

Hace ya tanto tiempo de esto que no me acuerdo de lo que cenamos... a ver si acabo este relato hoy o mañana, que salgo de viaje este fin de semana otra vez... ¡hay que ver qué rápido que pasa el tiempo!