domingo, julio 08, 2007

Santorini


Escribo desde el barco que nos lleva de Santorini de vuelta a Atenas. El barco en sí no tiene nada que ver con los cruceros lujosos que surcan estas aguas. Es un barco rápido, donde no hay espacios abiertos por motivos de seguridad. El exterior solamente se puede ver, o más bien atisbar, a través de unas ventanas empañadas. Vamos, que no me queda otra cosa que escribir y trabajar. Y como tengo asuntos retrasados, a ver si hago algo.

Resumo los acontecimientos desde donde los dejé. Nos levantamos a las 3 y media de la mañana el viernes pasado, y a las 4 y media conseguimos estar listos para tomar un taxi. El aeropuerto, un aeropuerto remodelado en las últimas olimpiadas de Atenas, estaba lleno de gente y las colas para facturar eran larguísimas. Y son las 4 y cuarto de la mañana! Conseguimos facturar y llegar al avión justo a tiempo. El viaje a Santorini acababa de empezar.

El avión llega a la isla puntual. El viaje fue de poco más de media hora, con lo que no tuvimos tiempo de hacer poco más que dar una cabezada. Cansados y con sueño, llega el momento de ver cómo llegar a nuestro alojamiento. No tenemos ni idea de qué tipo de alojamiento es, ni la dirección exacta. Barajeamos la posibilidad de tomar un taxi, pero al final nos decidimos por alquilar un coche para así tener más libertad en la isla. Miramos las tres agencias de coche que están abiertas, y nos decidimos por Hertz por tener el coche más barato, un seat Ibiza por 60 euros por día, por tres días. Bastante carillo, pero nos decidimos por ello.

El agente nos informa que lo que yo creía era el nombre del dueño era el nombre de un hotel, hotel Drossos, en Perissa. Nos da unas instrucciones para llegar a Perisa, y allá que vamos. Son sobre las 8 de la mañana, y yo sin apenas haber dormido la noche pasada. Intentando mantener la atención circulo por carreteras estrechas, empinadas y llenas de curvas. Pasamos por pueblecitos con edificios blancos y azules, como los colores de la bandera de Grecia. Llegamos a Perisa, pero no encuentro mi hotel. El agente me parece que dijo que mirara a la izquierda, pero no veo nada. Tras varios intentos y tras preguntar a varias personas descubro que el hotel no está a la izquierda sino a la derecha. Es un hotel pequeñito, blanco por la cal, ambientado en un estilo fresco y agradable, y con piscina. Las atendientes son muy atentas, y nos dejan usar la habitación aunque sean apenas las 9 de la mañana. Por fin podemos descansar.

Pero antes de descansar descubro que el hotel ofrece coches de alguiler a menos de mitad de precio del que hemos cogido. Esto me llena de mal humor, y tras llamar a Hertz cambio el alquiler a solamente un día, los otros dos días serán con el coche del hotel. Una vez arreglado el asunto, a dormir. Dormimos de 10 a 2, y tras un cambio de habitación (la que nos habían dado tenían un problema con las hormigas) y comer en un restaurante cercano (qué ensalada griega más deliciosa y fresca!) dormimos otra vez hasta las 5. Mucho dormir, pero el sueño no es reparador.

Aun así tenemos que levantarnos para hacer algo en la isla. Lo primero, cambiar de coche. Llegamos a Hertz, en el aeropuerto, y descubrimos que podemos dejar el coche pero no hay autobús ni taxi que nos lleve de vuelta, pues no hay vuelos que lleguen a esa hora. Por fortuna, tras esperar un poco llega un taxi que deja a un grupo de viajeros, y lo tomamos para llegar a Perissa. En total, el coche y el taxi combinados han costado una pequeña fortuna, y aún no hemos visto nada de la isla aparte de una carretera que hemos recorrido tres veces. Ahora ya sabemos que hay agencias de alquiler de coches casi en cada esquina de la isla, y aparte hay recorridos turísticos en autobús y barco que duran todo el día, con lo que el coche no es tan necesario.

Pero bueno, tenemos el coche, un Hiundai si me acuerdo bien (que yo no miro estas cosas), y a esa hora, más de las siete, lo que podemos hacer es ir a ver la puesta del sol desde Oia, un lugar que sale en las estampas de la isla precisamente por sus puestas de sol. Llegamos a Oia más tarde de las 8, el sol está a punto de esconderse, y apenas llegamos el sol se esconde detrás de las islas cercanas. La puesta de sol en sí no estuvo mal, pero tampoco es gran cosa... hasta que empezamos a pasear por el pueblo a la luz del ocaso. Las casas, blancas con cúpulas azules, se combinan con los colores cambiantes del cielo creando escenas preciosas. Un lugar idílico. Pero tentador, las tiendas se especializan en joyas de diseño inspirado en las joyas griegas clásicas y bizantinas, y Mineko se dedica a ver las tiendas, mientras yo intento sacar el máximo de la luz disponible para hacer mis últimas fotos.

Llegamos al hotel a las once, y Mineko se va directa a la cama. Yo prefiero cenar algo antes, y voy a otro restaurante cercano donde la comida está así así. Agotado con tanto ajetreo, me echo en la cama y me duermo en unos pocos segundos.

Al día siguiente, sábado, desayunamos en el hotel, donde lo mejor es, por supuesto, el yogur con miel, pero también tienen sus cereales, salchichas, huevos, quesos y otras cosas. Hay casi tanta variedad como en el hotel de Atenas. Aquí tengo que decir algo de la geografia de esta isla. La isla forma parte de un grupo de 4 o 5 islas, que juntas forman parte de un viejo volcán. Este volcán hizo una explosión tremenda hacia 1600 BC, y destruyó la ciudad de la que encontramos restos en el museo de Atenas. La explosión destrozó el volcán en sí y lo que era una isla se convirtió en este grupo de islas. Las islas están agrupadas en forma de círculo, y la parte interna del círculo, que corresponde al cráter antiguo, tiene unos acantilados impresionantes donde casitas blancas cuelgan como pretendiendo ser nidos de aves (o cagalutas de gaviotas, según de qué distancia las mires). Algo parecido a las casas colgantes de Cuenca, pero en una escala más grande y dando al mar.

Hay viajes turísticos en barco que recorren las islas, una de las cuales es la parte del volcán en activo, que estas décadas ha estado muy tranquilo pero que puede despertar de repente y hacer otra catástrofe. Decidimos tomar uno de estos viajes, pero en vez de salir desde la agencia de viaje tomamos el coche y fuimos al puerto mismo, a ver si encontramos alguna oferta especial. Pronto descubrimos nuestra segunda equivocación (la primera fue el alquilar el coche en el aeropuerto), pues el puerto no tiene espacio para aparcar, y la carretera que lleva al puerto es muy empinada y resulta imposible aparcar en ella. El lugar es caótico, con gente intentando aparcar y policías mandando a los coches fuera del puerto. Hay gente que decide aparcar en lugares prohibidos en la carretera, creando caos y congestión de tráfico. Nosotros conseguimos aparcar en la ladera del acantilado, y tras comprar los billetes de uno de los viajes descubrimos que el lugar donde aparcamos está prohibido. Al final no tuvimos otra opción que devolver los billetes y salir de aquel bullicio sin poder nacer nuestro viaje. Lo intentaremos otra vez mañana.

Decidimos ir a Akrotiri, el poblado con las ruinas destruídas por el volcán, y descubrimos que el lugar arqueológico está cerrado por renovaciones. Nada, que no tenemos suerte. Vamos a una playa cercana, conocida por la roca roja que la rodea, pero nada especial. Al final se nos hizo la hora de comer, y paramos en una taverna de Akrotiri. El camarero es el dueño, una persona amistosa pero con poco conocimiento del inglés. A Mineko le apetece comer pescado, y el dueño, incapaz de describir qué pescados tiene, al final nos lleva a la despensa y le pregunta a Mineko que elija el suyo. Los pescados, todos fresquísimos y con buena pinta. Mineko elije el suyo, y yo me decidí por uno de los platos que comí en mi viaje anterior, musaka. Mi musaka no sabe tan buena como la que guarda mi memoria, pero el pescado de Mineko es excelente.

Después de Akrotiri conducimos a través de un paisaje pintoresco con casitas blancas de cúpulas azules, hasta llegar a nuestro segundo lugar histórico, la capital antigua, con restos de varias épocas griegas antiguas. Pero otra vez la mala suerte nos acompaña, y es que, encima de que el horario es hasta las 2 y media (y ya es más tarde), están en huelga. Bueno, por lo menos no hemos sacrificado esfuerzo para llegar antes de las 2 y media y dedscubrir que estaba cerrado.

Al final acabamos en la puesta de sol de Oia, la segunda puesta de sol, también impresionante, pero no tanto por el sol en sí, sino por la multitud de gente que se junta y se apresura a fotografiar el sol usando flash, como si su flash fuera más potente que la luz del astro rey. Y nada más ponerse el sol, las calles se vacían de gente que se va a cenar o a comprar joyas. Ahora las calles son todas para mí, con su luz mágica del ocaso y su juego con las casas blancas de cúpulas azules.

Llega la noche, y el viento empieza a arreciar. Duermo apenas, preocupado por el estado del mar. Tal vez el viaje de vuelta a Atenas se cancele, y nos quedamos atrapados en la isla.

Hoy es domingo, último día en la isla, y por fín hemos podido tomar el viaje por las islas del volcán. El volcán en sí es impresionante por sus rocas negras, restos de erupciones antiguas, pero no lo es tanto como otros volcanes que hemos visto en el Japón. No tiene fumarolas, y solamente nos llega unas trazas del olor de azufre. Pero al lado de la isla del volcán está la isla de las aguas termales, un lugar donde el agua del mar está calentada con el calor de la tierra, y toma un color marrón especial. El "problema" es que el barco no puede atracar en tierra firme y tenemos que saltar desde el barco para disfrutar de las aguas, mezcla de aguas templadas y calientes. Toda una impresión para la piel.

El barco vuelve a puerto, a través de un mar que empieza a estar más picado a consecuencia del viento. Mi preocupación aumenta. Pero estoy un poco tranquilo. Si este barquito ha partido (eso sí, haciendo que muchos de los turistas se duchen con el agua del mar), el barco que nos lleve a Atenas, mucho más grande, no tendrá más problemas, no?

Y el viaje se nos acaba. Apenas nos queda tiempo para volver a Oia a comprar unas joyas (que al final Mineko ha caído en la tentación), y dejar el coche para tomar un taxi que nos lleve al puerto, ese puerto tan caótico, donde descubrimos que la comida de los restaurantes (o al menos del restaurante donde fuimos) es carísima y malísima. Un consejo, si vienes a Santorini en barco, no te pares a comer en el puerto.

Llega el barco, un barco no demasiado grande pero lo bastante como para que las olas no le presenten problemas, y partimos en él, rumbo a Atenas. Adiós, Santorini, la isla con casas en forma de joya y joyas en sus casas, la isla con su ocaso mágico. Estoy en el barco, han pasado apenas hora y media, y el barco navega un poco movido por las olas, pero seguro de llegar a su destino ... espero.

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Movidita la visita a Santorini, pero parece preciosa la isla y ese conjunto de islitas todas en círculo, ainsssss... Que mágica es Grecia, por cierto ¿y los gatos?¿ya no hay gatos en Grecia?

Besitossssss

Unknown dijo...

Sí que hay gatos, Esther! He puesto una foto en mi página de flickr