Llega el día del buceo. Hemos quedado a las 8 y media de la mañana, una mañana atípicamente fría incluso en este otoño tan frío. El lugar, la playa de Shelley otra vez, esta vez apenas tiene otros buzos. Tenemos la playa prácticamente para nosotros. La otra vez visitamos la parte de la izquierda, donde encontramos los tiburones. Esta vez decidimos visitar la de la derecha. Ferdinand dice que esa parte, a veces tiene gran cantidad de vida, y otras veces es como un desierto. ¿Cómo será esta vez?
Entramos en el agua. La temperatura del aire es de poco más de diez grados, y en comparación el agua está calentita, unos 18-19 grados. Menos mal, no tenemos que soportar aguas frías... me parece que el agua está menos fría que la otra vez.
Entramos en el mundo submarino, y pronto veo que de desierto, nada. Peces por todas partes, más grandes que la otra vez, y en mayores cantidades. Algunos peces, curiosos, nos siguen, pero no de forma tan insistente como la otra vez. ¿Será que no hay tiburones cerca?
Unos de los peces que me gustan más es el groper (o como se diga en español), grande, azul, y curioso. El tamaño es de medio metro, y la cara tiene estrías iridiscentes azules. Toda una maravilla. De vez en cuando sale el sol por entre las nubes, y entonces el espectáculo se torna fantástico cuando miras a la superficie desde unos ocho metros de profundidad. Se ven peces y más peces en silueta hasta que la vista se queda en el brillo de la superficie.
Ferdinand se para de repente, mirando atento a una roca. Me fijo en la roca, y ésta se empieza a mover. No es una roca, sino una sepia gigante. El animal parece tranquilo y curioso. Ferdinand se queda quieto, mirando fijamente a la sepia, y ésta se acerca a él poco a poco. Yo los veo desde el lado, y comparo el tamaño de la sepia con el de Ferdinand. La sepia debe de medir medio metro, de color marrón y con estrías que parecen tener vida propia, moviéndose a un ritmo más rápido que la sepia misma.
Se acerca más y más a Ferdinand hasta llegar a menos de medio metro de su cara, y se queda quieta. Sus ojos se mueven de un lado a otro, y poco a poco empieza a extender sus numerosos tentáculos, como si quisiera tocar a ese pez negro tan grande que debe de parecerle Ferdinand.
Es una imagen hipnótica, un poco estremecedora, pues no sé si la sepia le está amenazando o qué.
Al final la sepia se retira poco a poco, y Ferdinand nos hace la señal de que sigamos.
Recorremos el fondo de arrecife a arrecife en busca del dragón de las algas, un pececito tipo caballito de mar, muy vistoso según las fotos, pero esta vez no tenemos suerte. Otra vez será.
De vuelta a la playa encontramos otra sepia gigante, ésta más pequeña, unos 30-40 centímetros, y yo descubro un groper enorme, más grande que el resto. Éste debe de medir como un metro. Está escondido entre las rocas y no sale a recibirnos.
Salimos del agua y hablamos de la sepia. Ferdinand nos cuenta que esta sepia era muy vieja y tenía heridas de un ataque que tal vez le ocurrió hace tiempo, pues le faltaba un tentáculo. La verdad es que yo vi tentáculos por todas partes y no me paré a contar. De todos modos, dice, la sepia estaba muy tranquila. Dice que cuando amenazan doblan los tentáculos hacia atrás, pero ésta los estaba extendiendo hacia él. A ver si me acuerdo de ésto la próxima vez, que la verdad es que la intuición me dice que debería de ser al revés.
La sepia fue sin duda la experiencia más fuerte de esta vez. Me parece que hasta he tenido pesadillas de monstruos marinos como los de las novelas de aventuras. Pero la verdad es que la sepia en sí era muy mona, nadaba con una calma y una gracia, que ahora ya no puedo entrar en una pescadería. Me dan lástima los peces muertos, cuando son tan preciosos en su elemento.
No sé, me parece que no podré comer pescado durante una temporada.
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