sábado, diciembre 30, 2006

En el centro de Victoria




Los alrededores de Nagambie fueron realmente una sorpresa. Del lago sale el río Goulburn, un río con gran cantidad de agua teniendo en cuenta que estamos en Australia. Y a la orilla del río hay dos bodegas de vino con solera otra vez teniendo en cuenta que estamos en Australia, donde la historia es muy corta. La primera bodega es Tahbilk, la bodega más antigua de Victoria, el estado de Melbourne. No tuvimos ocasión de visitar la bodega original de mediados de 1800, pues estaba en reparación, pero suplimos esta falta comprando seis botellas de vinos variados. Después visitamos la bodega Mitchelton, más moderna pero con vinos que nos gustaron mucho más. Acabamos comprando ocho botellas en esta otra bodega, y comimos en el restaurante. La comida fue sorprendentemente buena y barata a la vez, y regada con copioso vino. Al lado del restaurante hay una zona de picnic, lleno de gente disfrutando de un día caluroso de verano, a la orilla del río. Hemos marcado este lugar en la lista de lugares donde volver a visitar.

Después de los vinos y comida toca conducir al próximo lugar, pero fuimos haciendo paradas, pues el efecto del vino y comilona, no tanto por el alcohol sino por el sopor que me dió, no me dejaba conducir sin parar a tomar una mini-siesta cada dos por tres. Y el hecho de que hacía calor y viajábamos por carreteras sin curvas y con poco tráfico por un paraje plano daba más sueño aún. En la primera parada compramos cerezas del lugar. Eran cerezas frescas, recién cogidas, y disfrutamos como niños comiendo cerezas mientras yo conducía.

Al final llegamos a nuestro destino, el pueblo de Beechworth. La guía de moteles que teníamos indicaba que en este pueblo hay muchas atracciones, incluyendo buscar oro y piedras preciosas. Dado que no pudimos buscar oro hoy, tal vez podamos mañana.

El pueblo nos encantó desde que llegamos. Resulta ser uno de los centros de la fiebre del oro, y también el lugar donde un famoso bandido actuaba, Ned Kelly. Este tal bandido es uno de los personajes más famosos de Australia, algo así como el Robin Hood de estos lugares, se dedicaba a robar a los ricos con su banda y tenía un gran apoyo popular.

El motel costaba 100 dólares, con lo que buscamos otro lugar. Al final acabamos por quedarnos en el hotel Commercial. Como los hoteles típicos de la Australia rural, esto es realmente como una posada en España. Es un local que sirve alcohol y comidas, es decir, como un pub inglés, con habitaciones para dormir. La ley de antes estipulaba que todos los pubs tenían que tener habitaciones, y este es uno de esos pubs antiguos, un edificio de ladrillo con su zona de beber y comer y mesa de billar en el piso de abajo y con sus habitaciones y terraza en el piso de arriba. Y me acabo de dar cuenta de que hoy es sábado, y como es normal hay concierto en directo justo debajo de nosotros, con lo que esta noche será movidita, como la de nuestra primera noche en este viaje.

Pero aparte de este "contratiempo" de la música que espero que no dure mucho, este día ha sido sorprendemente bueno. Ha sido como un turismo rural sofisticado, tan distinto del turismo rural rústico que hacíamos en Tasmania. Me sigue dando la impresión que Melbourne y su estado, Victoria, tiene mucho más que ofrecer a nuestros gustos que Sidney y su estado, Nueva Gales del Sur. Por lo pronto he cogido un montón de mapas y guías turísticas de este estado, y he empezado a planear nuestro próximo viaje.

viernes, diciembre 29, 2006

En barco rumbo al continente


Con prisas y corriendo, como de costumbre con nosotros, salimos hacia el barco, que está a punto de zarpar. Somos casi los últimos en abordar, pero lo conseguimos. El barco zarpa con nosotros dentro, rumbo al continente.

El barco en sí es bastante aburrido. Ni comparación con la emoción que tuve la primera vez que fui en barco de Valencia a Mallorca, cuando apenas tenía diez años. Aquel barco era enorme, con varios pisos de camarotes, y amplios espacios abiertos. El barco en el que fuimos Mineko y yo esta vez, el "Espíritu de Tasmania", me parece que es más pequeño (¿o es que cuando yo era pequeño todo parece más grande?), y de espacios abiertos, casi nada. Eso sí, dentro hay una tienda, una zona con máquinas de premio, otra con máquinas recreativas, una oficina de turismo, restaurante y varios bares. Pero no sé, no sé, el barco de Mallorca parecía más interesante...

El trayecto transcurrió sin incidentes. A pesar de atravesar uno de los estrechos más peligrosos de los siete mares, el barco apenas se mecía con las olas. Lo único de destacar es que, a mitad de camino, nos cruzamos con el barco que hacía el otro trayecto, y que, un poco más tarde, entramos en zona de cobertura del teléfono móbil y pudimos reservar alojamiento para esta noche.

El barco llegó con una hora de adelanto, con lo que aprovechamos para pasar noche un poco más lejos que en el plan original. Acabamos en el pueblecito de Nagambie, más que nada porque teníamos la dirección de un motel más o menos barato. El pueblo en sí resultó ser una monada, en medio de una zona vitícola y a las orillas de un lago. ¡El encargado del motel incluso nos cuenta que se puede encontrar oro por estos lugares! Igual intentamos buscar oro para que nos cubra los gastos del alojamiento.

Cenamos en el club del pueblo. El club era una delicia. La comida era de mejor calidad de lo que se suele comer en un club australiano, y las mesas estaban al lado del lago. Mientras cenamos el cielo tornó de rojo a índigo, y finalmente la negra noche llegó, iluminada por la luna.

jueves, diciembre 28, 2006

El último día en Tasmania



Llega la noche y entre un agujero de las nubes se pueden ver las estrellas. Pero no contaba con la luna y su luz, que nos aguó la fiesta y no nos dejó ver mucho. Bueno, otra ocasión será. Las estrellas no cambiarán mucho en los próximos años, las podremos ver en otra ocasión.

La noche transcurrió fría, y eso se nota cuando uno acampa, vamos que no pudimos dormir mucho. Pero el día llegó, cálido, y esperanzador. Aparte del frío de la noche el camping era una delicia. Y resulta divertido ver a los acampados. Había una tienda de campaña que incluso tenía chimenea... la nuestra era la tienda más pequeña de todo el camping. Y lo contentos que estábamos con ella.

Al día siguiente fuimos a una huerta de fresas cerca del camping, donde disfrutamos de unas deliciosas fresas, cogidas la misma mañana. Alentados con este comienzo del día tan bueno, fuimos a nuestro siguiente destino, la montaña Mt Barrow. No teníamos bien claro qué se nos presentaría en tal montaña, pero allá que fuimos. La carretera subió y subió, hasta llegar a zonas muy empinadas y con curvas. La carretera estaba sin asfaltar y era bastante estrecha, y un lado daba al vacío. Casi me dió vértigo mientras subía, aun desde dentro del coche. Pero el esfuerzo valió la pena, y desde lo alto de la montaña, una montaña solitaria de más de 1400 metros de altura, se veía una perspectiva realmente impresionante. El día estaba nublado pero con buena visibilidad, y se veía el mar en la distancia.

De camino al siguiente destino vimos una señal que indicaba una ruta turística por el monte Barrow. La mujer de la huerta de fresas nos comentó de algo así, que es algo que acaban de inaugurar, y pensamos que valdría la pena ver. Pero qué pérdida de tiempo. Tal vez, cuando esté completa valga la pena ver, pero por ahora la tal ruta pasa por zonas de monte talado varias veces. Esto en sí puede ser interesante, pues este es uno de los primeros montes talados de Tasmania, y se pueden ver restos de cortes hechos a hacha, y otros hechos a sierra mecánica. En cierto modo, dentro de la corta historia de Australia, éste es un lugar histórico y un símbolo de la industria de Tasmania. Hay zonas designadas para pasear, pero parece ser que las rutas no están hechas aún, y todo el recorrido lo hemos hecho en coche. Esto parecía un safari más que nada, y lo que vimos no nos pareció realmente interesante. Nos gusta pasear, tocar, oler, hacer fotos de los lugares que pasamos.

El siguiente destino representaba un desvío de nuestra ruta hacia Devonport, pero pensamos que era la pena ir a verlo. Y realmente fue así. Son las cataratas de Liffey. Como las que vimos ayer, estas cataratas están entre bosques templados húmedos, y era un gusto ver los árboles viejos, grandes, robustos, rodeados de árboles-helecho. A cada paso uno se podría imaginar ver a Frodo, el hobbit del Señor de los Anillos, salir por detrás de un árbol. Y esta vez las cascadas son algo que también vale la pena ver.

Y ya, por fin, nos toca ir a Devonport, el puerto desde donde saldrá el barco de mañana por la mañana. Descubrimos que el pueblo, que no es muy grande, tenía casi todos los alojamientos llenos por los turistas y los que toman el barco, pero pudimos encontrar una cabina en un parque turístico a un precio de 100 dólares. Carísimo, pero por lo menos está al lado mismo del muelle y como el barco sale a las 9 de la mañana, mejor quedarse aquí.

Paro de escribir, que aun tenemos mucho que hacer para preparar el viaje de mañana, y nos tenemos que levantar temprano.

miércoles, diciembre 27, 2006

Bosques y campos


El día ha amanecido soleado. Parece un día ideal para pasear por la montaña, y eso es lo que hemos hecho hoy. El plan es hacer algunas de las actividades que no pudimos hacer en la ida. Ahora, en la vuelta, pasamos por los mismos lugares y tenemos más tiempo.

La primera parada es la cascada de Santa Columba. La cascada en sí no está mal, pero hay muchas cascadas parecidas en otros lugares. Lo especial de este sitio es el camino a la cascada. Tasmania tiene una vegetación única, y los bosques húmedos son algo que vale la pena ver. La senda atraviesa grupos de helechos. Pero los helechos de aquí son árboles de varios metros de altura. Más que helechos parecen palmeras. Caminando por entre ellos uno se imagina que el tiempo no ha pasado desde el período cámbrico, mucho antes de que los dinosaurios aparecieran. Y este bosque bien podría haberse formado entonces, y aún sigue aquí, un resto de tiempos pasados.

La segunda parada es la catarata de Ralph. Con más de 90 metros es el salto de agua más alto de Tasmania, pero como el otro paseo, la catarata es una excusa para dar un paseo por entre árboles antiquísimos. Es un bosque que no ha sido modificado por el hombre, y uno bien podría imaginarse encontrarse una criatura prehistórica a la vuelta de la esquina.

La tercera parada es un paseo muy corto por un bosque que yo diría que está encantado. Cada pocos metros hay un panel explicando la historia de la tierra, cómo los continentes estaban todos unidos, y cómo en cierto punto del pasado Australia se desgajó de la antártida y viajó, junto con Tasmania, separada del resto de continentes. Por este motivo la vegetación y fauna son tan diferentes. Y algunos de los árboles de este bosque, enormes, llenos de huecos y ramas torcidas, musgos, hongos y líquenes, aparentan tan viejos que uno diría que han vivido miles de años. Uno de ellos bien podría ser el padre de uno de los ents, los hombres-árbol que aparecen en el libro El Señor de los Anillos.

Intentamos visitar un museo de minería del pueblo de Derby pero estaba cerrado por vacaciones, con lo que seguimos adelante. Tras perdernos por el camino, conseguimos llegar a la plantación de lavanda que visitamos en la ida, justo antes de que cerraran, para que Mineko pudiera comprar bositas de lavanda. Y qué bien que olía el coche...

Seguimos por caminos, algunos de ellos sin indicaciones, pasando por pueblos fantasma que aparecen en el mapa pero no se ven por ninguna parte, tomando carreteras que no aparecen en el mapa, pero qué divertido que era ver el paisaje rural, vacas por todas partes.

Al final llegamos a nuestro destino, una zona de acampada con servicios pero sin ducha, como en la bahía de los fuegos. En este caso no es gratis, cuesta 3 dólares la noche. Casi nada por un lugar tan precioso, cubierto de césped a la orilla de un río tranquilo.

Y el cielo sigue sin nubes. Si sigue así, podremos hacer algo que no hemos podido hacer en este viaje: ¡ver las estrellas! En un cielo oscuro fuera de las ciudades se puede ver un espectáculo de estrellas, tan diferente de las que se ven en el hemisferio norte. Pero bueno, a ver si esta vez tenemos suerte y podemos verlas...

martes, diciembre 26, 2006

St Helens



Anoche cayó un aguacero. Verdaderamente ha sido una suerte que decidiéramos quedarnos bajo techo en vez de acampar. Y lo mejor de todo, esta mañana ha amanecido seco, sin lluvia.

Hoy hemos decidido intentar hacer piragüismo. Según nuestro libro guía, la bahía de St Helens es ideal para ello. Pregunto en el dueño de nuestro alojamiento, en la oficina de turismo, y en el hostal de mochileros ("backpackers"), y todos me dicen la misma compañía para alquilar piraguas. Esta compañía, "boats ahoy", se especializa en alquilar barcos de todo tipo, sobre todo yates para la gente que viene a pescar. Les llamo por teléfono y me dicen que tienen una piragua para dos, como queremos. Pero cuando llegamos al lugar vemos que la piragua es muy simple, más bien un trozo de plástico con dos asientos. La idea que teníamos era de hacer piragüismo con una piragua de largo recorrido, con timón y espacios estancos para almacenar cosas como la comida y las cámaras de fotos. Encima el tiempo no está de nuestra parte. Hace viento, y la bahía, aunque protegida, tiene olas lo bastante grandes como para dificultar la navegación.

Al final nos convencen para que usemos un fuera borda pequeño, de los que no requieren licencia de conducir. Es lo que llaman un "tinny" porque el casco es metálico. Es más caro, pero ya que estamos en ello, mejor que la piragua. Y allá que vamos, con nuestra barquita, cruzando la bahía. Nos damos cuenta que las olas en el centro y cerca del otro lado son más grandes de lo que pensábamos. Lo bastante como para hacer difícil el manejo de la barca, y convertir este paseo en una aventura. Mineko, que es la primera vez que pasea en una barca de este tamaño tan pequeño, está muerta de miedo y se agarra a la barca con las dos manos y el corazón. Al final llegamos a una playa sin ningún contratiempo y paramos a comer y descansar de la tensión del viaje. El tiempo pasa que vuela, y tenemos que devolver la barca. Por suerte, o tal vez porque ya estamos acostumbrados, el volver es más fácil, y hasta es agradable. Llegamos al punto de salida contentos de estar en tierra, y con la idea de no volver a alquilar un fuera borda en nuestra vida.

El resto del día lo pasamos paseando por aquí y por allá, en varias playas del lugar. Las playas son preciosas pero están más pobladas, quizás porque están más cerca de St Helens, o tal vez porque es el primer día después de Navidad y empiezan las vacaciones de verano para el resto de la gente. A partir de ahora nos será más difícil encontrar sitios despoblados, y puede que tengamos problemas para encontrar alojamiento. ¡Llega la temporada loca de vacaciones!

Hoy ha sido el último día en la costa este. A partir de mañana empieza el viaje de vuelta a Sidney. Un viaje que aún nos puede deparar sorpresas, pues pensamos volver por un camino distinto, más corto pero con más paradas pues pensamos visitar a unos amigos en Camberra. Pero aun quedan varios días por delante antes de llegar a Camberra.

lunes, diciembre 25, 2006

La Bahía de los Fuegos






Han pasado dos días desde mi última entrada. Anoche no pude escribir por culpa de la langosta... pero de eso hablaré más tarde.

La noche de ayer transcurrió sin incidencias. El pademelon no hizo ninguna travesura, pero le oímos varias veces. O eso creímos, la noche siguiente nos dimos cuenta que había más visitantes nocturnos, pero ya hablaré de esto a su tiempo.

Durante la noche hubo alguna que otra llovizna, y la mañana amaneció lloviendo. Vamos, que no era un día ideal para acampar. Decidimos ir a St Helens a desayunar para evitar tener que preparar el desayuno en la lluvia. Aprovechamos para comprar comida para ayer y hoy, que las tiendas estarán cerradas el día de Navidad, tomar una ducha caliente, y sin darnos cuenta se nos hizo mediodía. El día empezó a mejorar, y para el mediodía hacía un sol espléndido, con lo que nos decidimos por volver a la playa a dar un paseo. El plan era conducir hasta el pueblecito costero llamado "the Gardens", y desde allí caminar a lo largo de la playa, que es una reserva marina. Poco antes de llegar a the Gardens vimos una señal que indicaba Ansons Bay, sin decir la distancia. Supuse que este sería el camino para la playa que está detrás de the Gardens, y lo tomé. Varios kilómetros más tarde a través de un camino forestal sin asfaltar y lleno de baches, piedras y ramas sueltas nos damos cuenta que tal Ansons Bay está mucho más lejos. Resulta ser el lugar que pensaba visitar al día siguiente, pero aun así decidimos seguir y hacer hoy lo que ibamos a hacer mañana.

Algo así como una hora más tarde llegamos a la bahía. Llegamos a la zona de desagüe de un lago, y quedamos sorprendidos por la pura belleza del lugar. Es un lugar donde hay gran cantidad de agua, olas, arena, dunas, rocas, vegetación, aves, estrellas de mar, medusas, mejillones, caracolas, y lo mejor de todo, casi sin gente, sin tráfico, incluso sin aviones que vuelen por lo alto. Algo idílico. Y además, el tiempo acompañaba. Un poco de viento, pero sin lluvia. Caminamos por la arena, donde disfrutamos de la soledad, las aves, las olas, las criaturas en las rocas a medida que la marea bajaba, y el tiempo se paró. Allí estábamos, sin nadie más, rodeados de la naturaleza en su más pura belleza.

Al final tocó volver al coche, y de vuelta al camping. Ese día no comimos por la tardanza en llegar al destino, y luego, al llegar, simplemente queríamos caminar y disfrutar del lugar.

De vuelta al camping empezamos a preparar la cena de Nochebuena. En St. Helens compramos una de las especialidades, langosta, ya cocida y cortada en dos. Preparamos una ensalada, y empezamos el atracón. La langosta era enorme, más grande de lo que pensamos cuando la compramos, y estaba deliciosa. Pero no teníamos utensilios para comer la carne de la cabeza y las patas, y nos pasamos un buen rato quitando la concha, poco a poco, disfrutando de cada rincón de la langosta.

Al acabar la langosta era tan tarde y estábamos tan cansados que nos fuimos directamente a dormir. Poco antes de acostarnos vimos a un nuevo visitante, un pósum, más grande que los que vienen a visitarnos en Sidney, y más en su ambiente. Así da gusto verlos, comiendo su comida natural, y no los tomates y las uvas de nuestra terraza. A propósito, me pregunto cómo estarán las plantas...

Durante la noche oímos al pósum y alguna que otra criatura, pero nada de tráfico ni ruidos de gente, así da gusto dormir. Pero llegó una tormenta de lluvia que no me dejó dormir, en parte por el ruido, en parte por la preocupación de qué hacer si llueve al día siguiente.

Al día siguiente, es decir esta mañana, por suerte, el día amaneció seco, con lo que pudimos desayunar y desacampar con facilidad, y nos pasamos todo el día caminando aquí y allí, en varias playas casi desiertas, buscando entre las conchas, y haciendo gran cantidad de fotografías. Estas playas son muy fotogénicas, y con este tiempo, con sus nubes tan atractivas, más. Lo mejor de todo es que llovía en la distancia, pero no donde estábamos nosotros. Así da gusto.

Cuenta nuestro libro guía que esta zona se llama la bahía de los fuegos porque, cuando llegaron los primeros exploradores europeos, la bahía estaba llena de hogueras hechas por los indígenas. Los indígenas venían a estas playas a disfrutar de sus frutos del mar, y lo mismo hacen los locales ahora. Este lugar es un centro pesquero comercial y turístico. La gente ha cambiado, pero no las actividades.

No hay mucho que contar hoy, solamente que disfrutamos como críos de las playas, y buscamos posibles rincones donde podríamos bucear en nuestro próximo viaje... porque volver, volveremos. Vimos en un mapa que estaba en el acuario de Bicheno que, todos los años, entre Enero y Marzo, llega una corriente de agua cálida desde el continente Australiano. Con lo que, la próxima vez, vendremos en Febrero.

Escribo desde el apartamentito que hemos alquilado por dos días, mientras escucho el mensaje navideño de la reina. Por que sí, Australia tiene reina, la reina de Inglaterra, Escocia, Gales, y algún que otro país más, Australia incluída.

Fuera está lloviendo otra vez. Hay que ver qué suerte que hemos tenido con el tiempo hoy. A ver si mañana tenemos la misma suerte...

Y a propósito, ¡feliz Navidad!

sábado, diciembre 23, 2006

Vuelta a St. Helens



Esta mañana no teníamos muy claro adónde ir. El tiempo es bastante frío y ventoso, no apetece ir a la playa, y me parece que en este viaje no vamos a ir. Hemos traído dos tablas de bodyboard, que ocupan bastante espacio en el coche, y a este paso vamos a volver sin usarlas.

La primera parada es en Bicheno mismo, en el acuario en la punta del cabo. Es un acuario diminuto, pero que tiene animales marinos locales, que incluyen ¡tiburones! Mejor no bucear, por si acaso... lo curioso son los huevos de tiburón, ver la foto. También hay langostas, que son enormes, de varios kilos de peso cada una, y caballitos de mar. Los caballitos no son de la zona pero son muy monos de ver. Total, que ya que no vamos a bucear, por lo menos hemos visto algo de la fauna marina.

De vuelta a St Helens paramos aquí y allá, con la vana esperanza de que el tiempo mejore pero nada, la temperatura apenas llega a los 15 grados, y el viento hace parecer que hace más frío. Y es hora de plantearse qué hacer esta noche. La idea era acampar en la bahía de los fuegos, pero con este frío, muchos fuegos tiene que haber en la bahía esa para estar calentitos.

Pero al final nos decidimos por lo menos ver la zona de acampada. A medida que llegamos empieza a caer una llovizna, hay que ver, todos los elementos se empeñan en que no acampemos. Pero al final decidimos acampar. Es una zona de acampada libre. No hay agua pero por lo menos hay retretes. Estamos al lado de la playa, se oyen las olas, y lo mejor de todo es que hay muy poca gente. Claro, con el tiempo que hace...

Acaba la llovizna, montamos la tienda, y hasta el viento se para. El tiempo parece mucho mejor, tal vez ha sido una buena idea el acampar. Mientras montamos la tienda vemos a un pademelon (una especie de cangurito) mirándonos curioso. Esto parece que nos va a gustar.

Ahora es de noche, mientras escribo estas notas oigo algo fuera. Me parece que es el pademelon, que ha vuelto. Menos mal que hemos dejado la comida y basura dentro del coche...

viernes, diciembre 22, 2006

Bicheno




Hoy ha sido un día tranquilo. Ya tenemos alojamiento asegurado para esta noche, podemos disfrutar del día. Si el tiempo es bueno podemos ir a la playa. Si no... bueno, algo habrá. Por lo pronto el día es bastante malo. El mar está peor que ayer, y el cielo está muy nublado. Se supone que hará calor, pero por ahora no se nota. Por lo pronto, por la mañana mejor no ir a la playa. En vez de eso tomamos el coche y viajamos a la península de Freycenet, donde nos han dicho que se alquilan piraguas.

Llegamos a la península, pero el día se ha tornado ventoso, y la verdad es que tampoco apetece ir en piragua. Decidimos caminar por la bahía de las ostras, y nos damos cuenta que el nombre tiene mucho sentido. La playa está llena de conchas de ostras, todas abiertas por supuesto. Pero con tanto ver ostras nos entran ganas de comerlas, y decidimos ir al criadero cercano. Allí compramos una docena de ostras y una ración de mejillones al vapor. Las ostras estaban deliciosas, mucho mejor que las que comimos hace un par de días, y casi como las ostras que comí en el Japón hace un par de años. Y los mejillones, casi casi son como las clotxinas que solía coger en Gandía con los tíos, primos y hermanos. ¡Eso si que eran mejillones! No habrá nada que supere a los mejillones de Gandía, sobre todo porque se han grabado en mi memoria y su sabor ha ido mejorando en mis recuerdos con los años, como un buen vino. Pero estos que he comido hoy se acercan bastante.

Después del banquete fuimos a pasear a la playa de las nueve millas. A mí me parece que es más larga de lo que dice el nombre, pero como fuimos en coche, sin problemas. Al final de la playa paramos a dar un paseo. Este lugar, tan cercano del criadero de ostras (uno o dos kilómetros en línea recta) pero tan remoto a la vez (para llegar por tierra hay que recorrer unos treinta kilómetros), es un trozo de paz, calma y tranquilidad. Aquí estamos, Mineko y yo y casi nadie más, rodeados de playa, arena y agua, y animales. Por lo pronto, la playa está a rebosar de cangrejos pequeñitos y esquivos. Se ven en la distancia, pero en cuanto te acercas los cangrejos se esconden en la arena. Los pájaros parece que ni se molestan en tratar de cazarlos, pues las gaviotas pasan de largo. En este lugar pasamos varias horas, perdí la cuenta, viendo el espectáculo formado por los cangrejos, el mar que lentamente se reduce por la marea, los bancos de arena que poco a poco aparecen, creando puentes de tierra que podemos atravesar sin mojarnos más que hasta la rodilla, las nubes formando dibujos y formas que animan a buscar interpretación... y el tiempo, que pasa pero que no se nota pasar. Esto son las vacaciones.

De vuelta a Bicheno, y tras cenar bocadillos de salmón de Tasmania ahumado (lo que se supone que sería la comida hasta que decidimos ir al criadero de ostras), vamos otra vez a ver a los pingüinos. Esta vez el tiempo es mejor y se ven más pingüinos, pero desgraciadamente varios de los que observan usan linternas potentes que asustan a los pobres pingüinos. Mineko se anima a avisar a un grupo cercano, pero ellos, impertinentes, dicen que son lugareños y "saben" que no molestan a los pingüinos. Nosotros vemos que, cuando se les alumbra con la luz, los pingüinos corren despavoridos en todas direcciones, sin ver bien, deslumbrados por la luz. Al final, no sé quién tiene más estrés, si los pingüinos o si nosotros por ver lo que está pasando.

Pienso que en este pueblo falta más información para los turistas y los lugareños. La verdad es que no vi ninguna señal diciendo que se evite enfocar a los pingüinos con la linterna, aunque en otros lugares, como en Nueva Zelanda o en otras partes de Tasmania, la gente está más concienciada por el bienestar de estos pobres animalitos que, por desgracia para ellos, comparten vivienda con los humanos.

jueves, diciembre 21, 2006

Siguiendo la costa



Dada la dificultad que tuvimos ayer para encontrar alojamiento, hoy hemos decidido preparar la estancia de este día y los siguientes. Ahora que estamos en la costa este, nuestro destino, podemos reservar varias noches. El tiempo se supone que será bueno hoy, con lo que tal vez podremos hacer algo de buceo.

Nos pasamos toda la mañana mirando aquí y allá, sin decidirnos dónde quedarnos. El tiempo no mejora, apenas llega a los 20 grados, y está todo nublado. Así no apetece ir a la playa, con lo que al final decidimos posponer la playa. En vez de quedarnos en St. Helens, iremos a Bicheno, un pueblo más al sur y con más atracciones. Antes de salir de St. Helens aseguramos alojamiento en un apartamento de alquiler. Por 65 dólares diarios tenemos un apartamento minúsculo, pero completo con cocina y lavadora. Reservamos el 25 y el 26. O sea, que las navidades las pasaremos aquí.

Tomamos la carretera hacia el sur, bordeando la costa. Pronto vemos las primeras trazas del incendio que está asolando la parte este de Tasmania. Tasmania no tiene muchos incendios, pero ha habido una serie de temporadas secas, y este año ha sido especialmente seco. Une a esto una oportunidad, una chispa, un relámpago, no sé, y el incendio está servido. La vegetación del este de Tasmania es tan pirófita como la del resto de Australia, y el resultado es un incendio que se sigue sin controlar.

Mientras pasamos la zona arrasada por el fuego una llovizna fina saca un poco de humo de los restos de la ceniza. Al fondo vemos un grupo de surfistas en la playa, mientras en primer término se ven los restos chamuscados del incendio. Y hay varias casas, intactas por el esfuerzo de los dueños y los agentes de bomberos, pero rodeadas de árboles quemados. Otras casas están completamente chamuscadas. No quisiera haber estado en la piel de los dueños.

Una vez en Bicheno vamos al mismo lugar donde fuimos en nuestro primer viaje a Tasmania, en busca de alojamiento. El dueño ha cambiado, pero el lugar sigue igual. Es una serie de cabinas en la ladera de una colina con vistas al mar, muy tranquilo y sin tráfico cerca. Tienen una habitación con literas (las habitaciones con cama de matrimonio ya están tomadas), y hay una cocina común. Reservamos dos noches, pensamos visitar varios lugares cercanos a Bicheno, y quién sabe, igual podemos bucear aquí también. Pero el día sigue tan poco apetecible como antes, esperemos que mejore para mañana.

Pero el momento clave, por el que realmente queríamos venir a Bicheno, es al anochecer. Hay una colonia de pingüinos, y todos los días, después de ponerse el sol, vuelven del mar y atraviesan las rocas cercanas para llegar a sus nidos. Hay incluso señales de tráfico que avisan de pingüinos en la zona. Y allí que fuimos, a ver a los pingüinos. Llegamos al anochecer, pero hay todavía demasiada luz, tenemos que esperar. Algo así como una hora más tarde los primeros pingüinos salen del agua. No es aún noche cerrada, y los pingüinos se pueden distinguir entre las rocas. Llegan más pingüinos, y más, y más. Pronto la zona está toda llena de pingüinos, unos pingüinos pequeños, que llegan a sus nidos escondidos más allá de las rocas, donde son recibidos con mucho alboroto por sus compañeros/as que esperan expectantes su llegada. La noche se hace más cerrada, los pingüinos se adivinan por sus sombras, y pronto se oye multitud de alboroto por el recibimiento al llegar a sus nidos.

Ha sido una noche especial, pero su magia ha estado interrumpida por otros turistas que usaban antorchas para ver a los pingüinos. Tal vez no sepan que la luz molesta a los pingüinos sobremanera, o tel vez no les importe. Nos daban ganas de correr y quitarles las linternas, pero claro, el hacer eso molestaría a los pingüinos más aún.

Cuando ya pasaron todos los pingüinos volvimos en coche siguiendo la carretera de la costa. Durante el camino fuimos lentamente, pues los pingüinos habían invadido la carretera y teníamos que parar cada dos por tres para darles paso. Entonces nos dimos cuenta que las señales de tráfico no estaban de adorno.

miércoles, diciembre 20, 2006

Día fantasma


Hoy ha sido un día fantasma. Os cuento. La experiencia del albergue juvenil nos gustó bastante como para intentar repetir en otro lugar. Tomamos nota de un albergue situado en una granja en la campiña del noreste de Tasmania. Según nuestro viejo "Lonely Planet", y digo viejo porque este libro de viaje data del año 1999 cuando lo compramos para nuestro primer viaje a Tasmania, vale la pena pasar noche en este lugar remoto.

Pero antes de ir a ese lugar tenemos varias cosas que hacer. Primero, visitar la plantación de lavanda, que se precia de ser la más grande del hemisferio sur. Debo de decir que muchos de los superlativos que se usan en Australia son "el ... más ... del hemisferio sur", con lo que no es tan sorprendente. La razón por la que queríamos ir era para compararlo con Furano, un pueblecito del Japón, cerca de Asahikawa, la ciudad de Mineko, que es famoso en Japón por su plantación de lavanda. Nos costó encontrar la carretera de la plantación, y cuando llegamos la verdad es que era impresionante pero no demasiado. Las heladas de esta primavera han afectado las flores de este año, y los colores no eran muy espectaculares.

Después, intentamos encontrar el pueblo de Golconda, donde un mapa que vimos en Bridport ponía un símbolo de mina, y pensamos que tal vez se puede visitar la mina, o buscar oro (que hay oro en estos parajes) u otros minerales. Pero tras ir de aquí para allá, no encontramos del pueblo más que una señal, pero no había ninguna casa. Parece un pueblo fantasma. Al final desistimos y decidimos ir al siguiente destino.

El siguiente destino son las cataratas de Cucú ("Cuckoo falls"). El plan no es visitar las cataratas, pues para llegar a ellas hay que caminar varias horas, pero hacer una parte de la caminata, que atraviesa bosque primeval. Pero, otra vez, encontrar el camino no es tan fácil. Encontramos la carretera de Cucú, pero tal carretera no lleva al poblado de Cucú tal y como dice el mapa. Al final volvemos a la carretera principal y probamos el siguiente desvío. El desvío indica la dirección de las cataratas de Cucú, y al final encontramos el sendero a tomar. Lo curioso es que, según nuestro mapa, el camino atraviesa el poblado de Cucú, pero éste parece ser otro poblado fantasma. Pero bueno, hicimos unos 40 minutos del sendero (se estaba haciendo tarde para hacer más), a través de helechos gigantes y siguiendo un riachuelo en medio de un bosque de fantasía. Lástima de no tener tiempo de hacer más.

Por fin toca buscar el albergue juvenil. Llegamos a la zona indicada en el "Lonely Planet", pero el libro no dice la dirección exacta y no vemos señal alguna de la granja albergue. La zona tiene multidud de granjas pero todas parecen privadas. Volvemos al poblado de Derby, donde hay una indicación con la dirección exacta. Seguimos la indicación y llegamos a una granja pero no tiene señal alguna. Llamamos a la puerta, y los dueños nos dicen que compraron la granja hace dos años y ya no es albergue. ¡Y aún sigue su nombre en la lista de albergues! Ahora toca buscar otro lugar donde dormir, pero ya es está haciendo tarde, y esta zona es muy poco turística.

Al final llegamos, hora y media más tarde, a St. Helens, el pueblo que sería nuestro destino mañana. Pero es que no hubo manera de encontrar nada a precio razonable para nostros. Total, que más o menos hemos decidido adelantar la visita a la costa. Llegamos al primer motel, donde decidimos quedarnos. ¡Por fín! Ya es tarde, más de las 8, y en el restaurante del motel nos dicen que acaban de cerrar pero que pueden aun cocinar algo. Nos dicen que todos los restaurantes del pueblo cierran a las 8, con lo que aceptamos su oferta y cenamos salchichas con puré de patatas. Algo es algo.

Este día ha sido intentar encontrar lugares fantasmas. Veremos qué nos depara mañana.

martes, diciembre 19, 2006

A través del estrecho




Ayer no pude escribir en el diario, con lo que hoy toca escribir por dos días.

Ayer por la mañana amaneció con niebla, una niebla especial. El humo de los incendios cubría todo el lugar, y el aire olía a quemado. La mujer al cargo del motel nos contó que eso está ocurriendo muy a menudo estos días, y teme que estas navidades no hayan muchos turistas por esa razón.

Salimos camino a Melbourne, a través de un paisaje fogoso. Tenemos que estar en Melbourne a las 6, y hay más de trescientos kilómetros por delante. Decidimos tomar el camino más largo, bordeando la costa, en parte para evitar los humos de los incendios. Descubrimos que la carretera es sorprendentemente buena, con unas rectas largas, interminables, y sin tráfico. La carretera es otra vez para nosotros. Es una zona solitaria, apenas sin casas, a través de un paraje rural.

Paramos a comer en lo que pensamos que era un puerto pesquero cuando miramos el mapa, pero realmente era un muelle abandonado en medio de una bahía casi despoblada. Un lugar precioso, lástima que no tuviéramos tiempo para disfrutarlo más. Por suerte teníamos algo de comer (las sobras que aún nos quedaban de Sidney), y disfrutamos del lugar, comentando que un sitio como éste, si estuviera más cerca de Sidney o Melbourne, estaría lleno de barcos de recreo y motos acuáticas. Mejor así. Solamente es una lástima que el muelle lo hayan cerrado por falta de mantenimiento, y es posible que al final lo tengan que derribar.

De vuelta al coche, cada vez más cerca de Melbourne. Rápidamente el tráfico aumenta, hasta llegar a la zona metropolitana a las cinco y media, hora punta de un lunes. Tenemos que llegar antes de las siete, una hora y media a través de un tráfico que puede ser densísimo si tomamos la calle errónea, en una ciudad que no conocemos.

Descubrimos que conducir por los suburbios de Melbourne es más fácil que en Sidney. La estructura de Sidney es caótica, pero aquí en Melbourne es muy clara, las calles se entrecruzan regularmente como en Barcelona, y no hay pérdida. Llegamos a las 7 menos cuarto, un poco justos pero con tiempo. ¡Qué descanso!

El barco tiene unas 10 plantas, con camarotes, restaurante, etc. Nosotros vamos a lo barato pero no a lo más barato. En vez de camarote dormiremos en un sillón, pero el sillon es "business class". Descubrimos que la diferencia no es tan marcada como en el "business class" de los aviones (no sirven cena, para empezar) pero bueno, el lugar está menos lleno que en los sillones "turista" y, mientras que los "turistas" no tienen acceso a ninguna ventana, nosotros estamos en la popa, con amplias vistas al mar.

Y por supuesto todo el mundo puede usar el restaurante, sala de juegos, y demás. Descubrimos que el restaurante está lleno y tenemos que esperar hasta las 9 y cuarto, que ya es tarde para las horas normales de cenar en estos lares. Accedimos a pedir reserva, y bien que hicimos. La cena fue fenomenal, y no demasiado cara teniendo en cuenta que estamos en un barco con un único restaurante.

Pero los sillones de dormir no son realmente cómodos, yo diría que menos cómodos que un asiento de avión (que ya es decir), y apenas dormimos. Encima, uno de los viajeros tuvo un mareo y oíamosle vomitar no demasiado lejos de nosotros... ¡puaj!

Vamos, que la aventura del barco no fue verdaderamente agradable. Y teniendo en cuenta lo caro que es, nos lo pensaremos más de dos veces antes de repetir. Por lo menos, la vuelta será durante el día y no tenemos que dormir.

Llegamos a Tasmania soñolientos y con hambre. Empezamos a conducir, apenas sin dirección otra que ir camino a la costa este, nuestro destino en este viaje. Encontramos una atracción, un jardín laberinto que sirve comidas, y ¡por fin! desayunamos. Luego seguimos hacia el este. En el camino encontramos una criatura especial, ¡un equidna! Este animal se parece a un erizo con pico, y descubrimos que es muuuy lento y torpe. Parece ser que los equidnas no pueden correr, y tenemos tiempo de sobra para acercarnos y tomar fotos. En una ocasión el equidna pretende esconderse entre los arbustos, pero aun así se puede ver claramente. Un animal monísimo, qué encuentro más divertido.

Llegamos a Georgetown, donde no pudimos resistir tomar una siesta y recuperar algo del sueño. Total, que se nos hace la una y media y aun sin comer.

Georgetown es un pueblo histórico. Es el tercer pueblo más antiguo de Australia, y hay una casa histórica con restaurante. Entramos en el restaurante y la camarera se nos acerca vistiendo un traje del siglo pasado, toda sonriente y habladora. ¡Ah, sí, la hospitalidad de Tasmania! ¡Qué recuerdos tan buenos que tenemos de la otra vez que vinimos aquí!

Dormidos y comidos, ya podemos empezar a disfrutar de la isla. Paramos en Bridport, un pueblecito en la costa norte, que se supone que estará lleno de turistas la semana que viene, cuando llega la temporada ala, pero esta semana sigue siendo un pueblo dormido y tranquilo. Acabamos en el albergue juvenil, donde cuando llegamos había un cartel que decía "he salido a dar un paseo a las tiendas. Escoja su habitación mientras tanto". Eso hicimos, el lugar estaba casi vacío, solamente una habitación estaba ocupada. Cuando llega el encargado descubrimos que la habitación cuesta 50 dólares. No tan barato como en Lakes Entrance, teniendo en cuenta que esto es un albergue juvenil y no sirven desayuno, pero la verdad es que no será fácil encontrar algo que bata ese precio en cuestión de habitaciones dobles...

domingo, diciembre 17, 2006

Cruzando la frontera


La mañana amanece sorprendentemente tranquila después del concierto de anoche. Mi intención era ir a ver la salida del sol, pero nada, dormí demasiado, otra vez será. Al final salimos del hotel más bien tarde, a las 10 y veinte, y nos pasamos la mañana conduciendo de aquí para allá siguiendo la costa. Es la costa del zafiro, una zona con muchas lagunas de agua de mar donde aprovechan para criar ostras. Al final, tras mucho mirar, paramos a comer ostras en una factoría, un poco turística pero las ostras estaban deliciosas. ¡Por fín, ostras! A la gente de Sidney les gusta las ostras rebozadas y con bacon. Mineko y yo las preferimos al natural, crudas, sin nada que les oculte su sabor delicado, simplemente con un chorrito de limón. Las ostras de esta zona son más bien pequeñas, tienen un sabor un poco salado por el agua del mar, y no necesitan de ninguna salsa ni adorno.

Después de la comilona de ostras toca conducir al siguiente destino. La carretera cruza la frontera, atravesando un bosque enorme de eucaliptos de todos los tamaños, y sin un alma. La carretera es toda para nosotros. A medida que entramos en Victoria, el estado de Melbourne, entramos en una tenue nube de humo. Es la señal de que nos acercamos a uno de los incendios supergigantes que están arrasando varias partes de Australia. El incendio está a varios cientos de kilómetros tierra adentro, pero el humo llega hasta aquí.

Acabamos en una zona de lagos en la costa sur de Australia, en el poblado Lakes Entrance. Es una especie de centro de turismo regional, donde encontramos un motel muy barato, 45 dólares australianos para una habitación con cama doble y dos literas, desayuno incluído, y con dólares de descuento para la cena del club de "bowls" local. Llegamos al club a la puesta del sol, un sol rojo y tenue por el humo del incendio lejano. La cena fue más bien insípida, pero barata. No tan buena como la de aquel club de la costa del zafiro.

sábado, diciembre 16, 2006

Viaje a Tasmania, primer día


Bueno, eso de viaje a Tasmania es todavía un decir. La primera parte consiste en llegar a Melbourne en coche, bordeando la costa. Este es el primer día del viaje, más o menos aburrido, pues esta parte de Australia ya la hemos visitado. Lo único que vale la pena destacar es el pueblo de Kiama, que tiene un "blowhole", un agujero en las rocas que cuando el mar está un poco agitado se convierte en un surtidor de agua espectacular. Las otras veces que lo hemos visitado el mar estaba muy tranquilo, pero esta vez el surtidor echaba agua a varios metros de altura. Y lo mejor de todo es el ruido de las olas al pasar por entre el agujero.

Pero es interesante ver cómo la carretera se hace cada vez más estrecha y con menos tráfico, hasta que por fin el paisaje se hace rural, a través de bosques de eucaliptos por aquí, o a través de campos de ganado vacuno por allá.
La intención era pasar noche en unas cabinas que encontramos en un viaje anterior. Era un lugar más o menos barato, al lado de la desembocadura de un río, muy tranquilo, y lo mejor de todo, el club de al lado servía unas ostras deliciosas.

El tal club es un club rural de "bowls", que es un juego muy parecido a la petanca y al que los jubilados son tan aficionados. En ese club sirven comidas baratas, como en la mayoría de clubes deportivos, y como esta zona está rodeada de criaderos de ostras, eran la especialidad de su comedor.

El problema es que no me acordaba del lugar exacto. Mirando en el mapa me pareció reconocer el lugar, y allí que fuimos. Después de siete horas de viaje (es que conduzco lento y paramos en tres lugares para hacer fotos) llegamos al lugar y descubrimos que no era ése. Al final llegamos a la conclusión de que habíamos pasado el lugar, y en vez de volver atrás (y tal vez no encontrarlo) seguimos adelante, hasta el pueblecito de Bermagui. Acabamos en el hotel del lugar, lugar de reunión de los lugareños y, siendo sábado, con actuación en directo, esta vez de rock.
Y aquí estamos, en la habitación, donde cenamos los restos de comida que hemos traído de casa (delicioso, comida japonesa cocinada por Mineko esta mañana), al compás de música de Chuck Berry y Dire Straits. ¡Oh yeah!

viernes, diciembre 15, 2006

Hasta el año que viene


Nos vamos de viaje, esquivando incendios, en busca de un lugar apartado y solitario perdido en Tasmania. Espero que el resto de Australia no piense lo mismo que nosotros, que igual Tasmania se hunde del peso.

Vale, felices navidades y próspero año nuevo. La foto es idea y obra de Mineko, con la ayuda de un transeunte al que convencimos de que nos fotografiara.

jueves, diciembre 14, 2006

Las vacaciones a la vuelta de la esquina

Vacaciones de verano, ¡por fin! Este año me tomo las vacaciones un poco antes. Los exámenes acaban de terminar, no me queda más que hacer, solamente preparar el viaje. El plan es tomar el coche y conducir adonde las ruedas nos lleven. Eso sí, tenemos que llegar a Tasmania. Ya hemos comprado el billete del barco que conecta Melbourne con Tasmania. Salimos dentro de dos dias, y recorreremos la costa hasta llegar a Melbourne. De allí tomamos el barco, y seguimos por Tasmania.

La otra vez que fuimos a Tasmania nos entusiasmó enormemente, sobre todo la zona del noreste. El noreste es una zona no muy visitada, y tiene su encanto. La zona de la bahía de los fuegos fue especial, pero solamente estuvimos un dia. Esta vez tenemos pensado quedarnos una semana.

Llevaremos las gafas de buzo, aletas, tablas de bodyboarder, cámaras de foto, tienda de campaña... aun no tenemos claro si nos cabrá todo en el coche... ¡lo sabremos dentro de dos días!

El problema más grande será el evitar los fuegos. Estos días Australia está ardiendo por todas partes. El verano ha empezado pronto y con mucho calor, y las plantas australianas son especialmente pirófitas. El resultado de esto es una oleada de incendios que está arrasando zonas muy cercanas a lo que queremos visitar.

Bueno, a ver si el fuego nos deja algo que podamos ver.

Así que...

Hasta el año que viene, ¡y que disfrutéis de las vacaciones de Navidad!

miércoles, diciembre 06, 2006

En el mar



La carrera ha empezado. Me pongo las gafas de nadar y corro al agua entre la gente de mi grupo, los gorros morados. Enfrente están las olas amenazadoras, cuesta incluso entrar en el agua sin que las olas te expulsen fuera. Pero usando las técnicas que aprendí en los entrenamientos, me echo al agua y me agarro a la arena del fondo cuando llega una ola con fuerza. Así, poco a poco, entro más adentro. El agua está caliente y vibrante, con vida propia.

Durante los primeros metros, más que nadar lo que hago es evitar que las olas me arrastren. La gente a mi alrededor tiene sus problemas para avanzar. Yo sigo con mi empeño, mar adentro, donde las olas son cada vez más grandes.

La primera boya está enfrente, moviéndose al compás de las olas que furiosamente rompen contra ella. Tras mucho esfuerzo consigo llegar a la boya, y un poco más allá las olas ya no rompen. Estoy en aguas profundas, ya no hay peligro de que una ola me arrastre de nuevo a la playa, ahora toca el turno de nadar rítmicamente y controlando la respiración.

Bueno, eso de controlar la respiración es un decir. Las olas no me dejan coger el ritmo, y peor aún, no me dejan ver dónde está la segunda boya. Pero puedo ver a otros nadadores y me decido a seguirlos. Si me pierdo, nos perdemos todos juntos.

Por fin las olas se convierten en una especie de mecedora, y puedo nadar controlando la respiración, rítmicamente, mar adentro, en busca de la segunda boya. Nado lento, y pronto el grueso de mi grupo se pone por delante. Estoy solo, en el mar. Pero no tengo miedo. Quizás porque sé que, aunque no los vea, los de salvamento están cerca, vigilantes. Quizás porque el mar está tan turbio que no veo ningún ser vivo debajo de mí. Me consuela pensar que los tiburones no se acercan a la costa en días fríos como este, o por lo menos eso me gusta creer.

Por fin aparece la segunda boya. Me da la impresión que nado más rápido que en los entrenamientos, porque en unos instantes la boya se queda atrás, mecida por las olas. Sigo nadando, hacia adelante, intentando tomar la estela de los que me adelantan. Pero sin suerte, ¡nado demasiado lento!

Pronto llega la avanzadilla del grupo siguiente, el de los gorros verdes. Los primeros nadan como torpedos, es asombroso lo rápido que llegan a nadar. Yo, a mi paso, que tarde o temprano llegaré.

Mi primera alegría llega cuando descubro gente del grupo anterior al mío, y los adelanto. ¡Si hasta nado más rápido que alguien!

Las olas se hacen más grandes, me estoy acercando a la punta del mirador. Más que un mar esto parece una montaña rusa. Las olas tan grandes me impiden ver la siguiente boya. No veo incluso la gente a mi alrededor. No hay salvavidas, nadie. Y el ejercicio empieza a cansar. No sé si habré llegado al primer kilómetro, pero el esfuerzo de nadar contra las olas se empieza a notar. Estoy desorientado, perdido, cansado.

De repente, ¡zas! siento como si un alambre al rojo vivo me golpea un brazo, después una pierna. ¡Una medusa! Por el dolor de la picadura debe de ser una "blue bottle", una botella azul. Es una medusa pequeña pero con tentáculos de varios metros. La picadura es muy dolorosa, y es la razón principal por la que llevo puesta la camiseta. Doy gracias a la camiseta, pues la medusa solamente me ha tocado el brazo y la pierna, pero ¡cómo escuece! No tengo claro si la medusa se me ha enganchado, si es así no habrá manera de quitármela sin tocarla, y mi carrera termina aquí, antes de llegar a la mitad del recorrido. Me miro los brazos y piernas y no veo nada. El dolor persiste, pero parece ser que la medusa se ha ido.

Intento seguir nadando siguiendo el ritmo, pero la interrupción que ocasionan las olas y el escozor de brazo y pierna me lo ponen difícil. Y encima sigo sin saber dónde está la siguiente boya. Y ahora, ¿qué hago?

Me adelanta un gorro verde, y otro, y otro. Y por fín veo la boya a lo lejos, entre las olas. Ahora sé por dónde ir. Me siguen adelantando gorros verdes, la parte principal del grupo está a punto de adelantarme. Y esto me da más ganas de seguir. Yo que creía estar solo, de repente estoy en medio de multitud de gente. Hay tanta gente que algunos me arrollan con su empuje, y cuando llego a la boya, más que un mar esto parece la piscina de Dee Why. Menuda carrera de obstáculos. Resulta que esta es la boya principal, la que marca el final del cabo donde está el mirador. Ahora hay que girar a la derecha, y todos los nadadores toman la boya como referencia. Cómo la veían, no lo sé, pero todos coinciden aquí y luego giran a la derecha. Yo hago lo mismo.

Ahora todo ha cambiado. Las olas dan de lado y no de frente. El empuje me hace ir hacia el acantilado, y de vez en cuando tengo que corregir mi trayectoria para no desviarme. Pero por lo menos se ven las otras boyas, y a lo lejos se ve la playa de Bronte, el destino.

Sigo nadando, más cansado, y con más dificultad por las olas. Como dan de lado, no me dejan tomar aire como quisiera. El mar sigue turbio, no se ve nada. Esta es la zona en la que esperaba ver la fauna marina, pero aquí no se ve nada.

El cansancio causado por las olas empieza a hacerme difícil avanzar, pero ahora estoy a mitad de camino. No hay vuelta atrás, hay que seguir. Pero ¿cómo? La respuesta me viene por delante, cuando adelanto a alguien que va más lento que yo porque nada a braza. Si él lo hace, ¿por qué no yo? Cambio a braza, y esto me da fuerzas. Nadar a braza es mucho más relajado, aunque se vaya lento. Pero a mí me parece que estaba tan cansado que nadando a braza iba más rápido.

Y así sigo, cambiando de estilos. ¡Incluso veo a alguien que nada de espaldas! Pero nadar de espaldas no se me da bien a mí, y además no se ve el camino. Mejor sigo a braza. Y entonces es cuando empiezo a disfrutar de la natación. En medio del mar, mecido por las olas, nadando a braza o al estilo normal, sigo adelante. Estoy cansado, pero puedo seguir. Paso otra boya, y otra, y otra.

La playa de Bronte se marca delante de mí cada vez más clara. Y por fin veo la última boya delante de mí. Esto me da ánimo, nado más fuerte, con empeño, alternando entre la braza y el estilo normal. Aparecen más y más salvavidas, llego a la parte final. En la boya me dicen que tengo que girar y nadar directamente hacia la playa, o eso creo oír. La playa parece estar a unos doscientos metros, eso no es nada, y las olas ¡por fín! me empiezan a ayudar. Pero ¡ay! las olas en Bronte son más grandes que en Bondi, y rompen hacia un lado donde hay rocas. No puedo simplemente dejarme llevar, tengo que corregir mi recorrido, seguir nadando.

Llega una ola gigante por detrás, la intento tomar pero me faltan fuerzas para acelerar. Total, que la ola me toma a mí, me revuelca, me hace girar en todas las direcciones, hasta que al final se cansa y me deja sacar la cabeza al aire. Medio atolondrado sigo avanzando, hasta al final tomar tierra. ¡Ya estoy casi! Pero la corriente es tan fuerte que aun me cuesta acabar los últimos metros.

Por fin llego a la playa, y me doy cuenta que he perdido el gorro en los últimos metros. Uno de los voluntarios se me acerca y me da un gorro azul. "Aquí está tu gorro", me dice. "¡Pero si mi gorro era morado!" respondo. Pero no me oye, se va y me deja en la playa, con un gorro que no es mío.

Ah, pero aún no he llegado a la meta. Me quedan unos veinte metros hasta llegar al final. Camino hacia la meta, y oigo aplausos y voces de ánimo. Y para no defraudarlos, en contra de todos mis deseos, empiezo a correr hasta llegar al final.

¡Por fín! He cumplido mi objetivo. La odisea ha terminado. Y la verdad es que he disfrutado. He nadado más de dos kilómetros en un mar embravecido, he sufrido la picadura de una medusa, ¡pero aún así lo he hecho en menos tiempo de lo que pensaba!

Al final, he tardado 1 hora, 19 minutos, 50 segundos, y mi puesto es el 796 de un total de 831. Bueno, no he sido el último, y ahora tengo una marca a batir el año que viene.

Acabo de leer el reporte de la carrera, parece ser que la recta final fue muy emocionante y el ganador se aprovechó de una ola para adelantar al que iba primero. Tardó media hora en hacer el recorrido. ¡Qué diferencia!

Bueno, ahora me toca dormir y descansar, buenas noches

domingo, diciembre 03, 2006

El día de la carrera

Por fin, el dia de la carrera llegó. He estado preparándome durante varias semanas para esto. Y la verdad es que promete ser difícil. Hace más frío de lo normal, y ha estado lloviendo durante los dos últimos días. Puede que el mar esté difícil.

Llegamos a Bondi con antelación. Echo un vistazo desde el mirador que separa Bondi de Bronte, y la verdad es que el asunto está difícil. Las olas rompen en el acantilado con fuerza, y todo es ver olas. No, si al final, después de tanta preparación, no hay carrera.

En el punto de registro reconozco a uno de los compañeros de entrenamiento. Me dice que sí que hay carrera, pero él no sabe si se va a atrever a participar. Teniendo en cuenta que la semana pasada hizo tres kilómetros en una carrera en Coogee, lo que dice me hace pensar. Pero al final me decido. Si hacen la carrera, yo me apunto.

Entro en la sala de registro y me dan un gorro de natación de color morado. Qué color más inconveniente, casi del mismo color que el mar. Si me pierdo entre las olas no habrá nadie que me encuentre. También me ponen una tobillera con un chip. El chip lo usarán para determinar la duración de mi odisea. Porque parece que, más que una carrera de placer, esto va a ser una lucha con el mar. Y ya se sabe, el que lucha contra el mar nunca gana si el mar no quiere.

El lugar se empieza a llenar de gente, muchos de ellos ansiosos, sin tener claro si participar o no. Hace frío y viento, y las olas juegan en contra del recorrido. Veo una cara conocida entre la gente. Es un compañero de trabajo, ¡qué casualidad! "¿De modo que tú también eres un nadador?", me pregunta. No sé qué contestar, pues yo no me llamaría nadador, suena demasiado profesional y yo, realmente solamente llevo cuatro semanas en esto. Me cuenta que él no tiene claro aún si va a participar.

Otra persona se acerca. Es una veterana que ha hecho la carrera en otras ocasiones, pero esta vez no se atreve a participar. Me pregunta acerca de mi experiencia en natación, y le respondo que esta es mi primera vez que nado esta distancia. Me mira con una cara como de preocupación. Me dice que, con el frío que hace, mejor que me caliente por dentro con alguna bebida caliente. También me recuerda que, si necesito ayuda, no tengo más que levantar el brazo y alguien vendrá a rescatarme. Esto me lo dice varias veces, insistiendo en lo de levantar el brazo si me encuentro con problemas.

Mi mente empieza a flaquear. ¿Realmente es una buena idea el hacer la carrera? Me acuerdo de mi experiencia durante las semanas pasadas. En ninguna ocasión llegué al tope de mi rendimiento, podría haber nadado más si hubiera querido. Esto me reconforta. Nadar no me cansa demasiado. Sé que, si realmente me canso, puedo cambiar de estilo y seguir a braza. Y sé de seguro que los salvavidas son gente de fiar, se puede contar con ellos. También sé moverme entre las olas, y el entrenamiento de los domingos se centraba en eso, en nadar entre las olas. Tal vez no sea rápido nadando, pero confío en mis fuerzas.

El momento de la salida se acerca. Me quito la chaqueta y me pongo la camiseta de protección por si las medusas. ¡Qué frío que hace! Me reconforta el saber que el agua estará más caliente que el aire, pero mientras espero, habrá que soportar el frío. El altavoz avisa de la situación del mar. La carrera se va a hacer, pero recomiendan a los nadadores que tengan cuidado y que, si no están seguros de su capacidad, que desistan de intentarlo. Por lo pronto, prohíben que participen menores de 15 años por la dureza de la carrera.

Pero mi parte aragonesa se empeña en participar.

Empieza la carrera. Primero sale la clase élite. Me doy cuenta que, incluso los nadadores de élite tienen problemas para atravesar la muralla de olas y algunos se desvían de curso, tal vez por la corriente, tal vez porque buscan la zona con menos olas.

Después de la clase élite salen los demás, en grupos según las edades. Mi grupo es de los últimos y me dedico a ver la suerte de los que han empezado. Si los de élite tenían problemas con las olas, para los regulares las olas son una verdadera muralla. Descubro con asombro que algunos de los nadadores desisten del intento y abandonan la carrera en los primeros metros.

Pero algo dentro de mí me dice que tengo que hacerlo. No es cuestión de honor, es el destino. El mar me llama y he de acudir. Me dejaré llevar por las olas, sin intentar luchar contra el mar. Si el mar quiere, llegaré a mi destino. Si no, bueno, daré algo de trabajo a los salvavidas.

Llega mi turno. Stephen, el director de la carrera y el que nos enseñó los trucos para nadar en estas playas durante los entrenamientos de los domingos, está en el punto de salida con el silbato en los labios. "¿Estáis listos?", pregunta "¡Sí!", responden los de mi grupo. "¡Adelante!" Suena su silbato y corro con los de mi grupo hacia el agua.

El mar espera.

(continuará)