Por fin, el dia de la carrera llegó. He estado preparándome durante varias semanas para esto. Y la verdad es que promete ser difícil. Hace más frío de lo normal, y ha estado lloviendo durante los dos últimos días. Puede que el mar esté difícil.
Llegamos a Bondi con antelación. Echo un vistazo desde el mirador que separa Bondi de Bronte, y la verdad es que el asunto está difícil. Las olas rompen en el acantilado con fuerza, y todo es ver olas. No, si al final, después de tanta preparación, no hay carrera.
En el punto de registro reconozco a uno de los compañeros de entrenamiento. Me dice que sí que hay carrera, pero él no sabe si se va a atrever a participar. Teniendo en cuenta que la semana pasada hizo tres kilómetros en una carrera en Coogee, lo que dice me hace pensar. Pero al final me decido. Si hacen la carrera, yo me apunto.
Entro en la sala de registro y me dan un gorro de natación de color morado. Qué color más inconveniente, casi del mismo color que el mar. Si me pierdo entre las olas no habrá nadie que me encuentre. También me ponen una tobillera con un chip. El chip lo usarán para determinar la duración de mi odisea. Porque parece que, más que una carrera de placer, esto va a ser una lucha con el mar. Y ya se sabe, el que lucha contra el mar nunca gana si el mar no quiere.
El lugar se empieza a llenar de gente, muchos de ellos ansiosos, sin tener claro si participar o no. Hace frío y viento, y las olas juegan en contra del recorrido. Veo una cara conocida entre la gente. Es un compañero de trabajo, ¡qué casualidad! "¿De modo que tú también eres un nadador?", me pregunta. No sé qué contestar, pues yo no me llamaría nadador, suena demasiado profesional y yo, realmente solamente llevo cuatro semanas en esto. Me cuenta que él no tiene claro aún si va a participar.
Otra persona se acerca. Es una veterana que ha hecho la carrera en otras ocasiones, pero esta vez no se atreve a participar. Me pregunta acerca de mi experiencia en natación, y le respondo que esta es mi primera vez que nado esta distancia. Me mira con una cara como de preocupación. Me dice que, con el frío que hace, mejor que me caliente por dentro con alguna bebida caliente. También me recuerda que, si necesito ayuda, no tengo más que levantar el brazo y alguien vendrá a rescatarme. Esto me lo dice varias veces, insistiendo en lo de levantar el brazo si me encuentro con problemas.
Mi mente empieza a flaquear. ¿Realmente es una buena idea el hacer la carrera? Me acuerdo de mi experiencia durante las semanas pasadas. En ninguna ocasión llegué al tope de mi rendimiento, podría haber nadado más si hubiera querido. Esto me reconforta. Nadar no me cansa demasiado. Sé que, si realmente me canso, puedo cambiar de estilo y seguir a braza. Y sé de seguro que los salvavidas son gente de fiar, se puede contar con ellos. También sé moverme entre las olas, y el entrenamiento de los domingos se centraba en eso, en nadar entre las olas. Tal vez no sea rápido nadando, pero confío en mis fuerzas.
El momento de la salida se acerca. Me quito la chaqueta y me pongo la camiseta de protección por si las medusas. ¡Qué frío que hace! Me reconforta el saber que el agua estará más caliente que el aire, pero mientras espero, habrá que soportar el frío. El altavoz avisa de la situación del mar. La carrera se va a hacer, pero recomiendan a los nadadores que tengan cuidado y que, si no están seguros de su capacidad, que desistan de intentarlo. Por lo pronto, prohíben que participen menores de 15 años por la dureza de la carrera.
Pero mi parte aragonesa se empeña en participar.
Empieza la carrera. Primero sale la clase élite. Me doy cuenta que, incluso los nadadores de élite tienen problemas para atravesar la muralla de olas y algunos se desvían de curso, tal vez por la corriente, tal vez porque buscan la zona con menos olas.
Después de la clase élite salen los demás, en grupos según las edades. Mi grupo es de los últimos y me dedico a ver la suerte de los que han empezado. Si los de élite tenían problemas con las olas, para los regulares las olas son una verdadera muralla. Descubro con asombro que algunos de los nadadores desisten del intento y abandonan la carrera en los primeros metros.
Pero algo dentro de mí me dice que tengo que hacerlo. No es cuestión de honor, es el destino. El mar me llama y he de acudir. Me dejaré llevar por las olas, sin intentar luchar contra el mar. Si el mar quiere, llegaré a mi destino. Si no, bueno, daré algo de trabajo a los salvavidas.
Llega mi turno. Stephen, el director de la carrera y el que nos enseñó los trucos para nadar en estas playas durante los entrenamientos de los domingos, está en el punto de salida con el silbato en los labios. "¿Estáis listos?", pregunta "¡Sí!", responden los de mi grupo. "¡Adelante!" Suena su silbato y corro con los de mi grupo hacia el agua.
El mar espera.
(continuará)
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2 comentarios:
Que pinta diego, pareces un pepino con el gorro, jejeje. Es bromitaaaaa ;-P. La camiseta no te queda tan mal, fijate tú, eso sí, estás un poco blanco ¿eh?.
Tio, he visto todas las fotos... Tú no estás bien ¿Pero alma de Dios, tú sabes donde te metiste? Pero si eso aquí no es bandera roja, es rojo oscuro tirando a negro, vamos, los salvavidas de aquí los tendrías ya con infarto a todos, de sólo pensar que os vais a meter tanta gente con ese agua...
Por cierto, y a pesar de todo lo conseguiste, según las fotos, claro... Que aquí nos hemos quedado a medias. Sigue pronto que quiero saber si ganaste u que...
Besitossssss
PD: Acabo de ver la web que me has dejado, voy a echar un ojo o dos, a ver si tengo suerte ¿y si te envio el curriculum?
Hola Esther,
Sí, el mar de aquí tiene más carácter que el de Gandia... y los australianos también tienen su carácter por permitir este tipo de carreras. Eso sí, la carrera fue más segura de lo que parece, y los salvavidas no tuvieron ningún incidente aparte de alguna picadura de medusa y algún caso de hipotermia.
En cuanto al curriculum, no creo que pueda emplearte... ¿de dónde saco el dinero?
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